La Nueva Domingo

Bled es un pueblo de ensueño ubicado al norte de Eslovenia. Su sello distintivo es una iglesia construida en el medio de una isla, a la que los locales y turistas se acercan atraidos por los mitos que la rodean. Un viaje a un rincón encantado en el corazó

BLED SE DESTACA POR SU PEQUEÑA ISLA EN EL MEDIO DE UN LAGO, DONDE SE ERIGE UNA IGLESIA RODEADA DE MITOS. VIAJAMOS AL NORTE DE ESLOVENIA PARA VISITAR UNA CIUDAD DIGNA DE UN CUENTO DE HADAS.

- Texto y fotos: María Sol Oliver.

Llegar a Bled es como entrar en una cajita de cristal, un poco soñada, un poco de juguete, pero real. Todo el entorno parece dibujado. Los micros que recorren los cincuenta y cinco kilómetros desde Liubliana, la capital de Eslovenia, hasta este pequeño pueblo que tiene miles de años (y muy pocos habitantes) estacionan a la vera del camino; entonces, la mística del lugar se percibe en forma de shock sensorial cuando la mirada del viajero hace la primera panorámica, apenas pone un pie en tierra firme. Se respira aire puro, de montaña y se exhala magia. Esa es la primera impresión. Entre tantas grandes capitales, ciudades increíbles y llenas de historia del Viejo Continente, Bled es como un oasis natural. Ahí, en el centro del mapa, aparece como un punto chiquitito y una referencia exacta que divide a la Europa occidental de la oriental, en un juego de contrastes donde también lo medieval se entremezcl­a con lo moderno y lo más cool con las reminiscen­cias mochileras. La atracción principal de este pueblo esloveno es el lago que lleva su nombre, de origen glaciar y rodeado por las montañas de los Alpes Julianos, con sus picos altos y blancos. Hacia arriba, las tonalidade­s grisáceas y lejanas se combinan con la niebla y con las nubes que, a veces, tapan el cielo. El lago Bled tiene poco más de dos kilómetros de longitud y, aproximada­mente, uno y medio de ancho. En el medio hay una pequeñísim­a isla, salida de un cuento de hadas, con muchísimas leyendas que se tejieron a su alrededor. Sobre ella, resalta la iglesia de la Asunción de la Virgen: de estilo gótico, de la que no se conoce exactament­e su fecha de construcci­ón, pero se sabe que apareció por primera vez en textos que datan del año 118⒌ Llegar hasta allí no es tan sencillo: primero hay que embarcarse en el

Pletna, como se les llama a los barcos tradiciona­les, que son pequeños, de madera y algo rudimentar­ios, con techos de lino que protegen de la lluvia y del sol. Después, hay que subir 99 escalones de piedra hasta la iglesia. El que logra la travesía tiene que hacer un esfuerzo más y acercarse hasta el campanario. Hay dos mitos populares que circulan alrededor de este: el primero dice que se cumple un deseo por cada campanada; el segundo, que las campanas originales quedaron en el fondo del lago después de una fortísima tormenta, y que las que están ahora fueron un regalo de un papa hace cientos de años. Incluso antes de su construcci­ón, la iglesia ya tenía custodia. Sobre un acantilado, que se eleva unos ciento treinta metros por encima del lago, ya existía una torre románica, parte de un castillo con una fortaleza todavía poderosa y monumental. Sus orígenes se remontan al 10 de abril de 1004, cuando –según los documentos– Enrique II, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, donó las tierras al Obispo de Brixen. Ahora hay un museo que se puede visitar solo si se hace a la idea de que subir conlleva entre quince y veinte minutos de caminata por unas escaleras de piedra corroídas por el tiempo, rodeadas de bosque. Cada paso, aunque algo vertiginos­o, contiene vistas increíbles hacia el lago y hacia las montañas. Muy cerca, en una de las laderas del acantilado, hay otra pequeña capilla muy vistosa, Sv. Martinu, obra de Jože Plečnik, uno de los más grandes arquitecto­s eslovenos, que vivió entre 1872 y 195⒎ De hecho, fue catalogado como “el arquitecto nacional” por querer hacer de su arte un instrument­o al servicio de la afirmación de la

identidad eslovena ente a la cultura germánica dominante en el Imperio austrohúng­aro. Otro bastión histórico y representa­tivo del lugar.

Bled deportivo

Subir y bajar infinidad de escalinata­s de piedra para visitar iglesias y castillos no es la única manera de hacer ejercicio en Bled. Una de las mejores caminatas es alrededor del lago: el paisaje perfecto queda impregnado en los ojos, la piel y el olfato. Cada cierta cantidad de metros hay restaurant­es, bares y clubes náuticos, donde se puede hacer una parada para disfrutar una de las mejores cervezas del mundo, mirando los patos y los cisnes, escuchando los pájaros, y deleitándo­se con la vegetación tan imponente. Llama mucho la atención el cuidado de los eslovenos por la naturaleza y sus parques. Ellos los denominan villas del recreo, y recorrer esos espacios no tiene desperdici­o. Una de las más distinguid­as es la Villa Bled, que se dice era utilizada en verano por el emperador Tito. En Villa Zora, diseño del ar- quitecto y paisajista sueco Carl Gustav Svensson en 1890, están las dependenci­as municipale­s, algunos comercios y cafés. De inmediato, uno logra comprender por qué los turistas asiáticos están todo el tiempo con la cámara en la mano: se hace irresistib­le el deseo de capturar todo lo perceptibl­e en el backup de la memoria humana. Si se es un deportista un poco más entrenado, hay experienci­as muy recomendab­les para lo que se denomina “turismo activo”: se puede cabalgar, escalar, pescar, hacer rafting, kayak,

windsurf, canoa, ciclismo, esquí o golf (por supuesto, siempre dependiend­o de la época del año en que se viaje). Cerca del centro cívico, de la orilla de lago y de una hermosa plazoleta que tiene un gazebo ideal para otro descanso (y, por qué no, unos ricos mates), se avizora el estacionam­iento de un club enorme, con una pista de hockey sobre hielo con capacidad para mil espectador­es. Se trata del HK MK Bled (o Hokejski Klub Mlade Kategorije Bled), fundado en 1999 para un deporte que tiene reconocimi­ento mundial en Eslovenia. De hecho, hoy, el equipo de HK MK Bled juega en la liga internacio­nal y sus partidos son un gran atractivo… Aunque, digámoslo, los turistas y aficionado­s suelen interesars­e más por la pista de patinaje.

Destino terapéutic­o

Las montañas eslovenas tienen su historia: fueron el escenario de uno de los entes más sangriento­s de la Primera Guerra Mundial. Allí se desataron las batallas de Soca, que terminaron con la vida de tresciento­s mil soldados del Imperio Austrohúng­aro y de Italia, entre 1915 y 19⒘ En Kobarid, una de

las poblacione­s cercanas al Parque Nacional Triglav, hay un museo que recuerda los hechos (la zona también fue lugar de trabajo forzado para los prisionero­s de guerra rusos). Desandar Bled es tropezarse con hospedajes para todos los gustos. Debe de haber más un centenar para los turistas que llegan de todas partes del Planeta, con edades y presupuest­os variados. Hay desde residencia­s lujosas hasta pensiones o hostels a la medida de cada mochilero más o menos hip

pie, más o menos ávido en socializar, más o menos experto en turismo de aventuras. Todo convive armoniosam­ente a pocos metros de las construcci­ones medievales, cerca de las “topísimas” canchas golf, lindando con algún sex shop o con una cervecería tradiciona­l que convoca a grupos de amigos ocasionale­s, parejas y, por qué no, algún que otro viajero solitario. La ciudad es conocida, además, por las piletas de aguas termales que ofrecen sus hoteles más exclusivos. Y esto constituye un apartado especial, ya que Bled ganó fama internacio­nal alrededor de 1855, cuando Arnold Rikli, especialis­ta en medicina natural, fundó allí una clínica que en la actualidad goza de un gran reconocimi­ento. Los baños de sol y de aire, junto a la

Parque Nacional Triglav

Bled se sitúa al pie del Parque Nacional Triglav, el único de este tipo en Eslovenia y uno de los más antiguos de Europa, cerca de la frontera con Austria y con Italia. Prácticame­nte, cubre todos los Alpes Julianos dentro del territorio de Eslovenia. Fue fundado en 1906, en la zona de los Siete Lagos y recibe el nombre de su cumbre más alta, que llega a los 2862 m. Para los que se animan al trekking, hay caminos que suben desde varios puntos a los refugios de montaña en torno a Triglav. Hay más de cuatrocien­tas montañas que sobrepasan los dos mil metros de altura, entre las que destacan Mangrt, Jalovec, Prisojnik y Špik. hidroterap­ia, son parte de su célebre sistema terapéutic­o. No nos podemos despedir de aquí sin degustar sus sabores y platos típicos. La gastronomí­a incluye sopas, goulash (si hace ío, mejor), pastas y pizza, muy al estilo italiano. La cocina balcánica también fue muy bien adoptada no solo por los eslovenos, sino también por sus vecinos croatas. En el menú de cualquiera de sus restaurant­es es fácil encontrar čevapčiči. El plato consiste en algo similar a las albóndigas de carne, pero en forma de pequeñas salchichas. Se hacen a la parrilla, son muy sabrosas y se las puede comer con distintas salsas, o entre panes, como sándwich. A la hora de lo dulce, todos recomienda­n el postre kremšnita, un pastel de hojaldre y crema. Porque en Bled hay de todo, menos dulce de leche.

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Arriba: Uno de los caminos que bordean el lago. Abajo: pequeñas canoas en la vera de uno de los clubes náuticos de Bled. En la otra página: el castillo medieval sobre el acantilado. A la derecha, la capilla Sv. Martinu, obra del arquitecto esloveno,...
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