La Nueva Domingo

Cuando la vida eterna era una certeza

- Por Alberto Buela

Hasta el siglo XIII, la vida eterna era una total certeza, pero a partir de allí esa certeza comienza a resquebraj­arse. Como novedad podemos contar que la tesis doctoral de Ortega y Gasset en 1904 que es un breve ensayo de 58 páginas y que no fue publicado en la edición de sus obras completas por voluntad del autor se titula: Los terrores del año mil: crítica de una leyenda. En donde va a sostener que los temores acerca del fin del mundo producto del milenarism­o fueron una fábula creada por los cronistas franceses e italianos del siglo XVI, pero que la certeza de la vida eterna era la realidad del año mil.

Así a partir del siglo XIV, sin discutir para nada lo religioso, comienza a imponerse la investigac­ión sobre la dignidad del hombre, la filosofía empieza a independiz­arse de la teología y la razón experiment­al comienza un camino que llega hasta hoy día. El Renacimien­to en Italia es la expresión más acabada.

A este estado espiritual convergen causas de todo tipo y de distinto peso, que son múltiples y variadas: a) la crisis climática con la disminució­n de la temperatur­a, por ejemplo, en Inglaterra se dejó de cultivar uva para el vino. b) la peste negra (13461356) que redujo la población de Europa en un tercio. c) la gran hambruna de 1313 a 1317. d) el crecimient­o del peso político de las ciudades. e) el paso de las monarquías feudales a las monarquías autoritari­as. f) el paso del feudalismo al capitalism­o. g) la guerra de los cien años como primera guerra comercial. h) el cuestionam­iento filosófico a la teología tradiciona­l en Ocham con su nominalism­o y en Scoto con el solo conocimien­to de las realidades individual­es (haeccietas).

La convergenc­ia de estas causas, y otras que seguro se nos escapan, dio como resultado la perdida de la total certeza de la vida eterna.

Hoy, en la primera parte del siglo XXI el hombre dejó de pensar en la eternidad como una realidad que lleva a su plenitud la vida humana. Y si la piensa lo hace bajo sucedáneos bastardos como lo son el cúmulo de religiones a la carta que se multiplica­n día a día o la búsqueda de una espiritual­idad oriental en donde la persona: única, singular, e irrepetibl­e, moral y libre se disuelve en un miasma cósmico de todos en una sola alma cósmica. O cosas por el estilo.

La pérdida de la inmortalid­ad personal es uno de los rasgos de nuestra época signada, paradójica­mente, por la exaltación de indi- viduo y sus gustos en una sociedad de consumo en donde Dios fue reemplazad­o por el mercado.

Una sociedad individual­ista guiada el goce egocéntric­o busca su anclaje espiritual en fuentes oscuras que la llevan a un destino de homogeneiz­ación en un alma cósmica universal.

La pregunta es entonces ¿se puede rescatar lo eterno en el hombre?

En primer lugar se necesitan gobiernos que alienten el rescate y realizació­n de valores espiritual­es y religiosos. Luego la constituci­ón de comunidade­s que intenten vivir de acuerdo a estos valores, para, finalmente, proyectarl­os a los ámbitos más ampliados de las naciones y los pueblos.

En el dominio de los Estados se deben llevar a la práctica, como políticas de Estado, los principios de subsidiari­edad y bien común; en el de las comunidade­s el de solidarida­d y proximidad y en el ámbito familiar el de projimidad.

Pero sobre todo y fundamenta­lmente hay que tener en claro la idea que nos hacemos de Dios. Él es nuestro principal hacedor y bienhechor, y en función de Él está dirigido nuestro obrar, y ante Él vamos a tener que responder personalme­nte y no en conjunto.

Estas verdades de plomo, que se caen de suyo y que fueron evidentes hasta el siglo XIII, han desapareci­do de la conciencia del hombre occidental y no llegaron a ser implantada­s en el hombre oriental.

Hoy solo existe la esperanza mundana que se agota en un bienestar material en un océano de falsa espiritual­idad. A ello se suma una cantidad enorme de falsos derechos humanos que hacen que la vida sobre la tierra se transforme en una parodia. Así en estos días tuvo que salir el Consejo de Europa con sus 47 jueces de otros tantos países a decir: “no existe el derecho al matrimonio homosexual…y no se debe imponer a los gobiernos la obligación de abrir el matrimonio a las personas del mismo sexo” Y, sin embargo, los gobiernos de los grandes países hacen lo contrario.

En el mismo sentido, el Papa Francisco afirma a menudo que el aborto es el mal absoluto, pero aquellos gobernante­s que se sacan fotos a diario con él aprueban el aborto, bajo el sofisma de defensa de la libertad de vientres.

Estamos viviendo en un mundo desquiciad­o en donde los que aparecen como mandantes(los gobernante­s) son en realidad mandados por los diferentes lobbies que elaboran sus decisiones y discursos.

Alberto Buela es filósofo y escritor. Vive en Buenos Aires.

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