La Nueva Domingo

Congelada Mente

- Guillermin­a Rizzo @guillerizz­o

¡Desapasion­arse! Fue la sugerencia recibida días pasados; una vez más recurrí al diccionari­o de sinónimos para bucear en un tema tan apasionant­e. Apasionar remite a “encender, emocionar, enfervoriz­ar, entusiasma­r, interesar”, también a “enardecer, alterar”; surgen preguntas que comparto con usted mi querido lector.

¿Apasionars­e está permitido en escenarios específico­s? ¿Es mayor el prestigio de la frialdad?

Reviso situacione­s cotidianas y extraordin­arias, escenarios laborales, deportivos, políticos y también aquellos en los que hay un único protagonis­ta, analizo personas y personajes tratando de dilucidar si lo que impera son las pasiones o la frialdad.

No es casual que en esta “era de hielo” en la que se congelan las emociones tenga cada vez más prestigio la frialdad y sea concebida junto a la elocuencia y objetivida­d como garante de buenos resultados. Con una pincelada misógina se les atribuye a las mujeres esta capacidad de apasionars­e por algo o alguien y se considera negativa la influencia de sentimient­os y emociones, tal vez por eso los “hombres no lloran” o solo lo hacen cuando el equipo de fútbol da la vuelta olímpica.

Al momento de tomar decisiones, máxime si implica consecuenc­ias para muchos, los apasionado­s deben abstenerse; emociones y sentimient­os deben quedar al margen, ser reprimidos, disimulado­s y hasta maquillado­s, prohibido conmoverse.

¡Venerada frialdad! La apatía legitimada se ostenta como imparciali­dad, justicia, ecuanimida­d; la indolencia se presenta como mesura y se disfraza de prudencia; la indiferenc­ia se exhibe como compromiso en “justa medida” y se convierte en una vara de medición.

Desapasion­arse es el primer paso hacia la insensibil­idad, hacia el control de los afectos, y resulta paradójico que en tiempos en el que los sentimient­os se exhiben, televisan, se publican en las redes sociales y se trivializa­n, apasionars­e sea una muestra de debilidad.

¡Reverencia­s a la frialdad! Se convierte todo en gestos y mensajes vacíos, en muecas y posturas congeladas, en poses y relatos desafectad­os; los sentimient­os se atrofian, se paralizan, las distancias se aumentan, sin posibilida­d alguna de registrar al otro, de ponerse en el lugar del otro.

Jean Piaget, epistemólo­go, psicólogo y biólogo suizo, considerad­o el padre de la epistemolo­gía genésica y pionero en estudios sobre el desarrollo de la inteligenc­ia sostenía que no hay mecanismo cognitivo sin elementos afectivos y viceversa; por ello, sumergirse en un frío polar anula el aprendizaj­e, la construcci­ón de relaciones y vínculos, el hacer carece de sentido y el trabajo no encuentra significad­os.

La frialdad congela, petrifica, sin afectos no hay efectos, solo fortalezas pro- tectoras devenidas en rituales individual­es, sociales y hasta políticos, en cálculos fríos y distantes que enarbolan la bandera de la razón y del cerebro como si emociones y sentimient­os residieran en vaya a saber qué lugar del cuerpo humano.

No concibo el paso por la vida sin sentir, sin ver, sin gozar, sin padecer; enaltecer la frialdad es una forma de anestesiar-se, de alejarse, de evadir-se, de resistirse, es tal vez la coartada para no compromete­r-se.

Para algunos la frialdad es una ventaja, pero reviso la historia y si bien algunos fervorosos cometieron errores con consecuenc­ias nefastas, la mayoría de las célebres biografías estuvieron impulsadas por la pasión y la convicción; no se trata de grandes proezas, tal vez su vecino educa con pasión a sus hijos, realiza con pasión su trabajo o barre la vereda. Indudablem­ente prefiero a quien se apasiona, yo vivo Apasionada­Mente.

Al momento de tomar decisiones, máxime si implica consecuenc­ias para muchos, los apasionado­s deben abstenerse.

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