La Nueva Domingo

No estría mal disfrutar de una buena gastronomí­a

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Corina Canale n el siglo XVIII, mientras custodiaba­n la explotació­n del oro en Minas Gerais, los conquistad­ores portuguese­s jugaban al backgamon con fichas blancas que creyeron eran de piedra, cuando, en realidad, eran diamantes.

En definitiva, los primeros hallados fuera de Asia.

El oro y los diamantes convirtier­on al entonces Arraial de Tijuco en Diamantina, un lugar que pasó a ser importante centro artístico y comercial ,y una ciudad en 1838.

Allí nació el desenfrena­do amor de Joao Fernandes de Oliveira por la bellísima esclava Francisca da Silva, apodada Xica, o Chica, hombre poderoso que, se decía, era más rico que el rey de Portugal.

De esa unión nacieron 13 hijos y Chica, más allá de ser discrimina­da por su condición de concubina, logró ser aceptada en hermandade­s de

Eblancos, de mulatos y de negros, a las que favorecía por igual.

La bella mulata de piel canela y profundos ojos oscuros, reinaba en un palacio rodeado de jardines con plantas exóticas y un lago artificial, en el que navegaba a bordo de un navío con los invitados a sus fiestas.

Así menguaba la nostalgia por no conocer el mar.

Soberbia y cruel, era indiferent­e a los comentario­s de una sociedad conservado­ra que hablaba de su poco común apetito sexual y de sus caprichos, como el cambiar de lugar la torre de la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, porque le molestaban sus campanadas.

La mujer siguió siendo in- fluyente aún cuando Joao se fue a Portugal, con sus cuatro hijos varones, y su vida aún no había llamado la atención de escritores y cineastas, que le contaron al mundo historias verdaderas y otras no tanto.

Diamantina recogió también la herencia de los saraos, reuniones de acercamien­tos amorosos con música y poesías.

De ellas surgió la cita musical Vesperata, que se realiza los sábados en la calle Quitando, desde abril a octubre, los meses sin lluvias.

Las bandas de músicos se acomodan al anochecer, en los balcones de esa calle, y la gente se reúne a escuchar un repertorio de sambas, boleros, marchas y ritmos calientes. Dónde está. Diamantina se encuentra ubicada en el municipio del Estado de Minas Gerais. La separan alrededor de 284 kilómetros de Belo Horizonte, la capital de ese estado.

Platos típicos. Lo que se pueden recomendar son los frijoles troperos y el pollo con quimbombó. No olvidarse de cachaza, el destilado de caña que con un poco de limón, hielo y azúcar es la famosa caipirinha.

Curiosidad­es. Sus cafés con biblioteca­s, lugares para las pausas cotidianas de los diamantine­nses y la venta, por metro, de las alfombras arraiolo.

Hasta en sus catorce iglesias barrocas se organizan conciertos de música erudita.

Aún hay, en esta vieja ciudad colonial, casonas con ventanas de aquellos tiempos, veladas con celosías, cuya penumbra les permitía a las jóvenes casaderas espiar a sus pretendien­tes.

Enamorados que dejaban caer una flor, como al descuido, frente a la amada pudorosa.

Al descubrirs­e las ocultas minas de diamantes, los portuguese­s señalaron el camino hacia ellas, un camino que abrieron los esclavos a fuerza de picos y palas y soportando repentinas tormentas eléctricas.

Son 20 kilómetros de blo- ques pétreos que actualment­e conforman “La ruta de los esclavos”, y que fue parte del Camino Real.

Los guías cuentan lo difícil que fue abrir este paso hacia los diamantes, que los orfebres convertían en joyas para luego destinarla­s a las cortes de Europa.

Cerca de Diamantina, en la Serra do Espinhazo, está el Parque Estadual de Biribiri, rodeado bosques vírgenes y cascadas que forman piscinas naturales como Sentinel, donde los nativos acuden a “lavar su alma”.

En ese parque habitan pumas y el raro lobo de crin y allí los prehistóri­cos pueblos nómades dejaron pinturas rupestres que revelan que eran pescadores, por los dibujos de peces que tallaron en las rocas.

Otro sitio se encuentra en la Granja Batatal, donde hay petroglifo­s con forma de venados, animales que aún viven en la soledad serrana.

Mientras, a la Gruta del Salitre, una cueva que semeja las formas del gótico más puro, se llega caminando por un sendero que atraviesa un pequeño y silencioso valle.

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