Bled es un pueblo de ensueño ubicado al norte de Eslovenia. Su sello distintivo es una iglesia construida en el medio de una isla, a la que los locales y turistas se acercan atraidos por los mitos que la rodean. Un viaje a un rincón encantado en el corazó
BLED SE DESTACA POR SU PEQUEÑA ISLA EN EL MEDIO DE UN LAGO, DONDE SE ERIGE UNA IGLESIA RODEADA DE MITOS. VIAJAMOS AL NORTE DE ESLOVENIA PARA VISITAR UNA CIUDAD DIGNA DE UN CUENTO DE HADAS.
Llegar a Bled es como entrar en una cajita de cristal, un poco soñada, un poco de juguete, pero real. Todo el entorno parece dibujado. Los micros que recorren los cincuenta y cinco kilómetros desde Liubliana, la capital de Eslovenia, hasta este pequeño pueblo que tiene miles de años (y muy pocos habitantes) estacionan a la vera del camino; entonces, la mística del lugar se percibe en forma de shock sensorial cuando la mirada del viajero hace la primera panorámica, apenas pone un pie en tierra firme. Se respira aire puro, de montaña y se exhala magia. Esa es la primera impresión. Entre tantas grandes capitales, ciudades increíbles y llenas de historia del Viejo Continente, Bled es como un oasis natural. Ahí, en el centro del mapa, aparece como un punto chiquitito y una referencia exacta que divide a la Europa occidental de la oriental, en un juego de contrastes donde también lo medieval se entremezcla con lo moderno y lo más cool con las reminiscencias mochileras. La atracción principal de este pueblo esloveno es el lago que lleva su nombre, de origen glaciar y rodeado por las montañas de los Alpes Julianos, con sus picos altos y blancos. Hacia arriba, las tonalidades grisáceas y lejanas se combinan con la niebla y con las nubes que, a veces, tapan el cielo. El lago Bled tiene poco más de dos kilómetros de longitud y, aproximadamente, uno y medio de ancho. En el medio hay una pequeñísima isla, salida de un cuento de hadas, con muchísimas leyendas que se tejieron a su alrededor. Sobre ella, resalta la iglesia de la Asunción de la Virgen: de estilo gótico, de la que no se conoce exactamente su fecha de construcción, pero se sabe que apareció por primera vez en textos que datan del año 118⒌ Llegar hasta allí no es tan sencillo: primero hay que embarcarse en el
Pletna, como se les llama a los barcos tradicionales, que son pequeños, de madera y algo rudimentarios, con techos de lino que protegen de la lluvia y del sol. Después, hay que subir 99 escalones de piedra hasta la iglesia. El que logra la travesía tiene que hacer un esfuerzo más y acercarse hasta el campanario. Hay dos mitos populares que circulan alrededor de este: el primero dice que se cumple un deseo por cada campanada; el segundo, que las campanas originales quedaron en el fondo del lago después de una fortísima tormenta, y que las que están ahora fueron un regalo de un papa hace cientos de años. Incluso antes de su construcción, la iglesia ya tenía custodia. Sobre un acantilado, que se eleva unos ciento treinta metros por encima del lago, ya existía una torre románica, parte de un castillo con una fortaleza todavía poderosa y monumental. Sus orígenes se remontan al 10 de abril de 1004, cuando –según los documentos– Enrique II, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, donó las tierras al Obispo de Brixen. Ahora hay un museo que se puede visitar solo si se hace a la idea de que subir conlleva entre quince y veinte minutos de caminata por unas escaleras de piedra corroídas por el tiempo, rodeadas de bosque. Cada paso, aunque algo vertiginoso, contiene vistas increíbles hacia el lago y hacia las montañas. Muy cerca, en una de las laderas del acantilado, hay otra pequeña capilla muy vistosa, Sv. Martinu, obra de Jože Plečnik, uno de los más grandes arquitectos eslovenos, que vivió entre 1872 y 195⒎ De hecho, fue catalogado como “el arquitecto nacional” por querer hacer de su arte un instrumento al servicio de la afirmación de la
identidad eslovena ente a la cultura germánica dominante en el Imperio austrohúngaro. Otro bastión histórico y representativo del lugar.
Bled deportivo
Subir y bajar infinidad de escalinatas de piedra para visitar iglesias y castillos no es la única manera de hacer ejercicio en Bled. Una de las mejores caminatas es alrededor del lago: el paisaje perfecto queda impregnado en los ojos, la piel y el olfato. Cada cierta cantidad de metros hay restaurantes, bares y clubes náuticos, donde se puede hacer una parada para disfrutar una de las mejores cervezas del mundo, mirando los patos y los cisnes, escuchando los pájaros, y deleitándose con la vegetación tan imponente. Llama mucho la atención el cuidado de los eslovenos por la naturaleza y sus parques. Ellos los denominan villas del recreo, y recorrer esos espacios no tiene desperdicio. Una de las más distinguidas es la Villa Bled, que se dice era utilizada en verano por el emperador Tito. En Villa Zora, diseño del ar- quitecto y paisajista sueco Carl Gustav Svensson en 1890, están las dependencias municipales, algunos comercios y cafés. De inmediato, uno logra comprender por qué los turistas asiáticos están todo el tiempo con la cámara en la mano: se hace irresistible el deseo de capturar todo lo perceptible en el backup de la memoria humana. Si se es un deportista un poco más entrenado, hay experiencias muy recomendables para lo que se denomina “turismo activo”: se puede cabalgar, escalar, pescar, hacer rafting, kayak,
windsurf, canoa, ciclismo, esquí o golf (por supuesto, siempre dependiendo de la época del año en que se viaje). Cerca del centro cívico, de la orilla de lago y de una hermosa plazoleta que tiene un gazebo ideal para otro descanso (y, por qué no, unos ricos mates), se avizora el estacionamiento de un club enorme, con una pista de hockey sobre hielo con capacidad para mil espectadores. Se trata del HK MK Bled (o Hokejski Klub Mlade Kategorije Bled), fundado en 1999 para un deporte que tiene reconocimiento mundial en Eslovenia. De hecho, hoy, el equipo de HK MK Bled juega en la liga internacional y sus partidos son un gran atractivo… Aunque, digámoslo, los turistas y aficionados suelen interesarse más por la pista de patinaje.
Destino terapéutico
Las montañas eslovenas tienen su historia: fueron el escenario de uno de los entes más sangrientos de la Primera Guerra Mundial. Allí se desataron las batallas de Soca, que terminaron con la vida de trescientos mil soldados del Imperio Austrohúngaro y de Italia, entre 1915 y 19⒘ En Kobarid, una de
las poblaciones cercanas al Parque Nacional Triglav, hay un museo que recuerda los hechos (la zona también fue lugar de trabajo forzado para los prisioneros de guerra rusos). Desandar Bled es tropezarse con hospedajes para todos los gustos. Debe de haber más un centenar para los turistas que llegan de todas partes del Planeta, con edades y presupuestos variados. Hay desde residencias lujosas hasta pensiones o hostels a la medida de cada mochilero más o menos hip
pie, más o menos ávido en socializar, más o menos experto en turismo de aventuras. Todo convive armoniosamente a pocos metros de las construcciones medievales, cerca de las “topísimas” canchas golf, lindando con algún sex shop o con una cervecería tradicional que convoca a grupos de amigos ocasionales, parejas y, por qué no, algún que otro viajero solitario. La ciudad es conocida, además, por las piletas de aguas termales que ofrecen sus hoteles más exclusivos. Y esto constituye un apartado especial, ya que Bled ganó fama internacional alrededor de 1855, cuando Arnold Rikli, especialista en medicina natural, fundó allí una clínica que en la actualidad goza de un gran reconocimiento. Los baños de sol y de aire, junto a la
Parque Nacional Triglav
Bled se sitúa al pie del Parque Nacional Triglav, el único de este tipo en Eslovenia y uno de los más antiguos de Europa, cerca de la frontera con Austria y con Italia. Prácticamente, cubre todos los Alpes Julianos dentro del territorio de Eslovenia. Fue fundado en 1906, en la zona de los Siete Lagos y recibe el nombre de su cumbre más alta, que llega a los 2862 m. Para los que se animan al trekking, hay caminos que suben desde varios puntos a los refugios de montaña en torno a Triglav. Hay más de cuatrocientas montañas que sobrepasan los dos mil metros de altura, entre las que destacan Mangrt, Jalovec, Prisojnik y Špik. hidroterapia, son parte de su célebre sistema terapéutico. No nos podemos despedir de aquí sin degustar sus sabores y platos típicos. La gastronomía incluye sopas, goulash (si hace ío, mejor), pastas y pizza, muy al estilo italiano. La cocina balcánica también fue muy bien adoptada no solo por los eslovenos, sino también por sus vecinos croatas. En el menú de cualquiera de sus restaurantes es fácil encontrar čevapčiči. El plato consiste en algo similar a las albóndigas de carne, pero en forma de pequeñas salchichas. Se hacen a la parrilla, son muy sabrosas y se las puede comer con distintas salsas, o entre panes, como sándwich. A la hora de lo dulce, todos recomiendan el postre kremšnita, un pastel de hojaldre y crema. Porque en Bled hay de todo, menos dulce de leche.