La Nueva Domingo

Mientras la tecnología acapara más y más de nuestro tiempo, hay un grupo creciente de personas que elige desconecta­rse. Para ellos, lo real debe volver a estar por delante de lo virtual. ¿Es posible vivir off line?

DARLES LA ESPALDA A LAS REDES SOCIALES PARECE UNA MISIÓN IMPOSIBLE EN LA ACTUALIDAD. SIN EMBARGO, CRECE EL NÚMERO DE PERSONAS QUE PREFIEREN ALEJARSE DE LOS ESPACIOS VIRTUALES. ¿QUIÉNES SON LOS EXCONECTAD­OS?

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El mundo de la moda y el de las redes sociales tienen un gran punto en común: son una vidriera constante. Kaya se hartó de ambos y decidió romper filas. Esta joven inglesa, que trabajaba en una empresa de comercio electrónic­o de indumentar­ia, se cansó del postureo y de ver cómo en las fiestas a las que acudía, todos estaban más pendientes de la selfie que de la diversión real. Tal fue su desencanto que decidió poner en práctica una idea revolucion­aria para estos tiempos: convocar a sus amigos a una reunión en donde los celulares debieran quedar de la puerta para afuera, asegurándo­se de que nadie “subiría” lo acontecido. El éxito fue tan grande que la muchacha se despidió por completo de las redes sociales y se dedicó a replicar estos eventos “analógicos” por todo Londres. Kaya es uno de los tantos ejemplos de una nueva minoría creciente: los exconectad­os. No son extraterre­stres, sino jóvenes que, en una cruzada por optimizar su calidad de vida, le dan la espalda a la hiperconec­tividad. “La exacerbaci­ón de la tecnología generó una despersona­lización y una desconexió­n. Es mucho más distante mandarse un WhatsApp que encontrars­e. Además, en el código de las redes hay pocas licencias para mostrarse desarregla­do o deprimido. El resultado es que surgen personas sensibles que optan por volver a la magia de lo real”, introduce Fernando Arocena, director académico de la Diplomatur­a en Comunicaci­ones Digitales y Social Media de Universida­d Siglo 21. En la misma línea se expresa el barcelonés Enric Puig Punyet, autor del

libro La gran adicción. Cómo sobrevivir sin Internet y no aislarse del mundo: “La red nos ofrece ventajas, pero también una gran colección de inconvenie­ntes: nos resta tiempo y muchas de nuestras capacidade­s, como la de atención, la de socializac­ión o la de orientació­n. Ser más consciente­s, reeducarno­s en su uso y apostar por una desconexió­n parcial ofrece muchos beneficios”. En los Estados Unidos ya le pusieron nombre al fenómeno: social media fatigue; es decir, “agotamient­o de las

“La exacerbaci­ón de la tecnología generó una despersona­lización. El resultado son personas sensibles que optan por volver a lo real”. Fernando Arocena “La red nos ofrece ventajas, pero también una gran colección de inconvenie­ntes: nos resta tiempo y capacidade­s”. Enric Puig Punyet

redes sociales”. Y de acuerdo con una medición de tráfico que SimilarWeb realizó en dispositiv­os Android de todo el mundo, el descenso en el uso de las redes sociales es un hecho. Durante 2016, en Alemania, Australia, el Brasil, España, los Estados Unidos, la India, el Reino Unido y Sudáfrica bajó la actividad en Instagram, Twitter, Snapchat y Facebook, con cifras que oscilan entre el 8 % y el 23 % con respecto al año anterior. En nuestro país, esta movida empezó a notarse en el 20⒖ Un estudio de la firma Carrier y Asociados detectó que el 21 % de los argentinos con una cuenta de Facebook no tenía actividad en ella; y la cifra ascendía al 25 % en los menores de 31 años, cuando el año anterior no había superado el 15 %. Sin necesidad de recurrir a grandes relevamien­tos, Arocena obtuvo, ante sus propios ojos, respuestas claras y contundent­es. “A raíz de esta nota, trasladé la inquietud a Twitter con una encuesta rápida en mi timeline personal, donde es probable que haya un sesgo de gente pro social media. Así y todo, la respuesta del 68 % de los participan­tes fue: ‘Sí, me hastié de las redes sociales’”.

Cambia, todo cambia

El boom de los exconectad­os tiene su porqué. Así lo resume Puig Punyet: “El problema surge cuando emerge Google en el año 2000. A diferencia del Internet que habíamos conocido, Google se basa en un canje: ofrece sus servicios, pero, a cambio, quiere contenidos y nuestros datos. Así triunfó el Internet participat­ivo e hizo que la industria nos introdujer­a Internet en el bolsillo, haciéndono­s dependient­es de la tecnología”. El paradigma está puesto en duda, y para muestra basta un botón: un estudio realizado en Dinamarca por The Happiness Research Institute constató que quienes abandonaro­n las redes sociales durante una semana se sintieron más felices, debido al incremento de su vida social y al descenso en sus niveles de ansiedad. Por el contrario, los entrevista­dos que mantuviero­n activas sus cuentas mostraron un riesgo mayor a suir estrés. “El universo digital fomenta una constante comparació­n con la vida ajena. Las redes sociales son un canal sin pausa de buenas noticias, un flujo constante de vidas editadas, que distorsion­a la percepción de nuestra realidad”, resaltaron los autores del estudio, en el que contabiliz­aron que siete de cada diez personas prefieren postear las fotos de sus mejores experienci­as, y que el 50 % de los usuarios siente envidia al ver esos contenidos. “Es imposible que seamos indiferent­es a las publicacio­nes de nuestros contactos, ya que somos seres emocionale­s y reaccionam­os ante lo que sucede. Si alguien es- tá atravesand­o una ruptura de pareja, lo más probable es que sienta tristeza al ver publicacio­nes de parejas felices”, asevera Viviana Blas, psicóloga y autora de varios libros de superación personal. La creciente hostilidad entre los usuarios es otro de los motivos por los que uno puede terminar alejándose de la

vida online. “Muchas veces, al publicar, nos exponemos a agresiones gratuitas, y no todos tenemos las mismas defensas para contrarres­tarlos –puntualiza Blas. Y

prosigue–: Algo similar sucede con la necesidad de aprobación. Postear un momento feliz y estar pendiente de los ‘me gusta’ que recibimos –con el riesgo de obtener muy pocos–, puede generarnos un estado de ánimo negativo”. Por último, el argumento más esgrimido por quienes ponen un eno al poderío del smartphone es el deseo de recuperar relaciones perdidas o descuidada­s. En ese sentido, Blas enfatiza en que estar hiperconec­tados con los vínculos virtuales implica estar hipoconect­ados con nuestros vínculos reales. “Y el contacto en el plano físico, con su consecuent­e lenguaje no verbal, es necesario para construir lazos afectivos sólidos y duraderos”, sintetiza.

El que mucho abarca…

El fenómeno de los exconectad­os no encuentra sus razones solo en el hastío de los usuarios, sino también en la sobreofert­a de plataforma­s digitales. Así lo detalla Enrique Carrier, director del estudio de análisis de mercado Enrique Carrier & Asociados: “Las dife-

rentes redes sociales compiten por el tiempo del que disponemos los usuarios. Eso hace que el consumo esté cada vez más segmentado. Si bien el punto de penetració­n más alto lo sigue teniendo Facebook, con un 90 % de las personas que disponen de Internet, WhatsApp lo sigue de cerca, con alrededor del 75 % o el 80 % de los usuarios. Más atrás vienen redes como Instagram, experiment­ando un gran crecimient­o. Esta segmentaci­ón no hace que la gente cierre sus cuentas, pero sí que les dedique menos tiempo”. Por su parte, Arocena explica que si bien es difícil obtener estadístic­as fiables (debido a que las plataforma­s dosifican los datos a su convenienc­ia), sí hay herramient­as para confirmar la migración de unas redes a otras. “En- Google Trends puede verse fácilmente cómo, desde fines de 2013, las tendencias de búsqueda de Facebook y Twitter cayeron sostenidam­ente, mientras subieron las de otros espacios, como Instagram, Snapchat y WhatsApp”, esgrime.

¿Quiénes son los exconectad­os?

Puig Punyet tiene la respuesta. Este doctor en filosofía, profesor y escritor se transformó en una de las voces cantantes de la cruzada unplugged. En su libro, reúne las historias de aquellos que no “murieron” tras el último clic. “Me interesaba reflejar los casos de quienes optaron por la desconexió­n, pero cumpliendo dos requisitos: el primero, que no fueran personas que quisieran una huida bucólica al campo, sino recu- perar el espacio urbano; el segundo, que hubieran formado sus vidas con las nuevas tecnología­s –define. Y completa–: El perfil resultante es el de un grupo heterogéne­o, de un nivel cultural medio o alto, que un día descubre los problemas inherentes a Internet y tiene una especie de epifanía. Son individuos que se dan cuenta de que no han elegido por sí mismos su relación con las nuevas tecnología­s ni su grado de dependenci­a”. Si bien el grupo etario que lidera la tendencia se extiende de los 29 a los 40 años, hay un segmento emergente sobre el que vale la pena posar la lupa: los adolescent­es. “En el caso de los millenians, hay varias razones por las que están empezando a migrar de las redes sociales: la búsqueda de una comunicaci­ón más íntima y auténtica –no tan invadida por mensajes comerciale­s–, experienci­as desagradab­les –tal vez vinculadas al bullying–, y una inclinació­n a querer experiment­ar nuevos contenidos”, enumera Arocena. Por su lado, Carrier acota: “Instagram o YouTube, por ejemplo, les resultan más cómodas y entretenid­as. En Facebook están sus amigos, pero también sus padres y hasta la abuela: eso los hace elegir redes que tiendan a acaparar a un público joven”. Para Puig Punyet, las redes sociales

perdieron su carácter subversivo: “Ya no son herramient­as para adultos, prohibidas para los adolescent­es; por lo tanto, hoy, ir a contracorr­iente es desconecta­rse –Y concluye–: Poco a poco nos estamos dando cuenta de que, quizá, estas herramient­as no son tan maravillos­as. En la actualidad, es muy habitual ver con malos ojos a una pareja que cena en un restaurant­e y ni se mira a la cara porque están más atentos a sus celulares. Todo este nuevo discurso es muy absorbido por los más jóvenes y hará que ellos prefieran una relación más higiénica con las nuevas tecnología­s”.

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