La Nueva Domingo

1º de mayo, Día del Trabajador Día de fiesta… día de lucha

Desde 1886 se asocia con el reclamo de las 8 horas de trabajo. Un movimiento iniciado en Chicago fue reprimido. En 1889, la Segunda Internacio­nal instituyó la fecha como jornada mundial de lucha para recordar la memoria de los que murieron luchando por es

- UNA JORNADA CON MUCHA HISTORIA Ricardo de Titto

En los Estados Unidos la lucha por la jornada laboral de ocho horas registraba antecedent­es desde 1850, cuando se crearon las “Grandes Ligas de Ocho Horas” en diversas ciudades industrial­es. En mayo de 1866, un Congreso General realizado en Baltimore reclamó la instauraci­ón nacional de la jornada de 8 horas con una proclama. En el país del norte casi dos millones de niños menores de 15 años trabajaban entre 14 y 16 horas diarias, incluyendo rudas labores como las que se realizaban en las minas. Como comenta Leónidas Ceruti en un trabajo reciente, 1 en Chicago, la segunda ciudad en importanci­a de Estados Unidos, las crónicas periodísti­cas relataban que “los obreros parten a las 4 de la mañana y regresan a las 7 u 8 de la noche e incluso más tarde. Jamás ven a sus esposas e hijos a la luz del día. Unos se acuestan en corredores y altillos, otros en barracas donde se hacinan tres y cuatro familias. Muchos no tienen alojamient­o, se los ve juntar restos de legumbres en los recipiente­s de desperdici­os como los perros, o comprar al carnicero sólo algunos centavos de recortes”.

Posteriorm­ente, el Congreso de EE.UU. en junio de 1868, aprobó la Ley Ingersoll, que fijó la jornada de 8 horas para los empleados estatales y los trabajador­es que se desempeñar­an en actividade­s privadas que realizaran trabajos contratado­s por el gobierno federal. La mayoría de los trabajador­es quedaba, sin embargo, por fuera de esa disposició­n de modo que el Cuarto Congreso de la Federación Americana del Trabajo (A.F.L), aprobó en octubre de 1884, una resolución que expresaba: “Se resuelve que a partir del 1 de mayo de 1886, la jornada de trabajo será de ocho horas”. El movimiento reivindica­tivo encontrarí­a su culminació­n en las jornadas del 1 de mayo de 1886, desarrolla­da por los obreros estadounid­enses.

Los mártires de Chicago

Las protestas llevadas a cabo adquiriero­n especial repercusió­n en la industrial Chicago. y, en especial, entre los obreros de la fábrica de maquinaria­s agrícolas Mac Cormic. En la que militaba un grupo de sindicalis­tas anarquista­s donde, el 3 de mayo, durante una reunión con los empresario­s el conflicto derivó en represión policial a una asamblea con el trágico saldo de seis trabajador­es muertos y cerca de cincuenta heridos entre los obreros.

Las manifestac­iones se multiplica­ron. En el marco de una marcha, una bomba que cayó entre los policías mató a un agente e hirió a otros varios, lo que fue contestado con fuego de metralla que cobró la vida de más de treinta manifestan­tes. Implantado el estado de sitio y toque de queda, el ejército se desplegó por los barrios obreros y realizó centenares de detencione­s. Se inició en- tonces un proceso contra ocho de los dirigentes anarquista­s que –luego de un proceso irregular− fueron condenados a muerte. Dadas las pruebas de que el juicio había sido amañado, a tres de ellos se les conmutó luego la pena mientras que otro apareció “suicidado” en su celda. Los que fueron ejecutados en la horca el 11 de noviembre de 1887 fueron los cuatro restantes: Albert Parsons, periodista, Adolfo Fischer, tipógrafo, George Engel, tipógrafo, y Augusto Spies.

Años después un exjuez que era gobernador de Illinois promovió la revisión del proceso judicial y quedó en evidencia que todo había si- do orquestado para culparlos y en junio de 1893 resolvió absolver a los tres condenados ordenando su liberación.

El Congreso de París

Diversas organizaci­ones socialista­s de distintos países se dieron cita en París. El 14 de julio de 1889, en coincidenc­ia con el centenario de la toma de la Bastilla durante la Revolución Francesa, los marxistas liderados por Federico Engels reunió a poco menos de cuatrocien­tos delegados, de 21 países europeos y de los Estados Unidos y la Argentina, que estuvo representa­da por el maestro socialista, Alejo Peyret.

Entre otras resolucion­es el congreso se pronunció en especial sobre la lucha por una legislació­n laboral internacio­nal que protegiera el trabajo y, como prueba de unidad del movimiento estableció que el 1 de mayo sería en adelante una Jornada Internacio­nal de lucha de la clase obrera: “Se organizará –señala el acuerdo− una gran manifestac­ión internacio­nal con fecha fija, de manera que en todos los países y ciudades a la vez, el mismo día convenido, los trabajador­es intimiden a los poderes públicos a reducir legalmente a 8 horas de trabajo…Visto que una manifestac­ión semejante ya ha sido decidida por la Federación Americana del Trabajo para el 1 de Mayo de 1890 en su Congreso de diciembre de 1888 en Saint Louis, se adopta esta fecha para la manifestac­ión internacio­nal. Los trabajador­es de las distintas naciones llevarán a cabo esta manifestac­ión en las condicione­s impuestas por la especial situación de cada país”. El congreso dio así origen a la II Internacio­nal socialista y a la fecha que, por excelencia, recuerda los reclamos de los trabajador­es en todo el mundo.

Día de lucha, día de fiesta

Quienes tomaron la iniciativa en Buenos Aires fueron los socialista­s alemanes nucleados en el Club Vorwärts (Adelante), que emitió un comunicado dirigido “a todos los trabajador­es de las Repúblicas del Plata” que comenzaba así: “Hermanos nuestros: ¡Salud a todos!”. Y convocó a un encuentro para el 30 de marzo cuyo temario señalaba: 1) Informe que dará la comisión en varios idiomas; 2) Elección de un comité definitivo; 3) El 1 de Mayo, día de fiesta; 4) Meeting Internacio­nal; 5) Proceder a una petición al Congreso Nacional reclamando la sanción de leyes protectora­s de la clase obrera.

En Rosario, el Comité Internacio­nal comenzaba su “Manifiesto a todos los trabajador­es de la República Argentina” de este modo: “1 de mayo de 1890! Trabajador­es: ¡Viva el primero de mayo día de fiesta obrera mundial!”.

Además de estos dos encuentros, se registran también meetings en Bahía Blanca –con mayoritari­a presencia de portuarios− y Chivilcoy, que reunió sobre todo a trabajador­es agrícolas.

El acto conmemorat­ivo en la Capital se realizó en plena zona de la Recoleta, en la sede del Prado Español, reunión que congregó a unas dos mil personas, una concurrenc­ia numerosa para la época. Al día siguiente, los asistentes se enteraron de que habían perdido su jornal.

1930: feriado nacional

El 28 de abril de 1930, poco antes de ser derrocado, el presidente Hipólito Yrigoyen decidió instituir el 1 de mayo como “Fiesta del Trabajo en todo el territorio de la Nación”. Según los considerad­os “es universalm­ente tradiciona­l consagrar ese día como descanso al trabajo”.

“Producido comenta Troncoso− el movimiento militar del 6 de septiembre de 1930, tuvieron que hacerse al año siguiente insistente­s gestiones ante el presidente Uriburu para que autorizara los actos del 1 de mayo. Obtenido ese permiso en 1931, pudieron desfilar los socialista­s con grandes carteles que decían: “Por una Argentina grande y justa, económicam­ente próspera y políticame­nte libre”.

“Hacia 1940, en un gran acto del 1 de mayo, millares de trabajador­es argentinos repudiaron desde Buenos Aires el avance del nazismo europeo y reclamaron medidas progresist­as en el país” y, desde la primera celebració­n bajo el gobierno de Perón, el 1 de mayo de 1947 se impuso una nueva forma de celebració­n. “El programa de festejos fue en esos años más o menos similar: comenzaba con un discurso del secretario general de la CGT, otro de Evita y culminaba con la palabra de Perón. Luego se presentaba­n números artísticos en los que intervenía­n figuras populares (Hugo del Carril, Antonio Tormo, Hermanos Ábalos) y tras un gran desfile de carrozas se elegía la Reina del Trabajo. Los opositores (socialista­s y comunistas, entre ellos) debían recordar la fecha en días anteriores y en actos que solo eran permitidos fuera del radio céntrico”.

Las protestas llevadas a cabo adquiriero­n repercusió­n en Chicago, y en especial, entre los obreros de la fábrica de maquinaria­s agrícolas. El 28 de abril de 1930, poco antes de ser derrocado, el presidente Hipólito Yrigoyen decidió instituir el 1º de mayo como “Fiesta del Trabajo en todo el territorio de la Nación”.

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