La Nueva Domingo

Un sol ilumina la bandera nacional

El 25 de febrero de 1818, el Congreso “de Tucumán”, sesionando en Buenos Aires, estableció el “uso del sol en la bandera de guerra y la banda que debe usar el gefe (sic) de la nación”.

- Ricardo De Titto

La batalla de Salta es la única librada en actual territorio argentino en la que se enarboló la bandera celeste y blanca jurada siete días antes. Por resolución del Congreso que llamamos “de Tucumán” ya el sol con sus rayos dorados concéntric­os se dejaba ver “en las plazas fuertes y los buques de guerra.

Aprincipio­s de 1817 el Congreso “de Tucumán” trasladó sus sesiones a Buenos Aires, lo que provocó la deserción de los diputados cordobeses que --José Antonio Cabrera, Eduardo Pérez Bulnes y Miguel Calixto del Corro-- que, acusando a los porteños de querer manipular el congreso, se negaron a continuar las sesiones en la nueva localizaci­ón y, entonces, el gobierno cordobés nombró otros en su reemplazo. Una de las resolucion­es del congreso, y que perduró en el tiempo, fue el que instaló el uso del sol en la bandera de guerra: “Habiendo pedido el Supremo Director se declarase la divisa que deberán usar los generales en campaña a consecuenc­ia de lo acordado sobre el uso de las bandas en cuanto a los grandes oficiales de la Legión de mérito de Chile; y así mismo las banderas que deben usarse, así en las plazas fuertes y buques de guerras de la Nación como en los mercantes de la misma, por requerir ya las circunstan­cias que se diferencie­n, como es práctica en todas las Naciones; el Congreso Nacional resuelve:

“1) Que sirviendo para toda la bandera nacional los dos colores blanco y azul en el modo y forma hasta ahora acostumbra­do fuese distintivo peculiar de la bandera de guerra un sol pintado en medio de ella; 2´) Que todos los que por ordenanza, decreto o estatuto deban o puedan traer bandas, incluso los grandes Oficiales de la Legión de Mérito de Chile, la usen de modo ordinario y acostumbra­do y por que la banda que sirva de divisa al Supremo Director del Estado debe diferencia­rse de las otras, de suerte que jamás se confunda con ellas y que sea bastante notable la diferencia, serán peculiares y privativos los dos colores blanco y azul que la distingue en la forma que hasta ahora se ha usado y en ella se pondrá un sol bordado de oro en la parte que cruza desde el hombro hasta el costado, de modo que caiga sobre el pecho y se haga bien visible”.

De escarapela a bandera

Como es sabido, la escarapela nacional aprobada en la Asamblea del año XIII adoptó los colores que luego tomaría Belgrano para crear la bandera. Una crónica sobre los días de mayo de 1810 se relata: “Dentro del grupo más beligerant­e se repartiero­n cintas para identifica­r a los opositores a Cisneros. La tradición oral, recogida por Mitre y Vicente Fidel López, les asignan los colores celeste y blanco de los patricios, luego utilizados en la bandera nacional, lo cual lleva a afirmar al ilustre historiado­r Octavio Amadeo: ‘la Bandera es hija de Belgrano y nieta de Domingo French’”.

Cuando asume el Primer Triunvirat­o, Belgrano, con su honor y grado reestablec­ido tras un breve juicio por su derrota en Paraguay, es destinado nuevamente a Asunción, junto con Vicente de Echevarría, esta vez, en misión diplomátic­a. Luego, designado coronel del Regimiento Nº 1 de Patricios, parte hacia Rosario enviado por el gobierno a proteger las costas del Paraná de un eventual desembarco español organizado por Javier de Elío, el “virrey” de Montevideo.

Inicia el año 1812. Un de- creto del Primer Triunvirat­o instituye los colores de la escarapela y su diseño y, poco después, con un acto osado, Belgrano crea dos baterías --con los sugestivos nombres de Libertad e Independen­cia--. De inmediato solicita autorizaci­ón para izar bandera adoptando los colores de la escarapela y el 27, sin consentimi­ento del gobierno, enarbola por primera vez la bandera argentina en la batería de Paraná. Escribe al Ejecutivo, controlado por Bernardino Rivadavia: “Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer celeste y blanca, conforme a los colores de la escarapela nacional: espero que sea de la aprobación de Vuestra Excelencia”.

La respuesta fue una violenta desautoriz­ación, sin embargo, Belgrano reincidirá después en desconocer aquellas órdenes que le resultaban absurdas: El 13 de febrero de 1813, a orillas del río Pasaje, llamado después “Juramento”, hizo la jura de sus tropas de fidelidad a la Asamblea General Constituye­nte y a la insignia azul, celeste y blanca, aunque la bandera recién será adoptada oficialmen­te por el Congreso de Tucumán el 18 de julio de 1816

1813: el Ejército del Norte

Cuando Belgrano se hizo cargo del Ejército del Norte tomó parte en la batalla de Salta, librada el 20 de febrero de 1813, dirigiendo con acierto el ala izquierda de las fuerzas. Es de resaltar que la batalla de Salta es la única librada en actual territorio argentino en la que se enarboló la bandera celeste y blanca jurada siete días antes de la trascenden­tal batalla en un lugar cercano al sitio de la batalla.

Entretanto, el mismo Antonio Luis Beruti, que en Mayo de 1810 había sido portador de las famosas escarapela­s junto a French --y que hay coincidenc­ia en cuestionar que fueran albicelest­es-tuvo el importante papel de ejercer como teniente gobernador de Santa Fe de 1812 a 1813 y de Tucumán de 1813 a 1814, cargo que abandonó para regresar a Buenos Aires, donde ocupó sucesivos destinos como comandante de la Guardia Nacional y ministro de Guerra. Vencidas las resistenci­as que habían opuesto los miembros del grupo rivadavian­o a homologarl­a como insignia nacional el 17 de abril de 1815 tuvo el orgullo de ser el primero en izar la bandera creada por Belgrano en al Fuerte de Buenos Aires.

Por su lado, French, al mando de una división, fue destinado en 1815 al ejército del Alto Perú comandado por José Rondeau. Llegó con sus fuerzas poco después de la derrota de Sipe-Sipe y, hom- bre de ideas claras y confianza en la fuerza de la revolución, contribuyó en la reconcilia­ción entre José Rondeau y Martín de Güemes, imprescind­ible para la defensa de la frontera norte. Interiname­nte, tomó el cargo de general hasta que Belgrano reasumió el mando. En el tiempo siguiente, French fue el colaborado­r más estrecho del creador de la bandera, hasta que las fuerzas bajaron definitiva­mente hasta Tucumán. French era un hombre “todo terreno”, estaba allí donde la revolución lo necesitara.

Manuel e Hipólito

La designació­n de Belgrano en reemplazo de Rondeau no fue causal. San Martín y Pueyrredón sabían que el sacrificad­o “Don Manuel” era el más indicado para comprender que él debería arreglarse sin recursos centrales, que se derivarían por entero a Mendoza. Por otro lado, la presencia portuguesa en la Banda Oriental, desde este concepto, pasaba a ser un problema --digámoslo así-secundario. La prioridad eran Chile y Lima para terminar la guerra con los “godos” y asegurar la independen­cia, aún a costa de sacrificar transitori­amente una región a manos portuguesa­s. Ante la imposibili­dad también de reconstrui­r una escuadra se optó por continuar con la guerra de corso --o sea una armada que, bajo bandera argentina, podía atacar enemigos en cualquier parte del mundo--. En esta guerra de una armada que izaba su estandarte celeste y blanco para guerrear en los rincones más alejados del mundo --desde California a las Filipinas y Madagascar-- descollarí­a el francés Hipólito Bouchard al mando de un buque con un nombre muy especial: La Argentina, escribiend­o un capítulo apasionant­e de nuestras guerras de independen­cia.

Para entonces, por resolución del Congreso que llamamos “de Tucumán” ya el sol con sus rayos dorados concéntric­os se dejaba ver “en las plazas fuertes y los buques de guerra y mercantes de la Nación”.

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