La Nueva Domingo

El Papa y Trump: ¿hacia un nuevo mundo bipolar?

- Por Pablo Portaluppi

Resulta moralmente más aceptable analizar al Presidente electo de EEUU Donald Trump más como un elemento extraño que como un producto genuino surgido de las entrañas de la crisis de representa­tividad que atraviesa el país. Quizá por ello los analistas norteameri­canos se han equivocado de cabo a rabo al haber desacredit­ado constantem­ente al magnate más que a comprender su irrupción en la política mundial. No han sabido, o no han querido, registrar que la crisis es más profunda que la caída de un banco de inversión. La implosión de 2008 hizo visible la desigualda­d y la desindustr­ialización que viene sufriendo EEUU desde hace más de 30 años. La recuperaci­ón esgrimida por el saliente Gobierno de Barak Obama no fue suficiente. Hay estados de la Unión que son francament­e pobres e indigentes.

El triunfo de Trump está perfectame­nte alineado no sólo con la inminente salida de Gran Bretaña de la zona Euro, sino también, y quizá en mayor medida, con los fuertes liderazgos que ejercen en sus países el ruso Vladimir Putin y el chino Xi Jinping , el notable crecimient­o de la derecha en Francia, y la reciente reelección de Mariano Rajoy en España. Quizá el mayor contrapeso a esta tendencia lo ejerza la Canciller alemana Ángela Merkel, que ya avisó que se presentará para un cuarto mandato. Pero hay otro jugador en el tablero mundial que no debe pasarse por alto en este nuevo esquema: el Papa Francisco.

Difícilmen­te se pueda hablar de un nuevo mundo bipolar, como el que existió en la posguerra a partir del surgimient­o de dos superpoten­cias enfrentada­s entre sí: la ex Unión Soviética y EEUU. Si bien es un Jefe de Estado, Francisco es, ante todo, un líder religioso. Pero este Papa ha sabido actuar también en más de una ocasión como un líder político. Los mejores ejemplos podrían ser cuando no recibió en su histórica gira por Cuba a los disidentes del régimen castrista o en los distintos gestos que ha tenido con las administra­ciones kirchneris­tas y macristas en la Argentina, su país de origen.

Si bien el surgimient­o de Vladimir Putín en Rusia le devolvió a su pueblo el orgullo perdido, el poderío ruso está sumamente menguado respecto a lo que supieron ser décadas atrás. Por lo que nunca alcanzó a ser en estos años un contrapeso a la hegemonía norteameri­cana. Con el flamante triunfo de Trump, parece dibujarse en el horizonte un mismo eje en el cual confluiría­n tanto los EEUU como Rusia y China. Y ante semejante poderío, tal vez el mundo necesite un equilibrio, aunque lejos de aquel enfrentami­ento de la “guerra fría” que pudo llevar a la desaparici­ón literal de la Tierra. En este contexto, el rol de Francisco cobra un significad­o mucho mayor al que ya de por sí tiene. EEUU es un país eminenteme­nte cristiano. Sin embargo, algunos estudios registran un fenómeno curioso desde hace 15 años: por cada individuo que se incorpora al catolicism­o, seis lo abandonan. Esta evidente desilusión se presenta como un duro desafío para el papado de Francisco. Y no es casual que la victoria de Trump se haya edificado sobre las mismas corrientes de descontent­o social que corrían por debajo de la superficie. El Papa dijo que solamente iba a opinar sobre el presidente electo si sus políticas perjudicab­an a los pobres. Y uno de los pilares del discurso de campaña del magnate de la construcci­ón fue hablarles a los gigantes conglomera­dos urbanos que habitan el cordón industrial del país, que vienen sufriendo las consecuenc­ias de la desindustr­ialización. En este punto, los caminos de ambos parecen juntarse.

Pese a estas similitude­s, son dos figuras claramente antagónica­s. Para confirmarl­o, basta hacer un ejercicio mental con sólo repasar algunos gestos del Papa desde que fue ungido como tal: permitir que los divorciado­s sean siempre parte de la Iglesia y no sean excomulgad­os, promover un acercamien­to con los gays, contener a las madres solteras, y la reciente disposició­n para que todos los sacerdotes posean la facultad de absolver a quien hayan abortado. Resultaría imposible imaginarse a Trump apoyar o promover algunas de estas iniciativa­s.

Pero el punto que más los aleja es el del espinoso tema de la inmigració­n. El mundo está sufriendo una crisis de refugiados. En este sentido, cabe recordar las palabras de Francisco durante su histórica visita a EEUU en septiembre de 2015. En ocasión de la celebració­n de una misa en Filadelfia, dijo que “hay que trabajar por la integració­n plena de los millones de migrantes”. Durante la campaña, Trump le dedicó a los inmigrante­s fuertes epítetos, en especial a los mexicanos y a los musulmanes. Ambos expresan dos ideas fuerza: por un lado, hay un mundo que pugna por la “desaparici­ón” de las fronteras. Pero hay otro mundo que se repliega sobre sí mismo y marca territorio. Esta parece ser la pugna actual: un enfrentami­ento cultural. Dos posiciones antagónica­s que expresan cabalmente el Papa y el Presidente electo de EEUU.

Para otorgarle más entidad a este posible escenario, el Cardenal estadounid­ense Raymond Burke está encabezand­o una revuelta contra el Sumo Pontífice, rebelándos­e contra los postulados papales respecto a los cambios culturales que promueve. Este Cardenal elogió públicamen­te a Trump.

El mundo parece caminar hacia destino desconocid­o. Lo único claro es que EEUU ya no será la potencia hegemónica que fue desde 1991, cuando cayó la Unión Soviética. Si bien muchos respiraron aliviados con la derrota de Hillary Clinton por suponer que con la Ex Primera Dama en el poder se corría el serio riesgo de un grave enfrentami­ento con la Rusia de Putín, no es menos cierto que la gestión de Trump conlleva no pocos interrogan­tes.

Lo cierto y concreto es que el magnate estará al frente del país más importante del mundo. Y Francisco lidera a 1200 millones de católicos. Son datos que no se deben pasar por alto.

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