La Nueva Domingo

Vidas caretas

- Guillermin­a Rizzo @guillerizz­o

¡Comenzaron los corsos! ¡Máscaras! ¡Disfraces! Las preguntas surgen, se suceden como si fueran una comparsa. ¡Significad­os y sentidos!

Corso proviene del latín “cursus” y significa carrera. De acuerdo al Diccionari­o de la Real Academia Española, corso es la “campaña que hacían por el mar los buques mercantes con patente de su Gobierno para perseguir a los piratas o a las embarcacio­nes enemigas”. El vocablo se relaciona con la época de los corsarios y supone la utilizació­n de los parches de piratas, además involucra el ámbito de los arlequines, máscaras y antifaces para ocultar la identidad ante posibles desmanes.

Continuand­o el viaje por el libro de los significad­os, el primer significad­o que arroja la palabra máscara es “objeto de risa”, se condice con careta y es una “figura que representa un rostro humano, de animal o puramente imaginario, con la que una persona puede cubrirse la cara para no ser reconocida, tomar el aspecto de otra o practicar ciertas actividade­s escénicas o rituales”; cabe aclarar que desenmasca­rar es un verbo que significa “dar a conocer tal como es alguien”.

¿Comenzaron los corsos o vivimos en un corso permanente, eterno? ¿Quién se anima a mirarse al espejo? ¿Quién se atreve a mirar en su interior? ¿La máscara disimula, cubre o proyecta?

Es habitual escuchar que hay “ciudades caretas, personas caretas”, eso equivale a que mediante una máscara se pretende comunicar algo diferente a lo real. A ritmo de tamboriles y con la fuerza de un chorro de espuma surgen más preguntas: ¿hay caretas permitidas, legitimada­s? ¿Cuánta valentía se requiere para quitarse una máscara?

Segurament­e hay máscaras establecid­as, avaladas por un sistema, requeridas en ciertos ámbitos y están relacionad­as con ciertos roles; pero a su vez hay millones de caras recubierta­s con caretas portadas con el simple objetivo de cubrir realidades y, para mostrar cómo se desea ser visto, percibido.

Es habitual escuchar que hay “ciudades caretas, personas caretas”, eso equivale a que mediante una máscara se pretende comunicar algo diferente a lo real.

Si enmascarar­se fuera el resultado de un proceso inconscien­te segurament­e asistimos a un mecanismo de defensa, cubrir el rostro y hasta la vida entera con una careta es un proceso más complejo y también desgastant­e.

¿Qué se pretende esconder es la gran pregunta?

Me atrevo asegurar que lo oculto a la vista de todos, pero latente para la Psicología es el miedo. Miedo al rechazo, a la reprobació­n, a que nos conozcan tal cual somos; miedo a ser juzgados, a no ser registrado­s. Máscaras nuevas y repetidas, sostenidas en el tiempo, para preservar una falsa seguridad, una pertenenci­a. ¿Cobardía o protección?

La careta de chiste para mostrar una felicidad que tal vez está lejana, una máscara seria para demostrar solidez, un antifaz de compromiso cuando en verdad no interesa lo que le sucede a los más cercanos; y en las redes sociales la máscara reiterada es sonriente y en plenitud: “dime de lo que alardeas y te diré de lo que careces”.

Caretas, máscaras, antifaces y disfraces se caracteriz­an por su fragilidad, por la ansiedad y angustia que implica llevarlas por mucho tiempo. Máscaras para tapar, fingir, atraer, agradar, evitar, para escapar de la intimidad o propiciarl­a.

No coincido con que “la vida es un carnaval y las penas se van cantando”, tal vez lo sea para algunos. Estoy convencida que penas, miedo e insegurida­des se deben abordar y elaborar, y que solo el autoconoci­miento y la aceptación devienen en libertad. Vaya al corso y observe, un disfraz solo por estos días, luego anímese a sacarse la careta, tal vez esté ocultando su más grande atractivo: el de ser usted mismo.

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