Hay un antes y un despues
“Dice que escribís mal”, me dijo Zuly. Se refería al comentario de una amiga en común. Puedo aceptar que mi estilo no guste, que se rechace mi costumbrismo o que se considere que abuso de lo autorreferencial, pero ¿ escribir mal? Era una crítica estreno. Me llevó alrededor de diez minutos comprender que el juicio partía de la emisora de la frase, movida, sin duda, por pasiones ocultas... o convicciones, ¿por qué no? Así comenzó mi “después” con Zuly, con la que, por otra parte, no dejé de alternar. Seré antigua, pero existen adjetivos de uso prohibido: por ejemplo, “gorda”, “vieja”, “incapaz”. Y cuando un amor se hace trizas, que es también como un cristal, el retorno –si sucede– pega los trozos, pero no recupera la pieza dañada. Si el miembro de una pareja f ue traicionado, pero se acomoda a un regreso, es probable que sospeche de una reiteración del agravio. Perdonar es respirar hondo y permitir que el que nos lesionó continúe su camino lejos o cerca… solo que con “algo” apuñalando sin cesar. Comencemos por la ética personal, para no arrojar primeras piedras en nuestra marcha vital. Pitágoras nos previno: “Purifica tu corazón antes de permitir que el amor se asiente en él, ya que la mitad más dulce se agría en un vaso sucio”. ¿Hay propia responsabilidad cuando el otro nos lastima? Sin duda, y casi siempre es soberbia, autosuficiencia, desinterés, apatía, indolencia, astucia, manipulación, fraude… Pero el “después” tiene vida propia, se instala en el eje de nuestro cuerpo sin pedir permiso, autorización ni dispensa. La herida cicatrizada permanece enterita. 30 Aristóteles afirma: “Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta sencillo”. La situación o persona que nos enoja recrea frente a nosotros una característica propia de nuestra personalidad; precisamente, la que deseamos dominar. ¿Quién no se burla del prójimo, olvidando que el humor es solo una máscara de la verdad? Pero hubo un “antes” que no quisimos ver, obnubilados en nuestro narcisismo. Lacan decía que el hombre se enoja porque nace enojado. De ahí, su llanto. Pero hay que superar la ira, dando algún paso atrás: y sí, se suele compartir el mismo lecho con el acometedor. Cuando se ama, el “después” se adivina, aun sin búsquedas detectivescas. Pedro Miguel Obligado escribió: “Ella me miró y me dijo / - estoy sola, se hace tarde / y al fin sé que no me quieres / ¿ no te parece bastante? (…) Su mirada era una lágrima / que en vez de llorar mirase. / Se alejó bajo la lluvia / como un bajel que se parte; / y me quedó su lamento: / ¿ no te parece bastante?”.
, “La situacion o persona que nos enoja recrea , frente a nosotros una caracteristica propia de nuestra personalidad: la que deseamos dominar“.