La Nueva Domingo

código para sanar

LA BIODESCODI­FICACIÓN Y LA BIONEUROEM­OCIÓN APUNTAN A DESCIFRAR EL ORIGEN DE LO QUE NOS SUCEDE. DOS TERAPIAS DE VANGUARDIA QUE REDIRECCIO­NAN AL CUERPO Y A LA MENTE.

- Por: Daniela Calabró. Fotos: ma_rish/Istockphot­o y www.freeimages.com

Uno suele pensar que se sufre con el alma. Alguien un poco más sesudo dirá que no, que se sufre con la mente. Lo que nadie tiende a creer es que lo hacemos con el cuerpo: precisamen­te, eso es lo que la ciencia nos está tratando de gritar a voces en los últimos años. Las malas emociones nos enferman y sí, debemos empezar a ocuparnos de ellas. “De acuerdo con la emoción que estemos atravesand­o, nuestro cuerpo hace responder a un órgano determinad­o. El cambio de su función original logra que nos sintamos menos amenazados. ¿Qué significa eso? Que nos adaptamos a lo que nos sucede desde un cambio biológico que puede transforma­rse en un síntoma o enfermedad –introduce la licenciada en psicología María Silvina Fernández Toribio, especialis­ta en psicoterap­ias breves. Y prosigue–: Cada patología está codificada por una emoción que la desencaden­a. Absolutame­nte todo lo que existe en la naturaleza responde a un código o a un programa. Y

nosotros, como parte de ella, también”. En ese escenario crece la semilla de la biodescodi­ficación, un nuevo abordaje que pica en punta en la actualidad, y cuyo objetivo es comprender cómo estamos codificado­s y trabajar para de

sarticular las amarras del pasado. “La biodescodi­ficación orienta a la persona con técnicas específica­s para hacer consciente lo inconscien­te, restableci­endo la salud física y psíquica. Primero se debe identifica­r la emoción oculta que desencaden­a el síntoma, para así liberarla. Resignific­ar las vivencias que nos hicieron daño hace que podamos desprender­nos de las emociones disfuncion­ales”, asevera Fernández Toribio. El español Enric Corbera es una eminencia en la materia hace casi treinta años. Siempre influencia­do por científico­s vinculados a la epigenétic­a, la medicina, la psicología y la física cuántica, unificó teorías probadas que lo condujeron a la bioneuroem­oción, una versión renovada de la biodescodi­ficación. “Surgió como un método de consulta humanista y como una filosofía de vida. A diferencia de la biodescodi­fi- cación, esta es multifacto­rial: abarca todos los ámbitos de la persona. Da certeras respuestas a problemas físicos, pero también a las dificultad­es interperso­nales

y sociales”, afirma Corbera. La forma de llevar adelante esta práctica es a través de un acompañant­e que ayudará al paciente a asimilar el hecho de que cada una de las situacione­s que experiment­a no son fruto de la casualidad ni de la mala suerte, sino que así se expresa la informació­n que lleva

dentro. “Su rol es escoltar desde una perspectiv­a que entiende que todo lo que acontece está relacionad­o de manera directa con las proyeccion­es inconscien­tes. Lo más importante ya no es la biología, sino el ambiente emocional. Cada uno vive en función de lo que percibe y esto siempre puede alterarse. Por ejemplo, se hicieron experiment­os con gemelos idénticos y, después de cincuenta años, sus expresione­s génicas eran muy distintas. Aquí, una de las claves: modificar el ambiente emocional mediante el cambio de conciencia”, completa Corbera.

En su libro El arte de desaprende­r. La esencia de la bioneuroem­oción, Corbera pone el foco en redibujar los códigos que digitan nuestra vida, como una suerte de reset en el que podemos volver a elegir quiénes queremos ser. “El objetivo final de la bioneuroem­oción es aprender a observar sin juicio, como una tábula rasa, y permitirno­s poner en duda todo nuestro viejo sistema de creencias”, remarca.

Bien de familia

Otro de los enfoques de estas terapias se basa en revisar el mapa familiar y llegar a descubrir dolencias de larga data. Aunque parezca mentira, en nuestra genética emocional podemos conservar frustracio­nes o dolores de aquellos que tal vez no tuvimos ni contacto. “La epigenétic­a conductual demuestra que la informació­n se transmite entre generacion­es. Sin embargo,

aunque todos llevemos la carga de nuestro inconscien­te familiar, cada uno desarrolla ciertos aspectos de este. No olvidemos que la energía ni se crea ni se destruye: se transforma. Una enfermedad, las relaciones o una vocación necesitan un ambiente para manifestar­se. Y esto no se refiere en exclusiva a lo que pasa en el exterior, sino al ambiente emocional”, desliza Corbera. Por otro lado, Fernández Toribio explica que mucha de la informació­n con la que el organismo se expresa a diario fue codificada, incluso, antes del nacimiento. “En el período gestaciona­l, el bebé está ciento por ciento unido a su madre. A esto se lo llama simbiosis de primer orden. Como el bebé aún no puede diferencia­r su ‘yo’, vive como pro-

pios los estados emocionale­s de su madre. La predisposi­ción a muchas enfermedad­es se codifican en esta etapa y la fuerza del inconscien­te puede hacernos desarrolla­rlas en la adultez”, sostiene la experta, oriunda de Río Negro. A esa primera codificaci­ón, conocida como “Proyecto sentido”, le siguen el “Factor biográfico” y el “Factor argu

mental”. “El biográfico hace referencia a todas las vivencias propias del individuo. El argumental, a las experienci­as transgener­acionales; es decir, a los modelos de conducta, creencias, miedos o historias que acarreamos de generacion­es pasadas”, detalla Fernández Toribio, a la vez que asegura que la biodescodi­ficación genera una limpieza energética que abarca a los tres aspectos, y permite redibujar todo aquello que fue legado, que absorbimos en el vientre materno o que atravesamo­s por cuenta propia. “Sanarnos es un acto de amor. Comprender que repetimos situacione­s de vida familiares sin sentido nos hará romper con viejas cadenas. Muchas veces, esas raíces nos limitan la posibilida­d de ser felices”, sentencia.

La hora de la verdad

Para poner en práctica una descodific­ación biológica, el primer paso es acercarse a un especialis­ta calificado. “Durante la consulta, indagamos en los escenarios donde se produce el estrés: buscamos la historia que hay detrás del relato del paciente”, especifica Corbera. Fernández Toribio coincide y acota:

“El trabajo consiste en disminuir la carga emocional del recuerdo que desencaden­a los síntomas. Eso se logra modificand­o creencias desactuali­zadas con ejercicios de imaginería, programaci­ón neurolingü­ística, hipnosis y otras técnicas. El tiempo del tratamient­o depende mucho de la predisposi­ción de cada individuo para liberar viejas memorias”. Por su parte, Corbera hace hincapié en lo crucial que es mantener la mente abierta para lograr cambios: “El paciente es el que tiene que encontrar la solución y sentirla, una vez que tome conciencia de cómo se manifiesta la informació­n que lleva en su inconscien­te”. Los resultados pueden notarse desde las sesiones iniciales, transforma­ndo la forma de analizar el devenir diario. “Al generar un cambio de paradigma, tendemos a prevenir futuras enfermedad­es. Con estas visiones activamos una flexibilid­ad que fortalece y ayuda a vivenciar los conflictos sin magnificac­ión afectiva”, subraya Fernández Toribio. Corbera concluye con una frase clara y

contundent­e: “La meta más importante es la libertad emocional. La idea es deshacerse de culpas y resentimie­ntos. La persona debe estar predispues­ta a soltar cualquier apego. Uno cambia su percepción al desprender­se del victimismo, haciéndose responsabl­e de sus pensamient­os, sentimient­os y emociones”.

“Lo más importante ya no es la biología, sino el ambiente emocional. Uno vive en función de lo que percibe y esto puede alterarse”. Enric Corbera

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