? Amigos... hasta donde?
Simula conocernos como si fuera Dios. Adivina nuestros deseos y reclamos, nos admira, resuelve conflictos, se vuelve imprescindible. Sospecho de esta amistad ideal. El psicópata anónimo –no el de los artículos de fondo de los diarios o el señalado con obsesión por la pantalla televisiva– capta la zona débil de su víctima y la somete con una sonrisa. Mi flaqueza aparece cuando me acarician la vanidad (¿tendré el complejo del enano?) y me alivian cierta necesidad de confort con ese “vos
quedate tranquila que yo me ocupo”. Y sí, es el karma de que me hayan acostumbrado desde la infancia (soy hija única) a delegar los pequeños e imprescindibles tropiezos. “Vos, solo
pensá y trabajá”, era el mensaje de mi padre. Así que suelen aparecerme seres que me solucionan cuentas, cálculos, diagramas, mientras yo me concentro en esta columna, por ejemplo, o en mi próximo libro. Son mi pico de loro, esa pieza eficaz en la caja de herramientas. En la película El sirviente, inolvidable realización de Joseph Losey, Dirk Bogarde, su protagonista, entra en una casa a través de su puerta abierta y encuentra a su dueño dormitando bajo el sol. Lo capta al instante y de criado pasará a transformarse en dueño absoluto de su empleador. El compositor mejicano Agustín Lara, en algún momento marido de María Félix, a la que dedicó su popularísima “María Bonita”, envejeció acompañado por un asistente. Luego, ese “honesto” servidor publicó una biografía relatando pormenores descalificadores de su inspirado jefe. Estos individuos no quieren a nadie, pero son actores, libretistas y hasta directores de sus propias escenas. Fingen conmoverse, pe14 ro la historia de sus vidas no presenta lazos afectivos cercanos y continuos. Los motiva la dominación y el control mientras planean alguna forma de violencia. Egocéntricos, simulan nobleza, aunque su incapacidad de amar es absoluta: valoran a los demás si les causan placer o aumentan su estatus. Son tan atractivos como manipuladores. Aprendí a captarlos (no siempre) y me evito juicios y traiciones. De niña, una compañera se mostró íntima hasta que decidió pelearse reuniendo a cuatro alumnos del grado para que la completaran. Sin proponérmelo, se me adhirieron veinticinco alumnos. Cuando la directora terció para que nos amigáramos, sentí verdadera repulsión ante su abrazo. Lucy, mi amiga total, que se fue temprano con su “no conviene vivir demasiado”, me tendía su último abrigo para que yo lo estrenara (“te queda mejor que a mí”), me llevaba en su auto a mis citas de amor, me criticaba las manías compulsivas (“Negra, no te prives de un placer”), me secundaba cada mañana en el periodismo, con respeto y entrega, aunque hubiéramos dormido en su casa la noche anterior. No le encontré reemplazo, ¡tan clara y sin vueltas!, directa, devota, auténtica, dedicada… pero hasta ahí. No eligió la mentira para complacerme, y persistimos con un océano de por medio, depresiones inusitadas, parejas erróneas, pérdidas implacables, hijos díscolos y varios empezar de nuevo. Su sabiduría consistía en estar convencida de que mi confianza se la había ganado con mil actos, pero podía perderla nada más que con uno. Nos repetíamos que más que necesitarnos, nos preferíamos. Y recuerdo su frase reiterada, “Noemí, sos mi momento favorito”, mientras comíamos empanadas y saboreábamos un vinito, tiradas sobre la cama, divertidas y ocurrentes, mirando una película de amor… Lucy hizo cierta una de mis frases predilectas: “Sé tan bueno que jamás puedan ignorarte”.