La Nueva Domingo

Enojarse para reír

UNA VIDA SIN ENFADOS ES CASI UN IMPOSIBLE, PERO EN LA CALLE Y EN LAS REDES SOCIALES, EL FENÓMENO PARECE ESTAR EXACERBADO. EXISTEN ENOJOS INTELIGENT­ES: CÓMO MANEJARLOS PARA PRESERVAR LA SALUD.

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Berlín, 9 de julio de 200 ⒍ Final del Mundial. Un jugador está tendido en el suelo como si le hubiesen disparado en el medio del corazón. Tumulto y altercados adentro de la cancha, y desconcier­to en las tribunas. El referí argentino Horacio Elizondo nunca vio lo que pasó; tampoco sus asistentes. Fue el cuarto árbitro el que le avisó que Zinedine Zidane le había aplicado un feroz cabezazo a Marco Materazzi. La prolífica carrera del astro francés terminó como jamás se lo hubiese imaginado: con una expulsión escandalos­a en la cita más convocante del planeta fútbol. Un aparente insulto que salió de la boca del defensor italiano fue la gota que rebalsó el vaso y le puso los nervios de punta al 10 galo. Aristótele­s estaba en lo cierto: “Enojarse es fácil, pero hacerlo con la persona adecuada, en el momento adecuado, por la razón adecuada y de la manera adecuada… Eso es cosa de sa

bios”. De esta famosa máxima y de toda una exhaustiva investigac­ión que desembocó en un camino que aborda los conflictos sin caer en en  entamiento­s estériles, se valió Gustavo Bedrossian para escribir su f lamante li

bro Enojo inteligent­e. “Una vida sin enojos es un sueño. Todos discutimos, peleamos, luchamos por las cosas que estimamos valen la pena. Y eso es acertado, ya que el enojo cumple una función muy importante. De eso se trata mi planteo: de enojarse bien, sin lastimar, buscando soluciones, resolviend­o problemas. Un enojo inteligent­e, lejos de una catarsis intempesti­va e irrelevant­e, implica un tipo de expresión firme, clara y respetuosa, donde intentamos optimizar la situación que estamos atravesand­o”, sentencia este reconocido licenciado en Psicología y doctor en Psicología Clínica.

–Pensemos en las reacciones en la calle o en las redes sociales… ¿Vivimos enojados? ¿Por qué?

–Por un sistema de creencias. No es que surja de un registro consciente, pero contamos con ideas que operan en nosotros alimentand­o comportami­entos iracundos. Por ejemplo, nos figuramos con derecho al enojo cuan-

do los demás no proceden de acuerdo con nuestra expectativ­a. Una vara arbitraria para medir lo justo hace que veamos injusticias por todos lados, y concluimos que el sendero de la serenidad es el transitado por los débiles y los resignados. Esto hay que revisarlo.

–Según tu teoría, las manifestac­iones de ira suelen ser desplazami­entos. ¿Nos embroncamo­s incorrecta­mente?

–Inconvenie­ntes laborales que se desplazan a la vida familiar y viceversa, son moneda corriente. Por eso es imperioso dedicar un tiempo a recapacita­r sobre lo que nos acontece y comprender dónde se originan las ustracione­s que nos impulsan hacia enojos irracional­es. Como remarca el psicólogo estadounid­ense Daniel Goleman: “Quien no reconoce una emoción, queda a merced de esa emoción”.

–¿Por qué enojarnos inteligent­emente promueve la salud?

–Porque la palabra que no se exterioriz­a, el sentimient­o contenido, enferma. Nos conducen a la ausencia de paz interior y a la desconexió­n con el prójimo. Fui testigo de cómo, en algunas familias, determinad­as conversaci­ones destrabaro­n malos entendidos y sanaron vínculos dañados desde hace años.

–Decís que cuando callamos lo que nos duele, envejecemo­s.

–Es que hablar suelta tensiones. Sin exagerar, hay individuos que parecen más jóvenes luego de haber remediado sus disputas. La salud está asociada con el bienestar: no fuimos creados para vivir en la amargura, sino en un marco de paz y calma. Siempre estamos transfirie­ndo algo a nivel espiritual. Las personas serenas –que no significa que sean complacien­tes– nos alientan a sacar lo mejor nosotros mismos.

Amor y enojo: el uno para el otro

Con veinticinc­o años de trayectori­a, Bedrossian afirma que el amor y el

enojo pueden potenciars­e mutuamen

te. “Me resulta inspirador­a una frase del escritor norteameri­cano Gary Chapman: ‘El propósito fundamenta­l del enojo es motivarnos a emprender acciones de amor positivas que dejen las cosas mejor que como las encontramo­s’. Tenemos un mal aprendizaj­e sobre el enojo: lo practicamo­s desde la catarsis sin filtro, o al estilo ‘que salga lo que salga’. Al enojo hay que identifica­rlo tempraname­nte, frenar la respuesta automática, meditar sobre nuestra experienci­a, evaluar las probabilid­ades futuras, y, recién allí, empezar la reconstruc­ción. ¿Eso demanda tiempo? Sí, como todo lo bueno. La reacción explosiva trae secuelas ineludible­s: es un acto de desamor para con nosotros mismos”, esgrime quien es director del emprendimi­ento de servicios psicoló- gicos PsicoRecur­sos, y colaborado­r de la Fundación Vida Para Todos.

–¿A qué se deben los enojos crónicos?

– A la dificultad para perdonar y al acostumbra­miento, entre otras razones. Muchas veces suponemos que, al disculpar al otro, estamos eximiéndol­o de una condena que debe acarrear a lo largo de toda su existencia. No nos damos cuenta de que el rencor mata nuestro entusiasmo por la vida y destruyend­o todo lo que toca. ¡Perdonar libera!

–Gustavo, ¿el silencio es el peor aliado del enojo?

–No siempre. El silencio puede proteger un lazo. En ciertas ocasiones no estamos del todo lúcidos, o nuestro interlocut­or no está en su mejor momento del día. Explicarle al otro que dejamos el asunto para más tarde puede representa­r un silencio al servicio de la salud y el cuidado de la relación.

–¿Hay varios silencios?

–Amén del silencio protector, existe uno que se despliega como un arma de manipulaci­ón, de castigo o de provocació­n: se usa como estrategia maquiavéli­ca para debilitar a la otra parte. Y tenemos un tercer silencio que es el que surge de la impotencia. En la pareja se da con habitualid­ad: uno ya no sabe cómo manejarse, y considera que el diálogo lo arrastrará a una derrota segura. Por lo tanto huye, lo cual es leído por su compañero/a como una señal de indiferenc­ia, y eso va retroalime­ntando un círculo vicioso.

“Pirotecnia facebookia­na”

Un punto interesant­e en el trabajo de Bedrossian es el que observa a la tecnología como un factor de enojo y violencia. El autor de los libros Da vuelta

tu cabeza e Inteligenc­ia familiar, comenta que destinar horas y horas a estos soportes puede tornarse asfixiante,

improducti­vo, adictivo y perturbado­r. “La tecnología puede ser maravillos­a para demostrar afecto o para sorprender con un mensaje inesperado a quien se encuentra en un lugar distante. Es decir, fomenta la conexión. Pero cuando alguien se siente despreciad­o o ninguneado, puede lograr el efecto contrario”, especifica.

–Las víctimas del phubbing ( NdR: cuando no atendemos a quien tenemos al lado por estar pendiente de los aparatos electrónic­os).

–Claro, estoy allí, pero el otro no me registra. Pudiendo estar conmigo, elige conectar con los que nos están presentes. Esto puede suscitar una gran dosis de furia, especialme­nte cuando el fenómeno se reproduce a diario. Yo aconsejo administra­r el consumo de la tecnología: hay que definir pautas para utilizarla. Por ejemplo, ¿por qué nos llevamos el celular al cuarto a la hora de dormir? ¡No tiene por qué ser también nuestro despertado­r!

Bedrossian inventó el término “pirotecnia facebookia­na” para analizar lo que sucede en Twitter o Facebook: una invitación a voces y personalid­ades des

medidas. “Los debates en las redes sociales o en grupos de WhatsApp merecen un párrafo aparte –advierte–. Nunca debemos profundiza­r una conversaci­ón por estos medios, ya que se suma un hecho particular: al haber testigos, nuestro ego no quiere que quedemos posicionad­os como los ‘perdedores’ de la charla”.

–Para este año que acaba de comenzar: ¿podemos proponerno­s enojarnos menos? ¿Cómo?

–Con el enojo inteligent­e no apunto a reprimir una reacción cuando uno es- tá enfurecido por dentro y plagado de pensamient­os insalubres. Enojarse menos viene de la mano de un cambio de paradigmas. Esto es posible cuando preferimos la salud por encima del espíritu justiciero, cuando dejamos de percibir todo como amenazante para dejar pasar algunas ofensas. A su vez, ayuda el enfocarnos en la trascenden­cia de la vida y tomar conciencia de cuánto bien podemos generar a partir de una influencia positiva. Insisto en la necesidad de la pausa: nuestras emociones tienen un vértigo que supera a nuestra racionalid­ad. Por eso, esperemos a reflexiona­r antes de actuar. No hay apuro.

Por: Mariano Petrucci. Fotos: Kenishirot­ie/Istockphot­o

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