El fútbol a
Con una sonrisa cálida, Evelina Cabrera nos recibe en un complejo de canchitas de fútbol donde va a dictar una de las clases patrocinadas por el área social de Boca Juniors. Lleva a todas partes un bolso grande, hábito que mantiene desde que vivía en la calle y debía t ransportar consigo sus pocas pertenencias. En este deporte encontró lo que no sabía que estaba buscando, un lugar donde f inalmente asentarse, un hogar en el cual sentirse plena y cómoda para seguir luchando, como siempre. Desde el f útbol ayuda a los demás gracias a su rol de entrenadora y como presidenta y cofundadora de la Asociación Femenina de Fútbol Argentino (AFFAR), la entidad que se propone colaborar con la inclusión social y deportiva de mujeres de todo el país. Su sonrisa perenne es también su escudo, que la protege de algunos recuerdos y remordimientos que cada tanto aparecen. La vida en la calle no fue fácil, pero hubo manos queridas que la ayudaron, una cuota de suerte y mucha energía vital. Con otros formó su verdadera familia ante el derrumbe de la sanguínea. “Cuando tenía trece, mis papás se separaron. Ellos se pusieron a sí mismos en foco, solo pensaban en sus propios problemas y se olvidaron de que atrás estábamos mis hermanos y yo. Siempre fui medio rebelde, empecé a faltar a casa un día, dos, nadie lo notaba. Nadie me iba a buscar. A los quince directamente me fui”. No se dieron cuenta. Tan mala era la comunicación entre sus padres, que los dos pensaban que Evelina vivía en la casa del otro. Ella, mientras tan- to, seguía yendo al colegio, sus compañeras y las profesoras no notaron nada raro. A veces dormía en casa de alguna compañera, pero cada vez con mayor frecuencia lo hacía en la calle. “Empecé a cuidar autos en el Puerto de Frutos de Tigre y me hice amiga de los pibes que paraban ahí. Me mimeticé con el ambiente, me adapté. Tomé coraje para irme a dormir a la plaza, bañarme de vez en cuando en una estación de servicio, cosas así. Si yo no hubiese tenido alguien que me aceptara y me enseñara muchas cosas, no hubiera salido. Yo hacía lo que podía, deambulaba buscando ayuda, más que nada para comer. Esos chicos y mis compañeros de la escuela eran con quienes hablaba de cómo estaba, los que me dieron cariño. A veces los padres están a full y piensan que estar presentes para los hijos es darles de comer y que estudien. Y no es así, necesitás que te pregunten cómo te sentís, cómo estás, que te acompañen. Algo. Yo encontré eso afuera”.
– Se convirtieron en tu familia. –Sí. Yo paraba con chicos que me cuidaban a mí como si fuera lo más preciado del mundo. Y yo también los defendía a ellos de esa manera. En esos tiempos, si nos teníamos que parar de