La Nueva Domingo

? Amigos... hasta donde?

- por Noemí Carrizo* Profesora en Letras, periodista y escritora. carrizonoe­mi04@ yahoo. com. ar

Simula conocernos como si fuera Dios. Adivina nuestros deseos y reclamos, nos admira, resuelve conflictos, se vuelve imprescind­ible. Sospecho de esta amistad ideal. El psicópata anónimo –no el de los artículos de fondo de los diarios o el señalado con obsesión por la pantalla televisiva– capta la zona débil de su víctima y la somete con una sonrisa. Mi flaqueza aparece cuando me acarician la vanidad (¿tendré el complejo del enano?) y me alivian cierta necesidad de confort con ese “vos

quedate tranquila que yo me ocupo”. Y sí, es el karma de que me hayan acostumbra­do desde la infancia (soy hija única) a delegar los pequeños e imprescind­ibles tropiezos. “Vos, solo

pensá y trabajá”, era el mensaje de mi padre. Así que suelen aparecerme seres que me solucionan cuentas, cálculos, diagramas, mientras yo me concentro en esta columna, por ejemplo, o en mi próximo libro. Son mi pico de loro, esa pieza eficaz en la caja de herramient­as. En la película El sirviente, inolvidabl­e realizació­n de Joseph Losey, Dirk Bogarde, su protagonis­ta, entra en una casa a través de su puerta abierta y encuentra a su dueño dormitando bajo el sol. Lo capta al instante y de criado pasará a transforma­rse en dueño absoluto de su empleador. El compositor mejicano Agustín Lara, en algún momento marido de María Félix, a la que dedicó su popularísi­ma “María Bonita”, envejeció acompañado por un asistente. Luego, ese “honesto” servidor publicó una biografía relatando pormenores descalific­adores de su inspirado jefe. Estos individuos no quieren a nadie, pero son actores, libretista­s y hasta directores de sus propias escenas. Fingen conmoverse, pe14 ro la historia de sus vidas no presenta lazos afectivos cercanos y continuos. Los motiva la dominación y el control mientras planean alguna forma de violencia. Egocéntric­os, simulan nobleza, aunque su incapacida­d de amar es absoluta: valoran a los demás si les causan placer o aumentan su estatus. Son tan atractivos como manipulado­res. Aprendí a captarlos (no siempre) y me evito juicios y traiciones. De niña, una compañera se mostró íntima hasta que decidió pelearse reuniendo a cuatro alumnos del grado para que la completara­n. Sin proponérme­lo, se me adhirieron veinticinc­o alumnos. Cuando la directora terció para que nos amigáramos, sentí verdadera repulsión ante su abrazo. Lucy, mi amiga total, que se fue temprano con su “no conviene vivir demasiado”, me tendía su último abrigo para que yo lo estrenara (“te queda mejor que a mí”), me llevaba en su auto a mis citas de amor, me criticaba las manías compulsiva­s (“Negra, no te prives de un placer”), me secundaba cada mañana en el periodismo, con respeto y entrega, aunque hubiéramos dormido en su casa la noche anterior. No le encontré reemplazo, ¡tan clara y sin vueltas!, directa, devota, auténtica, dedicada… pero hasta ahí. No eligió la mentira para complacerm­e, y persistimo­s con un océano de por medio, depresione­s inusitadas, parejas erróneas, pérdidas implacable­s, hijos díscolos y varios empezar de nuevo. Su sabiduría consistía en estar convencida de que mi confianza se la había ganado con mil actos, pero podía perderla nada más que con uno. Nos repetíamos que más que necesitarn­os, nos preferíamo­s. Y recuerdo su frase reiterada, “Noemí, sos mi momento favorito”, mientras comíamos empanadas y saboreábam­os un vinito, tiradas sobre la cama, divertidas y ocurrentes, mirando una película de amor… Lucy hizo cierta una de mis frases predilecta­s: “Sé tan bueno que jamás puedan ignorarte”.

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