La Nueva Domingo

Desbordada... ?y?

- Por Noemí Carrizo

Cosía delicadas prendas para afuera (contrarian­do a mi padre que rechazaba esa labor, pero ella quería contar con su propio dinero). Mantenía la casa impecable, cocinaba con esmero, me confeccion­aba vestidos con bordados incluidos ( se usaban), me recitaba poesías. Acompañaba mis prácticas deportivas o artísticas y estaba producida hasta el menor detalle desde que abría un ojo en pleno amanecer. Me parecía normal ese t rajinar maternal constante… hasta que me tocó el turno. Y solo llegué a la mitad de su actividad o, tal vez, menos. Pero lo hice sin chistar: me levanté al alba para llevar a mis hijos al colegio, asistiendo a mis tareas periodísti­cas sin una pestaña descuidada y me ocupé de las lecciones escolares ( además de asiduas reuniones de prensa imposterga­bles). No pude demasiado con la casa, lo confieso, ¡ pero me esforcé! Siempre admiré a las mujeres (los hombres suelen exponer otras excusas) que se autodef inen excedidas de responsabi­lidades y se arrojan en un sofá del living, con la mano en la frente y su “estoy desbordada”. Alguien las reemplaza siempre, ¿cómo puede ser? “Desbordars­e” hace referencia a un líquido que sale fuera de un recipiente porque excede sus dimensione­s: metáfora de una persona que se siente superada en sus límites de capacidad y tolerancia. Siempre sospeché que ese no dar más ref leja un lujo relacionad­o con la certeza, inconscien­te o no, de que otro ocu- pará el lugar descartado. Solemos admirar a Frida Khalo, que sufrió poliomieli­tis, además de un accidente que la dejó casi inválida, pero siguió adelante con autorretra­tos reiterativ­os en la solitaria postración de su cuarto. Amó siempre a un solo hombre, no fiel, el mismo que le pagó sus intervenci­ones cuando su familia ya no tenía peculios: Diego Rivera. No se refugió en nadie, salvo en sí misma. Ahora bien, las desbordada­s cuentan con una hermana, pareja, amiga, familiar o entenado que no solo se hace cargo de su “si sigo, me muero”, sino que las comprenden, consuelan, amparan y protegen, liberándol­as de toda obligación inmediata. Se creen su crónica de impediment­os, la que también las arroja a un ostracismo del que salen… palabra que salen. Si uno escarba, perdieron un amor por no arriesgar- se, obviaron un viaje por la paga y se negaron a la sinrazón de un ímpetu incontenib­le. ¿Vivieron por la mitad? Están esperando que algo les pase en vez de disfrutar del momento, pletórico e inmediato. En el opuesto está la persona que me ayuda en las tareas domésticas, tiene diez hijos y siempre aparece brillante, correcta, casi inmaculada, contenta con su hogar y su marido. Me pide que le narre historias. Sonríe. Está satisfecha. No me introduzco en modelos neurolingü­ísticos, que son los que permiten entender los procesos mentales básicos con el f in de identifica­r el origen de pensamient­os pernicioso­s para cambiarlos por estrategia­s positivas, porque desconfío de la veracidad científ ica de estos casos: mi madre captaba de reojo a este personaje de entrecasa. Delega, con rostro demacrado, buscando revolver la lástima ajena. ¡La piedad no es un sentimient­o ponderable! Cuando caí, yo también, en “hasta aquí llegó mi amor”, tuve esos gnomos insuperabl­es, preguntand­o “¿ qué le pasa a tu madre que no viene?” (Ariel) o “abuela, vení de una vez por todas que te extraño” (Barbarita). Leí por ahí que la vida no se mide por los momentos que respirás, sino, precisamen­te, por aquellos que te dejan sin el más mínimo aliento.

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