!Me gustan las ceremonias!
Encontré una foto del casamiento con mi primer marido: estábamos intercambiándonos los anillos. Los íntimos sonreían con beneplácito. Pasé de la risa al lagrimeo. Recordé, de inmediato, cuando mi hija me avisó con la mochila al hombro que se iba t ras su amor. Su hermano, menos ansioso, me mostró una semana antes las fotos de la vivienda en la que conviviría con su pareja. Esta diferencia abismal entre el ayer y el hoy tiene sus adeptos, con argumentos bastante entendibles: si no va más, se separan y listo, sin división de bienes ni papeleos. Mejor casarse cuando los hijos lo exijan. Los sentimientos no son eternos; no se deben firmar documentos sobre el futuro. Creo que cuando uno ama, está convencido de que ese toque al centro total de su humanidad es inmortal. No adhiero a la formalidad, pero sí a los ritos. Recuerdo que antes de pasar por el civil y la iglesia, había que tramitar con esmero, invertir tiempo y ahorrar dinero para llegar a realizar ese culto que unía dos historias, dos experiencias, dos esperanzas, dos seguridades, dos miedos, dos entidades, dos sangres tumultuosas corriendo presurosas por venas que pugnaban por abrirse. La palabra “ceremonia” proviene del latín clásico, caeremonia: rito religioso, veneración, reverencia. Los antiguos se relacionaron con la naturaleza atribuyéndole intenciones o propósitos. Por lo tanto, reverenciaban a los fenómenos inexplicables como las tormentas o los truenos, presintiendo que los controlaban seres superiores: esto los llevó al desarrollo de ceremonias de consagración. ¿El amor no es algo indócil, rebelde, ingo30
bernable, que parece proceder de un mandato superior a nuestras intenciones? Solemos preguntarnos, a veces con desespero, “¿ Por qué esta persona y no otra más conveniente?”. A mi amiga Leticia le recomendaron irse dos meses a Europa para superar un mal amor. Después de abandonar, al cabo de largos años, al adecuado, se unió a su hombre de verdad. Decreta José Saramago: “El tiempo es un maestro de ceremonias que siempre acaba poniéndonos en el lugar que nos compete. Vamos avanzando, parando y retrocediendo, según sus órdenes. Nuestro error es imaginar que podemos buscarle las vueltas”. ¿Perdimos la capacidad de sentir al desnudo y sin miramientos? ¿ Cómo comprometer cuerpo y alma, futuro y pasado, y posibilidades y entorno, por alguien que hasta es un poco o bastante desconocido? ¿Por qué a una la trastorna un similar o un oponente, el muchacho del Banco o un socio del mismo club? Mejor no arriesgar. Ya nos basta una mochila y el alquiler de un departamento. Henry Miller afirmó: “El sexo es una de las nueve razones para la reencarnación… Las otras ocho
no son importantes”. Me refiero a un acto con normas, lo que incluye la inversión de valores: aparece una promesa, una ofrenda, un voto, un juramento, una obligación. No es lo mismo pronunciar las escuetas f rases:
“Venite a vivir conmigo” y “Bueno, ¡ dale!”. Una ceremonia es como un libro: tiene tantas expectativas como reglas. Se abren páginas con buenos presagios, pero hay que pagar un precio, y también poner coraje cuando aparecen párrafos ininteligibles. Respetemos los sentimientos. Me gusta el f ilósofo ruso Vladimir Jankélévitch, cuando aclara: “El respeto es algo que se siente hacia los demás, el respeto es el intermediario entre el comportamiento vacío de la tolerancia y la positividad * gratuita del amor, entre la observancia ceremonial y la caridad”.
“Una ceremonia, es como un libro. Se abren páaginas con buenos presagios, pero hay que pagar un precio, y tambien poner, coraje “cuando aparecen parrafos ininteligibles .