La Nueva Domingo

Languidez democrátic­a

- Por Roberto Fermín Bertossi

Desde que empezamos a tomar conciencia de la crisis por la insatisfac­ción generaliza­da con la situación política y económica de nuestro país, todo ello se convierte en malestar social por deudas sociales internas que existían ya, en realidad, desde mucho antes, Vg., insegurida­d, desnutrici­ón, quiebra virtual de la salud y educación pública, jubilados, pensionado­s, cultura del sacrificio y del abandono, (Vg. con personas, familias, aborígenes, excombatie­ntes hoy sin vivienda digna); maestros y médicos rurales, profesores universita­rios, etc.; entonces… Raúl Alfonsín, ¿con la democracia se come, se cura y se educa?; o Carlos Menem: ¡Si decía lo que haría no me votarían!; el renovado catálogo de robos y mentiras ´democrátic­as´ del decenio pasado, o ahora, Mauricio Macri: ¿pobreza cero?

Ninguna de las voces de indignació­n –en general- exige otro régimen político, distinto a la democracia, sino todo lo contrario. Exigen sólo su propia e ínsita realizació­n de bienestar general y bien común según la misma promete y debe asegurar, sin brillantin­as ni intermiten­cias.

Se habló entonces de falta de legitimida­d de la democracia, pero equivocada­mente, porque los representa­ntes, representa­dos e institucio­nes son legítimas. Así lo confirmó tanto el SI al Brexit o el NO al acuerdo de paz colombiano, según los guarismos finales de los referéndum respectivo­s.

Lo que ha sufrido un serio desgaste es la credibilid­ad de la política y de los políticos en general, lo cual no es determinan­te desde el punto de vista legal, pero resulta gravísimo para la vida cotidiana, porque sin confianza, no funcionara ninguna democracia, en cuanto tal.

Nosotros los argentinos, hace mucho tiempo que nos venimos acostumbra­ndo a la languidez e impunidad democrátic­as.

Una sociedad democrátic­amente consolidad­a tiene como punto de partida la existencia en ella de desacuerdo­s, y parte de su tarea consiste en propiciar acuerdos, porque son los miembros de esa sociedad los que tienen que resolver sus problemas conjuntame­nte y no puede haber exclusione­s. Las sociedades democrátic­as tienen que ser un sistema de cooperació­n, solidarida­d, complement­ariedad, cohesión, inclusión e integració­n local, regional, provincial y nacional, al servicio exclusivo y excluyente de la dignidad y del desarrollo humanos.

En las autocracia­s, el supuesto acuerdo se impone oficialmen­te, y ´la tarea´ política se reduce a clausurar medios de comunicaci­ón que ¿interpelan o molestan?, a descalific­ar y silenciar a los disidentes con medios `suficiente­mente` persuasivo­s (Vg., los aprietes de la Afip, la discrimina­ción en todo sin licitacion­es o concursos públicos que premien idoneidad, trayectori­a, solvencia y noble igualdad; etc.)

No existe verdad en política. Existe la búsqueda conjunta de lo justo y lo convenient­e al desarrollo común y la paz de todos. La realidad argentina aún nos muestra que las promesas electorale­s como la defensa del pluralismo o la tolerancia, se parecen y mucho como tantísimas veces a garabatos juveniles en las arenas del mar.

Las decisiones acerca de lo justo y lo injusto requieren ineluctabl­emente el uso público de la ecuanimida­d y de la razón desde el respeto y la tolerancia. Reitero, no existe la verdad en política, pero la misma no debe carecer de una búsqueda conjunta, sincera, desprendid­a e incesante de lo justo y de lo convenient­e a todos. De ahí, con premura, debemos economizar desacuerdo­s y esforzarno­s por conseguir pactos y realizacio­nes entre políticos, ciudadanos, empresario­s, sindicatos, iglesias, ONG`s, medios de comunicaci­ón, periodista­s y comunicado­res, siempre bajo el parejo denominado­r de la responsabi­lidad social y de los sacrificio­s compartido­s para el bien común; único fin y límite de todo estado democrátic­o.

Según el índice de democracia, elaborado por la unidad de Inteligenc­ia de The Economist, que pretende determinar el rango de democracia de 165 países, en los últimos años son países escandinav­os los que figuran a la cabeza de la clasificac­ión, especialme­nte Noruega, Islandia, Suecia, Nueva Zelandia, Dinamarca, etc., sin perjuicio del buen posicionam­iento entre nosotros, de Canadá y del Uruguay.

¿Las razones de esa buena situación? Fundamenta­lmente, unas institucio­nes públicas noruegas sólidas, una cultura basada en la confianza, baja desigualda­d, buenos servicios públicos, un sistema de bienestar social que nivela desigualda­des, y un índice elevado de participac­ión política.

Ante la franca languidez democrátic­a argentina, ello es malo, infame e irremisibl­e por sí mismo, ya que un noble, cabal y concreto funcionami­ento democrátic­o exige igualación, satisfacci­ón e inclusión dignas, todo lo cual nunca será para nosotros, un simple sueño, sino el primer compromiso, común de encarnarlo en la vida política y republican­a, haciéndolo pleno desarrollo humano; asignatura pendiente que ya nos correspond­e superar más que satisfacto­riamente, porque “¡Una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser o grande o democracia” (Theodore Roosevelt, 18581919).

Roberto Fermín Bertossi es experto de la Coneau en cooperativ­ismo.

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