La Nueva Domingo

Crónicas de la República

- Eugenio Paillet

En el gobierno y en el Congreso se escuchan -siempre por lo bajoalguna­s frases, ironías, chascarril­los, ¿chicanas? para referirse a Elisa Carrió. Aquí van algunas: Lilita es como un volcán dormido, nunca se sabe cuándo puede entrar en erupción; el presidente jamás le podría "bancar" su arremetida contra Ricardo Lorenzetti porque es el presidente de otro poder del Estado; ella está convencida de su rol de fiscal moral de la República, pero eso no la puede colocar en posición de decirle a Macri cómo tiene que gobernar y con quiénes; Vidal no la quería en la provincia porque no puede aceptar que diga que su jefe de Policía y dos de sus ministros son corruptos y narcotrafi­cantes. Si tiene pruebas, ¿porqué no los denuncia en la Justicia?

Carrió fue a Capital porque en la provincia, en especial en bastiones peronistas como la Primera y Tercera Sección, pierde por escándalo, y arrastrarí­a a una derrota a Cambiemos justo donde no se puede perder, porque una elección se gana y se pierde en Buenos Aires, el resto es un vuelto chico.

Y la última, que no es nueva: Macri prefiere palmearla en el hombro y decirle que sí, pero después hace lo contrario, y vuelta a empezar con el peligro de que alguna vez todo salte por los aires. Pero es el temor del presidente a tenerla de enemiga y no de amiga lo que genera esos "no acuerdos": Macri ni va a dejar de escuchar las santas palabras de Durán Barba ni le de- jará vetar nombres en las listas como ella le reclamó en Olivos.

En todo caso, Carrió baja a competir en la Ciudad porque allí se asegura un triunfo cómodo que le permitirá conservar su banca. Pero ni siquiera en ese acuerdo está todo abrochado. Un ejemplo es Martín Lousteau. El macrismo dice que la contribuci­ón de Lilita aleja riesgos para Horacio Rodríguez Larreta, que ya estuvo al borde del soponcio cuando el exemba- jador casi le arranca la jefatura de Gobierno en 2015. Hay quienes dicen que expulsar a Lousteau de Cambiemos y arrojarlo a los brazos de ECO y la mitad del radicalism­o porteño puede convertirl­o en una enfermedad peor que el remedio que se pretendió aplicar con la variante Lilita.

Hay un corolario que esgrimen las fuentes que hasta podría haber sido conversado en aquel desayuno en Olivos: los verdaderos candidatos para las elecciones de octubre en la provincia y el resto del país serán Vidal y Macri. Y en ese tren se puede mechar y hasta soportar los vaivenes de la a veces estrambóti­ca cruzada moralizado­ra de la diputada.

Macri podría sentirse satisfecho si su problema se acotara en contener al huracán Lilita. Aún en medio de sondeos y de una percepción generaliza­da entre analistas y consultore­s acerca de que su imagen, después del plan para abandonar el modo zen y pararse duro arriba del atril para denunciar mafias empresaria­s, políticas y judiciales y embestir contra los caciques sindicales, le reportó dos o tres puntos de imagen que había perdido desde el arranque del año y en especial durante el infernal marzo.

El problema del Gobierno y del presidente es que la economía sigue sin arrancar, la mejora tan pregonada no se nota en el bolsillo de la gente y las PASO, que podrían funcionar como una primera vuelta de lo que ocurrirá en octubre, están cada vez más cerca. Rogelio Frigerio cometió sincericid­io esta semana y aportó a cierta confusión que impera entre los habituales voceros del Gobierno encargados de proclamar las presuntas buenas nuevas. "El arranque del primer trimestre fue más malo de lo que esperábamo­s", dijo el ministro.

Sólo dos datos, entre varios otros, avalan esa visión: la industria sigue en caída y la inflación acumulada del primer trimestre ronda el 7 %. La meta del 17/18 % anual, en medio de gruesas disputas del elefantiás­ico equipo económico, bien gracias.

El riesgo más grave que correría ahora mismo el oficialism­o, según coinciden algunos observador­es políticos, va más allá de la economía o de Carrió. Se trata de si es tan convenient­e o es elementalm­ente riesgoso el plan de polarizar al extremo con Cristina Fernández.

Para casi todo el Gobierno está bien polarizar con la expresiden­ta. Lo dicen: "Ella es el pasado autoritari­o y escasament­e democrátic­o que la gente no quiere más, y nosotros somos el futuro, el cambio hacia un país mejor".

Bonita frase pero hay detalles que se escaparían: nadie garantiza para empezar que la sociedad no haga lo que ha hecho históricam­ente en las elecciones de medio tiempo, que es "sacarse las ganas" con un gobierno al que difícilmen­te reprobaría si se tratase de elecciones en las que está en juego el recambio de poder.

Demasiados bolsillos famélicos no contribuir­ían al plan para entusiasma­r a la gente y lograr que en agosto vote solamente por aquella disyuntiva de hierro que plantea Macri y no con el malhumor de su precaria situación económica actual. Que, probableme­nte, sea la misma que tendrá en agosto. No hay milagros que permitan suponer una recuperaci­ón en tan corto tiempo.

Hay otro riesgo. Analistas y hasta un ministro y un diputado de Cambiemos reconocen que el peronismo tiene un 30/32 % de piso, en especial en Buenos Aires, que es donde se cuentan los porotos, sin importar el candidato. Alcanza para ganar una elección.

El problema del Gobierno es que la economía sigue sin arrancar, la mejora tan pregonada no se nota y las PASO están cada vez más cerca. Demasiados bolsillos famélicos no contribuir­ían al plan para lograr que en agosto vote solamente por aquella disyuntiva que plantea Macri.

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