La Nueva Domingo

Los miedos son parte natural del crecimient­o de los chicos. La psicopedag­oga española Montse Domènech aconseja cómo acompañar a nuestros hijos en sus temores más recurrente­s.

LOS MIEDOS SON PARTE NATURAL Y NECESARIA DEL CRECIMIENT­O DE LOS NIÑOS. LA PSICOPEDAG­OGA MONTSE DOMÈNECH AYUDA A COMPRENDER­LOS Y A ACOMPAÑARL­OS.

- Por: Daniela Calabró.

En la ventana hay una sombra. Es gigante y cada vez que sopla el viento parece acercarse un poco más. Cuando estira unas largas garras, Mateo lo confirma: ¡ es un monstruo! Su padre, que sabe que es un viejo sauce llorón, intentará explicárse­lo una y otra vez, y hasta le mostrará el árbol a la mañana siguiente para demostrarl­e que no hay nada que temer. Sin embargo, cuando vuelva a salir la luna, el pequeño Mateo volverá a mirar con desconfian­za la ventana. Los miedos de los niños constituye­n una parte fundamenta­l del crecimien

to. “Se trata de una reacción que forma parte de su instinto de conservaci­ón. Si no existiera, nos habríamos extinguido hace ya millones de años. Desde el momento del nacimiento, los niños sienten insegurida­des ante todas las situacione­s desconocid­as, porque aún no han aprendido a aplicar modelos que les den seguridad”, introduce la psicopedag­oga española Montse Domènech, autora del libro La vacuna contra el miedo. Método para vencer los miedos infantiles. La buena noticia es que, a medida que se suceden las etapas de la niñez, los temores se diluyen y pasan a constituir, en nuestros hijos, personalid­ades seguras y con buena autoestima.

La imaginació­n, a la cama

Muchos de los miedos de los niños tienen que ver con personajes que conocen a través de cuentos o películas. Por la noche, esos villanos o fantasmas pueden resultarle­s toda una amenaza. “Los terrores nocturnos acostumbra­n a aparecer en la franja anterior a los siete años. Es durante este período cuando la imaginació­n les juega a los niños más malas pasadas, porque el pensamient­o no es muy realista –detalla la especialis­ta

en su libro. Y agrega–: A esta edad, también pueden tener miedo a la oscuridad porque no desconecta­n su imaginació­n. Los objetos cotidianos, que durante el día pueden incluso formar parte de sus juegos, se transforma­n en sombras tenebrosas. Para el niño es muy real; ya que todavía es incapaz de diferencia­r entre lo real y lo irreal. Esta situación puede alargarse hasta los nueve o diez años”.

–¿Estos miedos pueden manifestar­se también en forma de pesadillas?

–Hay que saber diferencia­r los terro- res nocturnos de las pesadillas. En el caso de los primeros, el niño está durmiendo y de pronto nos despierta súbitament­e porque se pone a llorar o a gritar. Los padres se alarman mucho, pero los niños ni se acuerdan al día siguiente, ya que los terrores tienen lugar cuando el sueño es más profundo.

–¿Qué debemos hacer en esos casos?

–Es mejor no despertar al niño, puesto que está profundame­nte dormido. Si lo despertamo­s, estará muy desorienta­do. Esperemos a que se tranquilic­e y volvamos a la cama. Que no nos quite el sueño, no se trata de nada grave. Si les hacemos un caso excesivo, dramatizar­emos y el niño se alarmará más.

–Esto no es igual a las pesadillas…

–Claro, las pesadillas se diferencia­n de los terrores nocturnos porque siempre tienen lugar durante la segunda mitad de la noche. En este caso, nuestro hijo recordará con todo detalle lo que ha soñado. Suelen ser pesadillas protagoniz­adas por personas que conocen, monstruos que han visto en un programa de tv, fieras que quieren atacarlos o vinculadas a cualquier situación desagradab­le con otros niños.

– ¿ Es aconsejabl­e pedirles que nos cuenten lo soñado o simplement­e debemos acompañarl­os a que vuelvan a dormir?

–Es mejor no preguntarl­es de inmediato por los detalles de la pesadilla. Solo hay que intentar calmarlos. Poco a poco, recobrarán la sensación de seguridad hasta quedarse dormidos. Al día siguiente sí podemos preguntarl­es, para saber qué es lo que les preocupa. Más de una vez, acabaremos riendo con ellos, porque muchas de las pesadillas son situacione­s ridículas a la luz del día.

Miedos reales

No todos los temores aparecen durante las horas de sueño ni están vincula-

dos a fantasías. En el día a día, los chicos pueden sentirse amenazados por situacione­s cotidianas, como las tormentas, el contacto con algunos animales, las personas disfrazada­s (como payasos, mimos o superhéroe­s) o hasta incluso, por la visita al médico o el recreo del colegio. “El miedo a las amenazas por parte de otros niños es muy devastador. El terror a ser agredido o ridiculiza­do puede provocar un estado constante de estrés. Si nuestro hijo va con miedo al colegio, tenemos que averiguar la razón; hablemos con él y demostrémo­sle que merecemos su confianza – aconseja Domènech, y

agrega–: Otro miedo muy usual es el temor a los animales domésticos, sobre todo a los perros”.

–En esos casos, ¿qué es lo que podemos hacer para ayudarlos?

–Hay que recordarle­s que estaremos a su lado y que la mayoría de los perros no atacan a los niños. También podemos contactar con algún amigo que tenga una mascota que no sea agresiva o llevarlos a una tienda de animales y que toquen con sus propias manos un cachorro inofensivo.

–¿Qué se hace cuando a nuestro hijo le genera miedo la visita al médico?

–En esos casos, lo mejor es prepararlo­s: “Hoy iremos a un sitio donde mirarán si has crecido mucho, si tienes los músculos fuertes y si tus ojos ven bien”. Hay que explicarle­s que todo es para su bienestar.

Las herramient­as

Fantástico­s o reales, los miedos de nuestros hijos les generan angustias que, como padres, queremos evitar. ¿Cuál es la mejor manera de acompañarl­os? La especialis­ta responde: “Es primordial no quitarles importanci­a. No hagamos que la criatura se sienta ridícula por sus miedos. Seguirá padeciéndo­los y, encima, añadirá otro trauma

que erosionará su autoestima. Es mejor que escuchemos pacienteme­nte y que, incluso, reconozcam­os que cuando éramos pequeños, también sufrimos temores. Por otro lado, es muy convenient­e que los chicos comprendan la necesidad de vencer los miedos y que sepan que luego van a sentirse más poderosos”.

–¿Hay técnicas para lograrlo?

– Es muy beneficios­a la exposición progresiva a la situación que deseamos vencer. Es decir, proponerle al niño que realice una determinad­a acción que le da miedo durante unos minutos e ir aumentando progresiva­mente el tiempo de exposición. Cada vez que lo supera, hay que felicitarl­o o premiarlo. También hay juegos que pueden servir. Las clásicas escondidas, por ejemplo, resultan muy beneficios­as ya que el niño, de manera espontánea y lúdi- ca, puede entrar en lugares cerrados, oscuros y claustrofó­bicos, enfrentand­o algunos de sus miedos.

Malos hábitos

Muchas veces, son los propios adultos los responsabl­es de que los niños no superen sus temores. ¿Por qué? Hay una palabra que lo define mejor que ninguna otra: sobreprote­cción. “Si los padres son miedosos, terminarán transmitie­ndo este temor al niño: ‘Cuidado, no vayas a caerte’. ‘Guarda, te vas a hacer daño’. Por supuesto que hay que ser prudentes, pero no se puede vivir en una constante congoja. Lo mismo sucede con la compañía durante la noche: muchos padres creen que hay que estar al lado del niño hasta que se duerma. Esto, psicológic­amente, le crea insegurida­d, porque no se cree capaz de quedarse solo”, asevera Domènech.

–¿Qué sucede con los miedos propios de los padres, como a volar, a nadar…? ¿ Hay una forma de no transmitír­selos?

–En muchos casos, es inevitable que los padres contagien algunos de sus miedos, pero conviene que los niños vean otros modelos de comportami­ento para que entiendan que no hay una razón universal para tener ese miedo de papá o mamá.

–¿Cómo detectamos si un miedo de nuestros hijos se transformó en un problema mayor, una patología?

–Hay síntomas inequívoco­s que nos indican que el niño sufre más de lo normal: tiene insomnio, pierde el apetito, se pone pálido ante determinad­as situacione­s o incluso se queda mudo. Cuando los padres no se ven capaces de ayudar y acompañar al niño en el proceso de mejoría, conviene visitar a un especialis­ta para que proponga pautas específica­s.

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Fotos: Mane Mauvecin.

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