De riquezas y miserias
Enriquecerse es glorioso”, sentenciaba en su momento Den Xiaoping. Y es probablemente así. Pero también genera dificultades para competir en un mundo en el que hoy nadie está solo.
Por eso, hasta el 2011 China “importó” dos millones de puestos de trabajo. Se los llevó. Y los americanos los perdieron, con todo lo que eso significa en términos de ocupación.
Ocurrió que las importaciones chinas eran más baratas. Porque China operaba con salarios sustancialmente más bajos. Pero las cosas han cambiado sustancialmente. Los salarios (y el nivel de vida) de los chinos crecieron notoriamente. Acercándose mucho a los niveles actuales de los salarios norteamericanos. Y duplicando los salarios de Vietnam y casi cuadruplicando los de Bangladesh. Pero no creció su productividad. Y su competitividad, en consecuencia, bajó.
Por esto es que nada menos que la cuarta parte de las empresas norteamericanas que producen bienes en China hoy está “regresando” a su país, esto es volviendo a producir allí, en su escenario doméstico. O transfiriendo sus operaciones a la India, Vietnam o Bangladesh, que hoy son los principales polos de atracción para los inversores en actividades que requieren una alta cuota de mano de obra.
A todo lo dicho hasta aquí cabe agregar que el nivel de actividad económica chino está en caída. Razón por la cual, desde el último trimestre del año pasado, la tasa de desempleo ha crecido significativamente, ubicándose hoy en un 12,9%, algo así como el triple de los niveles finales de la última década.
En algunos sectores, como el de la siderurgia, el tema es particularmente complejo por la enorme sobrecapacidad de producción que China ha edificado. Allí, concretamente, las estimaciones hablan de que, de pronto, están en juego nada menos que 1,8 millones de puestos de trabajo. Todo un tema.
Por esto, si bien es cierto aquello de que “enriquecerse es glorioso”, lo cierto es que enriquecerse también es algo que se vuelve rápidamente complejo, desde que para las naciones supone no sólo perder competitividad, sino que obliga a todos a tener que ganar en productividad. También a los chinos les ha llegado este momento. Y ese es el cambio que debemos todos tener en cuenta.
Muy otros son los problemas que aquejan a nuestra región del mundo. Tomemos, por ejemplo, el caso de Bolivia.
Haciendo un breve paréntesis a la actividad gubernamental boliviana, que hoy consiste sustancialmente en provocar a la vecina Chile, su vicepresidente, Álvaro García Linera -que mintió escandalosamente sobre sus presuntos títulos universitarios, que no eran tales- acaba de hacer una asombrosa predicción económica.
Bien difícil de creer, en una nación que ha abrazado el colectivismo, esto es el trasnochado “modelo económico” que se corresponde con el pensar marxista de sus autoridades nacionales. Aquel que ya ha fracasado en todas partes, hasta en Cuba y Venezuela, sumiendo a sus sociedades en el atraso relativo.
Para García Linera, “hace diez años la economía de Chile era 14 veces más grande que la boliviana, hoy, diez años después, la economía de Chile es ocho veces más grande… y, entre el año 2027 o 2028 será del mismo tamaño que la chilena y entonces nuestra voz tendrá otra significación en el continente”. Para recordar.
Esa estimación supone que el actual “modelo” boliviano dejará de aplicarse o será profundamente alterado, aparentemente. Con el que hoy tienen no habrá el crecimiento que anuncia García Linera. Y asume además que habrá una fuerte corriente inversora en la Patria de García Linera.
Realmente, lo dudo mucho, al menos mientras Evo Morales y Álvaro García Linera sigan intentando eternizarse en el poder del país del altiplano. Pero García Linera, más allá de la lamentable “inexactitud” acerca de cuáles son sus reales antecedentes académicos, tiene derecho a su opinión, tanto como nosotros a la nuestra.
Nos vemos en una década. Y apuesto a que García Linera se equivoca.
Emilio J. Cárdenas fue embajador de la República Argentina ante la ONU.