La Nueva Domingo

!Me gustan las ceremonias!

- por Noemí Carrizo*

Encontré una foto del casamiento con mi primer marido: estábamos intercambi­ándonos los anillos. Los íntimos sonreían con beneplácit­o. Pasé de la risa al lagrimeo. Recordé, de inmediato, cuando mi hija me avisó con la mochila al hombro que se iba t ras su amor. Su hermano, menos ansioso, me mostró una semana antes las fotos de la vivienda en la que conviviría con su pareja. Esta diferencia abismal entre el ayer y el hoy tiene sus adeptos, con argumentos bastante entendible­s: si no va más, se separan y listo, sin división de bienes ni papeleos. Mejor casarse cuando los hijos lo exijan. Los sentimient­os no son eternos; no se deben firmar documentos sobre el futuro. Creo que cuando uno ama, está convencido de que ese toque al centro total de su humanidad es inmortal. No adhiero a la formalidad, pero sí a los ritos. Recuerdo que antes de pasar por el civil y la iglesia, había que tramitar con esmero, invertir tiempo y ahorrar dinero para llegar a realizar ese culto que unía dos historias, dos experienci­as, dos esperanzas, dos seguridade­s, dos miedos, dos entidades, dos sangres tumultuosa­s corriendo presurosas por venas que pugnaban por abrirse. La palabra “ceremonia” proviene del latín clásico, caeremonia: rito religioso, veneración, reverencia. Los antiguos se relacionar­on con la naturaleza atribuyénd­ole intencione­s o propósitos. Por lo tanto, reverencia­ban a los fenómenos inexplicab­les como las tormentas o los truenos, presintien­do que los controlaba­n seres superiores: esto los llevó al desarrollo de ceremonias de consagraci­ón. ¿El amor no es algo indócil, rebelde, ingo30

bernable, que parece proceder de un mandato superior a nuestras intencione­s? Solemos preguntarn­os, a veces con desespero, “¿ Por qué esta persona y no otra más convenient­e?”. A mi amiga Leticia le recomendar­on irse dos meses a Europa para superar un mal amor. Después de abandonar, al cabo de largos años, al adecuado, se unió a su hombre de verdad. Decreta José Saramago: “El tiempo es un maestro de ceremonias que siempre acaba poniéndono­s en el lugar que nos compete. Vamos avanzando, parando y retrocedie­ndo, según sus órdenes. Nuestro error es imaginar que podemos buscarle las vueltas”. ¿Perdimos la capacidad de sentir al desnudo y sin miramiento­s? ¿ Cómo compromete­r cuerpo y alma, futuro y pasado, y posibilida­des y entorno, por alguien que hasta es un poco o bastante desconocid­o? ¿Por qué a una la trastorna un similar o un oponente, el muchacho del Banco o un socio del mismo club? Mejor no arriesgar. Ya nos basta una mochila y el alquiler de un departamen­to. Henry Miller afirmó: “El sexo es una de las nueve razones para la reencarnac­ión… Las otras ocho

no son importante­s”. Me refiero a un acto con normas, lo que incluye la inversión de valores: aparece una promesa, una ofrenda, un voto, un juramento, una obligación. No es lo mismo pronunciar las escuetas f rases:

“Venite a vivir conmigo” y “Bueno, ¡ dale!”. Una ceremonia es como un libro: tiene tantas expectativ­as como reglas. Se abren páginas con buenos presagios, pero hay que pagar un precio, y también poner coraje cuando aparecen párrafos ininteligi­bles. Respetemos los sentimient­os. Me gusta el f ilósofo ruso Vladimir Jankélévit­ch, cuando aclara: “El respeto es algo que se siente hacia los demás, el respeto es el intermedia­rio entre el comportami­ento vacío de la tolerancia y la positivida­d * gratuita del amor, entre la observanci­a ceremonial y la caridad”.

“Una ceremonia, es como un libro. Se abren páaginas con buenos presagios, pero hay que pagar un precio, y tambien poner, coraje “cuando aparecen parrafos ininteligi­bles .

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