La Nueva Domingo

La enorme tarea del Centro de Rehabilita­ción Luis Braille

Graciela Hinojosa y Sergio Espinosa pasaron de la luz a la oscuridad. Sonia Zabala, con matices, también enfrentó las sombras. El Centro les permitió rehabilita­rse y reinsertar­se. Hoy 15 personas se encuentran en lista de espera. La entidad necesita la co

- LOS CONTUVO EN EL MOMENTO MÁS DURO Anahí González agonzalez@lanueva.com Graciela Hinojosa,

Graciela Hinojosa, Sergio Espinosa y Sonia Zabala tienen algo en común: los tres atravesaro­n una dura prueba. En algún momento de sus vidas la luz se apagó en sus ojos -total o parcialmen­te- y todo cambió de modo radical.

Necesitaba­n y querían avanzar pero las sombras parecían cubrirlo todo.

¿Cómo seguir adelante? ¿Cómo no dejarse vencer por el pesimismo y la angustia? ¿Cómo retomar sus vidas sin depender de la ayuda de otros para todo?

Hasta que alguien les habló del Centro de Rehabilita­ción y Biblioteca Popular Luis Braille de nuestra ciudad y comprendie­ron que perder la vista no era igual a perderlo todo. Estaban vivos, tenían familias que los apoyaban y mucho camino por andar.

Hoy, plenamente rehabilita­dos, agradecen la enorme tarea que se realiza la institució­n que los hizo sentirse “como en casa” y marcó un antes y un después en sus vidas.

Querer es poder

Sergio Espinosa quedó ciego por un disparo. Hace silencio luego de contarlo. Tenía 24 años y vivía con una tía en Coronel Dorrego, de donde es oriundo. Su mamá falleció cuando él era un bebé y hasta los 12 años lo crió una abuela.

Cuando la oscuridad se apoderó de su vida tuvo momentos muy duros. Estaba todo el día sentado, no se animaba a moverse de la silla porque sentía que no sabía hacer nada. Debía aprender todo de cero.

-Dependía de que alguien me llevara a cualquier parte o alcanzara un mate. Pensaba ¿Cómo voy a caminar? No creí que fuera a poder.

Hasta que un tío lo acompañó al Centro Luis Braille y todo cambió. La angustia cesó y se encontró con otro mundo posible.

-Aprendí a hacer la cama, a cocinar y cebarme un mate. A hacer las cosas solo. Es fundamenta­l no depender de otro.

También dejó de necesitar ayuda para dar un paseo o realizar un trámite.

-Esto (por el Centro Braille) me cambió la vida. Me sacó del pozo. Aprendí mucho y nunca se termina de aprender. Ahora soy una persona normal pero sin luz.

Cuando desde el Centro le ofrecieron trabajar en el Taller Protegido, en primer instancia rechazó la oferta sobre todo por la distancia que debía recorrer desde su pueblo hasta Bahía Blanca. Le resultaba complicado viajar todos los días. Sin embargo, al tiempo logró organizars­e y llamó a la entidad para saber si la propuesta seguía en pie.

La Municipali­dad de Coronel Dorrego solventa sus viajes para que asista al Centro tres veces por semana. Trabaja en doble turno en la confección de cepillos y perchas de madera.

Hoy se siente muy bien. Útil. Hace los mandados, paga los servicios, maneja dinero.

-Creí que no iba a adaptarme. Pensaba “Soy de Dorrego, acá no me conocen”. Pero no fue así. Es una institució­n muy familiar.

Tenía tantas ganas de aprender que la rehabilita­ción no le costó.

-Me rehabilité bastante rápido.

Para él, buena parte de la sociedad sabe cómo colaborar con una persona ciega pero todavía falta avanzar.

-Algunos te ven en la esquina y te preguntan ¿querés cruzar? o ¿adonde vas? Te quieren ayudar. Pero otros tienen temor, no saben cómo preguntart­e.

Otra de las cosas que jamás imaginó que podría hacer estando ciego fue sacar fotos pero hizo un curso de foto- grafía y lo logró.

-Hasta hice fotos a la luz del sol con una cámara estenopeic­a. No era imposible. Querer es poder.

Sergio cuenta que el sentido que más lo ayuda a orientarse es el oído.

-A las personas las reconocés mucho por la voz. En la calle también es muy útil, sabés cuándo viene una bicicleta porque escuchás el rodado o cuándo se cruza una paloma.

-Hacé de cuenta que nací de nuevo. La manera de enseñar que tienen no es de un maestro a un alumno. Te enseñan en familia.

Recuperar la autonomía

Graciela Hinojosa dejó a su hijo más chico en el jardín, en Pedro Luro, y todo se apagó. Desde hacía un año venía perdiendo gradualmen­te la visión -luego de haber sido sometida a una punción cerebral por la aparición de un quiste- hasta que un día se hizo la oscuridad total.

En aquel momento estaba por cumplir los 26 años y te- nía tres hijos chiquitos a su cargo: una nena de 8 años, un nene de 6 y otro de 4. Quedarse de brazos cruzados no era una opción.

Antes de perder la vista solía ver pasar a un hombre con bastón blanco pero nunca se le había dado por preguntarl­e cómo lo usaba y, menos aún, quién le había enseñado.

-No se me había ocurrido que podía pasarme a mí.

Desde su llegada al Centro Luis Braille aprendió muchas cosas. Por empezar, que estar ciego no significa vivir aislado y, en segundo lugar, que había muchas personas como ella que habían logrado seguir adelante.

Hoy, totalmente rehabilita­da y a punto de terminar la secundaria en una escuela de adultos confiesa que su mayor temor pasaba por enfrentar el afuera. No se imaginaba que sería capaz de caminar sola por la calle y hasta tomar colectivos.

-Mirá como son las cosas. Hoy me oriento mejor que antes de perder la vista. Voy para todos lados sola y no me pierdo nunca.

Graciela vive con su hijo de 16 años, que cursa la secundaria y su hija de 21 años que fue mamá de Taiel, de cuatro.

Taiel siempre está atento a su abu, más allá de que ella se maneja sola por completo. Él se fija, por ejemplo, que no haya sillas en el camino sino arrimadas a la mesa y la ayuda a armar los pares de calzados.

-Aunque yo sé reconocer mis zapatillas, él está siempre voluntario y me dice: “Mirá, estas son las dos iguales”.

Braille le dio a Graciela la posibilida­d de trabajar en el Taller Protegido donde se confeccion­an productos que luego se comerciali­zan en el mercado local. Viaja tres veces por semana desde Pedro Luro para cumplir su tarea en doble turno. Aprendió escritura Braille y usa la computador­a y el teléfono celular con una aplicación especial.

-Siempre me sentí como en casa. Veía gente más grande que yo que se manejaba con el bastón y pensaba ¡Yo también tengo que poder!

Volver a casa

Sonia Zabala se convirtió en presidenta del Centro Luis Braille luego de atravesar varias experienci­as muy difíciles.

Siempre supo que su vida se encaminaba hacia la ceguera ya que padecía queratocon­o, una enfermedad congénita progresiva.

A los 25 años se sometió a un trasplante de córnea de su

¡A colaborar! Podés asociarte llamando al (291) 452-2498 o inscribirt­e como voluntario. También podés comprar los productos fabricados en el Taller Protegido o donar papel. Si tenés una empresa, tu ayuda es esencial.

ojo izquierdo pero la operación no salió bien y perdió la visión en ese ojo. Entonces tenía una hija de 9 años. En el ojo derecho sufría una disminució­n visual severa.

-Estaba limitada. No podía conseguir trabajo, no podía leer, que me encanta, ni había podido terminar el secundario.

Una prima le dijo ¿Por qué no vas a Braille?

-Yo pensaba que era sólo para ciegos pero después de una entrevista empecé a venir para aprender lectoescri­tura Braille. Mi rehabilita­ción empezó por ahí.

Concurrió durante cuatro años a la entidad que jamás le negó una prestación aunque ella no tenía obra social.

-Antes no sabía hacer nada sola, siempre iba acompañada con alguien que me decía “Allá está esto” o “Allá está lo otro”.

Tras su paso por Braille cobró una mayor autonomía. Se colocó un lente de contacto en el ojo en que aún tenía visión y consiguió trabajo en la Cooperativ­a Obrera. Durante mucho tiempo siguió visitando la entidad, esporádica­mente.

Dos décadas más tarde -hace cuatro años- recibió una noticia que puso su mundo de cabeza: debía hacerse un trasplante de córnea en el ojo en el que aún tenía visión. Entonces retornó a la institució­n en busca de contención y la recibieron con los brazos abiertos.

-Había que intentar la operación para no llegar a la ceguera. Fue un duelo, un proceso difícil. En Braille me ayudaron mucho.

La cirugía fue exitosa. Hoy Sonia tiene un 20% de visión en el ojo trasplanta­do y usa anteojos sólo para ver de lejos.

Tras esta experienci­a se acercó a la entidad desde otro lugar: para ofrecer su colaboraci­ón como voluntaria y terminó convirtién­dose en Presidente ad honorem.

-Siempre estuve muy agradecida con la entidad pero desde que conocí cómo se sostiene económicam­ente lo estoy mucho más. Es increíble el trabajo que hay detrás, por parte de la comisión directiva, del equipo de profesiona­les, de los voluntario­s y las ganas que le pone todo el mundo para seguir sosteniend­o la institució­n.

En el Centro, cada día, un equipo de 17 profesiona­les brinda a las personas ciegas o con baja visión las herramient­as que necesitan para autovalers­e y reintegrar­se a la sociedad y contención psicológic­a para concretar sus objetivos.

Siempre me sentí como en casa. Veía gente más grande que yo manejando el bastón y pensaba ¡Tengo que poder!”.

GRACIELA HINOJOSA OPERARIA DE BRAILLE Acá nací de nuevo. La manera de enseñar que tienen en Braille no es de un maestro a un alumno. Te enseñan en familia”.

SERGIO ESPINOSA OPERARIO DE BRAILLE

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Sergio Espinosa y Sonia Zabala, tres historias de superación en el Centro de Rehabilita­ción Luis Braille.
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FOTOS: EMMANUEL BRIANE-LA NUEVA.

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