Languidez democrática
Desde que empezamos a tomar conciencia de la crisis por la insatisfacción generalizada con la situación política y económica de nuestro país, todo ello se convierte en malestar social por deudas sociales internas que existían ya, en realidad, desde mucho antes, Vg., inseguridad, desnutrición, quiebra virtual de la salud y educación pública, jubilados, pensionados, cultura del sacrificio y del abandono, (Vg. con personas, familias, aborígenes, excombatientes hoy sin vivienda digna); maestros y médicos rurales, profesores universitarios, etc.; entonces… Raúl Alfonsín, ¿con la democracia se come, se cura y se educa?; o Carlos Menem: ¡Si decía lo que haría no me votarían!; el renovado catálogo de robos y mentiras ´democráticas´ del decenio pasado, o ahora, Mauricio Macri: ¿pobreza cero?
Ninguna de las voces de indignación –en general- exige otro régimen político, distinto a la democracia, sino todo lo contrario. Exigen sólo su propia e ínsita realización de bienestar general y bien común según la misma promete y debe asegurar, sin brillantinas ni intermitencias.
Se habló entonces de falta de legitimidad de la democracia, pero equivocadamente, porque los representantes, representados e instituciones son legítimas. Así lo confirmó tanto el SI al Brexit o el NO al acuerdo de paz colombiano, según los guarismos finales de los referéndum respectivos.
Lo que ha sufrido un serio desgaste es la credibilidad de la política y de los políticos en general, lo cual no es determinante desde el punto de vista legal, pero resulta gravísimo para la vida cotidiana, porque sin confianza, no funcionara ninguna democracia, en cuanto tal.
Nosotros los argentinos, hace mucho tiempo que nos venimos acostumbrando a la languidez e impunidad democráticas.
Una sociedad democráticamente consolidada tiene como punto de partida la existencia en ella de desacuerdos, y parte de su tarea consiste en propiciar acuerdos, porque son los miembros de esa sociedad los que tienen que resolver sus problemas conjuntamente y no puede haber exclusiones. Las sociedades democráticas tienen que ser un sistema de cooperación, solidaridad, complementariedad, cohesión, inclusión e integración local, regional, provincial y nacional, al servicio exclusivo y excluyente de la dignidad y del desarrollo humanos.
En las autocracias, el supuesto acuerdo se impone oficialmente, y ´la tarea´ política se reduce a clausurar medios de comunicación que ¿interpelan o molestan?, a descalificar y silenciar a los disidentes con medios `suficientemente` persuasivos (Vg., los aprietes de la Afip, la discriminación en todo sin licitaciones o concursos públicos que premien idoneidad, trayectoria, solvencia y noble igualdad; etc.)
No existe verdad en política. Existe la búsqueda conjunta de lo justo y lo conveniente al desarrollo común y la paz de todos. La realidad argentina aún nos muestra que las promesas electorales como la defensa del pluralismo o la tolerancia, se parecen y mucho como tantísimas veces a garabatos juveniles en las arenas del mar.
Las decisiones acerca de lo justo y lo injusto requieren ineluctablemente el uso público de la ecuanimidad y de la razón desde el respeto y la tolerancia. Reitero, no existe la verdad en política, pero la misma no debe carecer de una búsqueda conjunta, sincera, desprendida e incesante de lo justo y de lo conveniente a todos. De ahí, con premura, debemos economizar desacuerdos y esforzarnos por conseguir pactos y realizaciones entre políticos, ciudadanos, empresarios, sindicatos, iglesias, ONG`s, medios de comunicación, periodistas y comunicadores, siempre bajo el parejo denominador de la responsabilidad social y de los sacrificios compartidos para el bien común; único fin y límite de todo estado democrático.
Según el índice de democracia, elaborado por la unidad de Inteligencia de The Economist, que pretende determinar el rango de democracia de 165 países, en los últimos años son países escandinavos los que figuran a la cabeza de la clasificación, especialmente Noruega, Islandia, Suecia, Nueva Zelandia, Dinamarca, etc., sin perjuicio del buen posicionamiento entre nosotros, de Canadá y del Uruguay.
¿Las razones de esa buena situación? Fundamentalmente, unas instituciones públicas noruegas sólidas, una cultura basada en la confianza, baja desigualdad, buenos servicios públicos, un sistema de bienestar social que nivela desigualdades, y un índice elevado de participación política.
Ante la franca languidez democrática argentina, ello es malo, infame e irremisible por sí mismo, ya que un noble, cabal y concreto funcionamiento democrático exige igualación, satisfacción e inclusión dignas, todo lo cual nunca será para nosotros, un simple sueño, sino el primer compromiso, común de encarnarlo en la vida política y republicana, haciéndolo pleno desarrollo humano; asignatura pendiente que ya nos corresponde superar más que satisfactoriamente, porque “¡Una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser o grande o democracia” (Theodore Roosevelt, 18581919).
Roberto Fermín Bertossi es experto de la Coneau en cooperativismo.