Los miedos son parte natural del crecimiento de los chicos. La psicopedagoga española Montse Domènech aconseja cómo acompañar a nuestros hijos en sus temores más recurrentes.
LOS MIEDOS SON PARTE NATURAL Y NECESARIA DEL CRECIMIENTO DE LOS NIÑOS. LA PSICOPEDAGOGA MONTSE DOMÈNECH AYUDA A COMPRENDERLOS Y A ACOMPAÑARLOS.
En la ventana hay una sombra. Es gigante y cada vez que sopla el viento parece acercarse un poco más. Cuando estira unas largas garras, Mateo lo confirma: ¡ es un monstruo! Su padre, que sabe que es un viejo sauce llorón, intentará explicárselo una y otra vez, y hasta le mostrará el árbol a la mañana siguiente para demostrarle que no hay nada que temer. Sin embargo, cuando vuelva a salir la luna, el pequeño Mateo volverá a mirar con desconfianza la ventana. Los miedos de los niños constituyen una parte fundamental del crecimien
to. “Se trata de una reacción que forma parte de su instinto de conservación. Si no existiera, nos habríamos extinguido hace ya millones de años. Desde el momento del nacimiento, los niños sienten inseguridades ante todas las situaciones desconocidas, porque aún no han aprendido a aplicar modelos que les den seguridad”, introduce la psicopedagoga española Montse Domènech, autora del libro La vacuna contra el miedo. Método para vencer los miedos infantiles. La buena noticia es que, a medida que se suceden las etapas de la niñez, los temores se diluyen y pasan a constituir, en nuestros hijos, personalidades seguras y con buena autoestima.
La imaginación, a la cama
Muchos de los miedos de los niños tienen que ver con personajes que conocen a través de cuentos o películas. Por la noche, esos villanos o fantasmas pueden resultarles toda una amenaza. “Los terrores nocturnos acostumbran a aparecer en la franja anterior a los siete años. Es durante este período cuando la imaginación les juega a los niños más malas pasadas, porque el pensamiento no es muy realista –detalla la especialista
en su libro. Y agrega–: A esta edad, también pueden tener miedo a la oscuridad porque no desconectan su imaginación. Los objetos cotidianos, que durante el día pueden incluso formar parte de sus juegos, se transforman en sombras tenebrosas. Para el niño es muy real; ya que todavía es incapaz de diferenciar entre lo real y lo irreal. Esta situación puede alargarse hasta los nueve o diez años”.
–¿Estos miedos pueden manifestarse también en forma de pesadillas?
–Hay que saber diferenciar los terro- res nocturnos de las pesadillas. En el caso de los primeros, el niño está durmiendo y de pronto nos despierta súbitamente porque se pone a llorar o a gritar. Los padres se alarman mucho, pero los niños ni se acuerdan al día siguiente, ya que los terrores tienen lugar cuando el sueño es más profundo.
–¿Qué debemos hacer en esos casos?
–Es mejor no despertar al niño, puesto que está profundamente dormido. Si lo despertamos, estará muy desorientado. Esperemos a que se tranquilice y volvamos a la cama. Que no nos quite el sueño, no se trata de nada grave. Si les hacemos un caso excesivo, dramatizaremos y el niño se alarmará más.
–Esto no es igual a las pesadillas…
–Claro, las pesadillas se diferencian de los terrores nocturnos porque siempre tienen lugar durante la segunda mitad de la noche. En este caso, nuestro hijo recordará con todo detalle lo que ha soñado. Suelen ser pesadillas protagonizadas por personas que conocen, monstruos que han visto en un programa de tv, fieras que quieren atacarlos o vinculadas a cualquier situación desagradable con otros niños.
– ¿ Es aconsejable pedirles que nos cuenten lo soñado o simplemente debemos acompañarlos a que vuelvan a dormir?
–Es mejor no preguntarles de inmediato por los detalles de la pesadilla. Solo hay que intentar calmarlos. Poco a poco, recobrarán la sensación de seguridad hasta quedarse dormidos. Al día siguiente sí podemos preguntarles, para saber qué es lo que les preocupa. Más de una vez, acabaremos riendo con ellos, porque muchas de las pesadillas son situaciones ridículas a la luz del día.
Miedos reales
No todos los temores aparecen durante las horas de sueño ni están vincula-
dos a fantasías. En el día a día, los chicos pueden sentirse amenazados por situaciones cotidianas, como las tormentas, el contacto con algunos animales, las personas disfrazadas (como payasos, mimos o superhéroes) o hasta incluso, por la visita al médico o el recreo del colegio. “El miedo a las amenazas por parte de otros niños es muy devastador. El terror a ser agredido o ridiculizado puede provocar un estado constante de estrés. Si nuestro hijo va con miedo al colegio, tenemos que averiguar la razón; hablemos con él y demostrémosle que merecemos su confianza – aconseja Domènech, y
agrega–: Otro miedo muy usual es el temor a los animales domésticos, sobre todo a los perros”.
–En esos casos, ¿qué es lo que podemos hacer para ayudarlos?
–Hay que recordarles que estaremos a su lado y que la mayoría de los perros no atacan a los niños. También podemos contactar con algún amigo que tenga una mascota que no sea agresiva o llevarlos a una tienda de animales y que toquen con sus propias manos un cachorro inofensivo.
–¿Qué se hace cuando a nuestro hijo le genera miedo la visita al médico?
–En esos casos, lo mejor es prepararlos: “Hoy iremos a un sitio donde mirarán si has crecido mucho, si tienes los músculos fuertes y si tus ojos ven bien”. Hay que explicarles que todo es para su bienestar.
Las herramientas
Fantásticos o reales, los miedos de nuestros hijos les generan angustias que, como padres, queremos evitar. ¿Cuál es la mejor manera de acompañarlos? La especialista responde: “Es primordial no quitarles importancia. No hagamos que la criatura se sienta ridícula por sus miedos. Seguirá padeciéndolos y, encima, añadirá otro trauma
que erosionará su autoestima. Es mejor que escuchemos pacientemente y que, incluso, reconozcamos que cuando éramos pequeños, también sufrimos temores. Por otro lado, es muy conveniente que los chicos comprendan la necesidad de vencer los miedos y que sepan que luego van a sentirse más poderosos”.
–¿Hay técnicas para lograrlo?
– Es muy beneficiosa la exposición progresiva a la situación que deseamos vencer. Es decir, proponerle al niño que realice una determinada acción que le da miedo durante unos minutos e ir aumentando progresivamente el tiempo de exposición. Cada vez que lo supera, hay que felicitarlo o premiarlo. También hay juegos que pueden servir. Las clásicas escondidas, por ejemplo, resultan muy beneficiosas ya que el niño, de manera espontánea y lúdi- ca, puede entrar en lugares cerrados, oscuros y claustrofóbicos, enfrentando algunos de sus miedos.
Malos hábitos
Muchas veces, son los propios adultos los responsables de que los niños no superen sus temores. ¿Por qué? Hay una palabra que lo define mejor que ninguna otra: sobreprotección. “Si los padres son miedosos, terminarán transmitiendo este temor al niño: ‘Cuidado, no vayas a caerte’. ‘Guarda, te vas a hacer daño’. Por supuesto que hay que ser prudentes, pero no se puede vivir en una constante congoja. Lo mismo sucede con la compañía durante la noche: muchos padres creen que hay que estar al lado del niño hasta que se duerma. Esto, psicológicamente, le crea inseguridad, porque no se cree capaz de quedarse solo”, asevera Domènech.
–¿Qué sucede con los miedos propios de los padres, como a volar, a nadar…? ¿ Hay una forma de no transmitírselos?
–En muchos casos, es inevitable que los padres contagien algunos de sus miedos, pero conviene que los niños vean otros modelos de comportamiento para que entiendan que no hay una razón universal para tener ese miedo de papá o mamá.
–¿Cómo detectamos si un miedo de nuestros hijos se transformó en un problema mayor, una patología?
–Hay síntomas inequívocos que nos indican que el niño sufre más de lo normal: tiene insomnio, pierde el apetito, se pone pálido ante determinadas situaciones o incluso se queda mudo. Cuando los padres no se ven capaces de ayudar y acompañar al niño en el proceso de mejoría, conviene visitar a un especialista para que proponga pautas específicas.