Desbordada... ?y?
Cosía delicadas prendas para afuera (contrariando a mi padre que rechazaba esa labor, pero ella quería contar con su propio dinero). Mantenía la casa impecable, cocinaba con esmero, me confeccionaba vestidos con bordados incluidos ( se usaban), me recitaba poesías. Acompañaba mis prácticas deportivas o artísticas y estaba producida hasta el menor detalle desde que abría un ojo en pleno amanecer. Me parecía normal ese t rajinar maternal constante… hasta que me tocó el turno. Y solo llegué a la mitad de su actividad o, tal vez, menos. Pero lo hice sin chistar: me levanté al alba para llevar a mis hijos al colegio, asistiendo a mis tareas periodísticas sin una pestaña descuidada y me ocupé de las lecciones escolares ( además de asiduas reuniones de prensa impostergables). No pude demasiado con la casa, lo confieso, ¡ pero me esforcé! Siempre admiré a las mujeres (los hombres suelen exponer otras excusas) que se autodef inen excedidas de responsabilidades y se arrojan en un sofá del living, con la mano en la frente y su “estoy desbordada”. Alguien las reemplaza siempre, ¿cómo puede ser? “Desbordarse” hace referencia a un líquido que sale fuera de un recipiente porque excede sus dimensiones: metáfora de una persona que se siente superada en sus límites de capacidad y tolerancia. Siempre sospeché que ese no dar más ref leja un lujo relacionado con la certeza, inconsciente o no, de que otro ocu- pará el lugar descartado. Solemos admirar a Frida Khalo, que sufrió poliomielitis, además de un accidente que la dejó casi inválida, pero siguió adelante con autorretratos reiterativos en la solitaria postración de su cuarto. Amó siempre a un solo hombre, no fiel, el mismo que le pagó sus intervenciones cuando su familia ya no tenía peculios: Diego Rivera. No se refugió en nadie, salvo en sí misma. Ahora bien, las desbordadas cuentan con una hermana, pareja, amiga, familiar o entenado que no solo se hace cargo de su “si sigo, me muero”, sino que las comprenden, consuelan, amparan y protegen, liberándolas de toda obligación inmediata. Se creen su crónica de impedimentos, la que también las arroja a un ostracismo del que salen… palabra que salen. Si uno escarba, perdieron un amor por no arriesgar- se, obviaron un viaje por la paga y se negaron a la sinrazón de un ímpetu incontenible. ¿Vivieron por la mitad? Están esperando que algo les pase en vez de disfrutar del momento, pletórico e inmediato. En el opuesto está la persona que me ayuda en las tareas domésticas, tiene diez hijos y siempre aparece brillante, correcta, casi inmaculada, contenta con su hogar y su marido. Me pide que le narre historias. Sonríe. Está satisfecha. No me introduzco en modelos neurolingüísticos, que son los que permiten entender los procesos mentales básicos con el f in de identificar el origen de pensamientos perniciosos para cambiarlos por estrategias positivas, porque desconfío de la veracidad científ ica de estos casos: mi madre captaba de reojo a este personaje de entrecasa. Delega, con rostro demacrado, buscando revolver la lástima ajena. ¡La piedad no es un sentimiento ponderable! Cuando caí, yo también, en “hasta aquí llegó mi amor”, tuve esos gnomos insuperables, preguntando “¿ qué le pasa a tu madre que no viene?” (Ariel) o “abuela, vení de una vez por todas que te extraño” (Barbarita). Leí por ahí que la vida no se mide por los momentos que respirás, sino, precisamente, por aquellos que te dejan sin el más mínimo aliento.