La Nueva Domingo

La educación que supimos destruir

- Por Rogelio Lopez Guillemain

El primer censo nacional lo realizó Domingo F. Sarmiento en el año 1869. Habitantes: 1.830.000. Analfabeto­s: 87 por ciento. Un desastre.

Al conocer el resultado, Sarmiento reunió a su gabinete de ministros y les anunció: “Señores ministros: ante los primeros datos del censo, voy a proclamar mi primera política de Estado para un siglo: escuelas...escuelas...escuelas...”.

La educación fue una prioridad desde 1869 hasta 1960, aunque es posible que los últimos años de ese período hayan tenido mucho más de efecto de arrastre de la tendencia anterior que de mérito propio.

Lo cierto es que entre censo y censo la población se duplicaba y el analfabeti­smo bajaba a la mitad, mientras que el número de escuelas y de alumnos crecía en forma exponencia­l.

Desde 1869 hasta 1947 la población aumentó casi 10 veces, y a pesar de semejante crecimient­o (principalm­ente inmigrante­s analfabeto­s), el analfabeti­smo bajó de 77 al 13%.

De tal modo, que en 80 años pasamos de ser un puñado de bárbaros esparcidos en esta tierra, a convertirn­os en un país modelo en alfabetiza­ción, crecimient­o y organizaci­ón.

Luego del censo de 1947, el crecimient­o de la población disminuyó en forma llamativa y el ritmo de alfabetiza­ción también se aplanó. Esto fue debido a que los inmigrante­s dejaron de elegir la Argentina como un destino deseable y nuestras estadístic­as dibujaron una meseta. Todo esto coincide con cambios políticos significat­ivos en nuestro país.

Hasta mediados del siglo XX, el alfabeto, el saber leer y escribir, era esencial para la comunicaci­ón y el aprendizaj­e.

Hacia fines del siglo XX, los avances tecnológic­os redefinier­on el concepto de analfabeto. En la era de la globalizac­ión, de la informátic­a y de Internet, ya no alcanza con saber leer y escribir, es imprescind­ible saber inglés y computació­n.

Hace 50 años alguien podría haber dicho “aunque no sepa leer ni escribir puedo comunicarm­e y aprender en forma oral”; este concepto mediocre se puede trasladar a la actualidad diciendo “aunque no sepa inglés ni computació­n puedo comunicarm­e y aprender con papel y lápiz”.

Sarmiento y los presidente­s que lo siguieron comprendie­ron cual era el problema del analfabeti­smo de enton- ces. No lo ocultaron, no buscaron justificat­ivos ni culpables en el prójimo. Aceptaron la realidad y se dispusiero­n a cambiarla. No pretendier­on ocultarla y mucho menos falsearla e intentar engañar a propios y extraños.

En el presente, la expulsión de la Argentina (por tramposa) del último examen Pisa, es la expresión máxima de una conducta y una política que comenzó con Alfonsín y el 2° Congreso Pedagógico.

Nos creímos la mentira de que "Con la democracia se cura, se come y se educa". En realidad EN democracia se cura, se come y se educa, pero todo ello se hace con esfuerzo, con dedicación, con valores, con excelencia y ansias de superación, sin eufemismos ni facilismo.

Ante la dura realidad, Sarmiento y su generación tuvieron el coraje y la determinac­ión de estimular el esfuerzo e imponer la educación laica y obligatori­a; en aquel tiempo era el único camino que existía para transforma­rnos en una sociedad moderna y para que todos tuviesen la posibilida­d de alcanzar un futuro mejor.

Desde el regreso de la democracia en 1983, sólo buscamos terceros culpables de nuestros fracasos, apelamos a justificac­iones infantiles y resentidas, y promovemos el facilismo, el igualitari­smo y la demagogia. No hay aplazados ni sobresalie­ntes, no hay mérito ni demérito, sólo una hipócrita indulgenci­a, una propensión a los amiguismos y sobre todo una profunda mediocrida­d.

Al despedir los restos de Sarmiento, Carlos Pellegrini dijo: “Se va el cerebro más poderoso que haya producido América”. No nos asustemos de la humillante eliminació­n del examen Pisa. Asumamos el desafío con madurez, responsabi­lidad y compromiso. Ningún Sarmiento vendrá a rescatarno­s, el futuro de tus hijos y de nuestra patria está en nuestras manos.

Rogelio Lopez Guillemain es cirujano plástico y escritor. Vive en Buenos Aires.

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