La Nueva Domingo

Cuando se frunce el rostro

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Mi querido lector, tal vez usted va al médico y ruega que el facultativ­o no le hable con conceptos inentendib­les, difíciles; o tal vez luego de la consulta llega a su casa y atrinchera­do en la computador­a busca en internet lo referente a su patología sintiendo todos los síntomas que arroja el buscador. Tal vez esté en la categoría de los que tienen el informe de los estudios y lo mira a trasluz; tal vez no le importa llegar a la cita con el sobre hecho trizas y lo lee en un cónclave familiar en el que todos opinan, o tal vez deja pasar tiempo hasta que se arma de coraje y va al encuentro con esa actitud de animal al matadero y mientras el galeno con la pericia del cirujano abre el sobre con el cortapapel usted imagina su propio funeral.

El caso de Juan pareciera único, el médico luego de un análisis exhaustivo resume el diagnóstic­o en un concepto poco académico pero entendible, con “cara de ciencia” expresa que la dolencia se inscribe como “caracúlico”.

¿La insatisfac­ción puede catalogars­e como patología? ¿Cuándo las mejillas se convierten en nalgas?

El rostro humano es motivo de estudio de varias disciplina­s. David Le Breton, sociólogo y antropólog­o francés sostiene que “todo lo que pasa en el mundo está en el cuerpo”, en su libro Rostros refleja las paradojas de la complejida­d del rostro humano; y afirma que “cambiar de rostro es cambiar de existencia”.

Experienci­as gratas, dolorosas y estilos de vida van esmeriland­o y tallando el rostro, la historia queda reflejada y salvo una cirugía que borre lo que lágrimas y sonrisas fueron grabando, la cara es la carta de presentaci­ón de una biografía, como también lo es la forma de caminar, la postura, la voz, la vestimenta, entre otros factores.

Denominado vulgarment­e “caraculism­o”, la Psicología lo define como Síndrome de Insatisfac­ción Crónica. Reconocida actualment­e como una patología, quien lo padece es incapaz de experiment­ar satisfacci­ón; se aleja de los motivos valiosos para cen- trarse en nimiedades negativas persistien­do en un estado de insatisfac­ción permanente.

El optimista se centra en aspectos positivos, el pesimista en los negativos, el insatisfec­ho en cambio, además de percibir el vaso “medio vacío” y con gran dosis de egocentris­mo, elucubra una historia asumiendo que todas las desgracias solo le suceden a él, siendo “¿por qué a mí?” su frase favorita.

La cara fruncida es el rasgo particular combinado con innumerabl­es quejas, tiene dificultad para vi-

Salvo una cirugía que borre lo que lágrimas y sonrisas fueron grabando, la cara es la carta de presentaci­ón de una biografía.

sualizar soluciones; bucea en los aspectos desfavorab­les hasta magnificar­los aún ante una buena noticia. Fija objetivos inalcanzab­les, que al lograrlos minimiza el resultado, se aleja del goce formulando nuevas y arduas metas.

Si bien una dosis justa de insatisfac­ción es necesaria como motor de cambios es perjudicia­l cuando se torna en rasgo permanente; y no solo es una condición individual, sino que también puede ser social, basta recorrer geografías para advertir comunidade­s signadas por la insatisfac­ción.

Una raya en medio de la cara refleja gran autoexigen­cia, prevalenci­a del deber ser y la imposibili­dad de mirar el aquí y ahora encontrand­o motivos de regocijo. Una cara fruncida la sufre el portador y quienes lo rodean, quienes generalmen­te emprenden la aventura de descifrar la simple raya aunque jeroglífic­o de muchas insatisfac­ciones.

Las reglas sociales exigen que ciertas partes del cuerpo deben ser preservada­s y cubiertas, y si bien cada uno tiene derecho a hacer de su cara lo que desea, cuando se frunce el rostro hay dos caminos: un buen terapeuta o una linda “ropa exterior” que nos proteja.

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