La Nueva Domingo

!Como si fuera tan facil!

- por Noemí Carrizo* Profesora en Letras, periodista y escritora. carrizonoe­mi04@ yahoo. com. ar

Estaba en casa de mi hija y la vi retirarse a su dormitorio. Aún así, “ella” me llamó por teléfono a las tres de las mañana, a los gritos, pidiéndome que no permitiera que la matasen, que la salvara, que su desesperac­ión era atroz. Paralizada, pensé que habría salido a comprar a una farmacia o trasladado algo hasta el incinerado­r, donde la podían haber secuestrad­o. Una voz de hombre me pidió tresciento­s mil dólares y me exigió que no cortara aclarándom­e que la estaba apuntando. Fue el peor momento de mi vida. Cuando fui a avisarle a mi yerno, Georgina estaba a su lado. Después, me llovieron los reproches: ¿No llamé por el celular al 911? ¿No fui a comprobar si mi hija seguía en su cuarto? ¿No pregunté a los secuestrad­ores si ella era de River o de Boca, qué cantante le gustaba, cuál era su color preferido, dónde había estudiado y cuál era el último libro que había leído? En realidad, no, solo pensé que no deseaba que sacrificar­an a uno de los seres que más amo en esta vida. Una vez más, la víctima era la culpable. No se debe atender el teléfono de línea de noche (no importa si algún cercano padece un inconvenie­nte, se sabe que a esas horas todo el mundo se vuelve invisible), por lo que deduje que soy la única trastornad­a con los medios de comunicaci­ón encendidos. Me vine a casa a desesperar­me con las paredes que, al menos, no recriminan. Conclusión general: había actuado sin astucia. No soy catastrófi­ca, pero cuando se incendió el departamen­to de mi vecino, también de madrugada, cometí otros errores: no percibir el humo al atravesar mi puerta, no atender de inmediato los golpes furibundos de los bomberos (“Por favor, ¿cómo creíste que eran

no tomarme un taxi y trasladarm­e a otra parte… Todos sabios en la desgracia ajena, todos expertos y versados, con sangre ía y neuronas lustradas, maestros insignes ante la inesperada inclemenci­a… “Por

Ay, Dios mío, ¿será que habrá una próxima? ¿Es tan laberíntic­a la empatía de ponerse en el lugar del otro desde el sentir, el espanto, la desesperac­ión, el límite, la orfandad? Personalme­nte, es una de las pocas virtudes que aún conservo. Y he alternado con presos, víctimas de estrés, suientes de abandono, y logré calzarme en sus zapatos con bastante acomodo. Hace falta gente que comprenda más y critique menos. Que sirva un café en el momento oportuno y escuche una alucinació­n sin escandaliz­arse, un pavor sin subestimac­ión, y un suimiento sin estigmatiz­arlo en cobardía. El poeta estadounid­ense William Faulkner fue terminante: “Quizás hicieron bien en colocar el amor en los libros… Quizás no podía existir en ninguna otra parte”. Y no falta la amiga oficiosa: “Yo tiraría esa pared abajo e integraría la cocina al living”. O la que se sor

prende: “No puedo creer que no camines cuarenta

cuadras por día”. Por lo que deduzco, cuando decaigo, que esta pereza mía me hará agonizar en breve. Pero me conformo con el Jorge Luis Borges que decía “Toda muerte es un

suicidio”; por lo tanto, no caminaré, pero tampoco ostento vicios destructor­es. El que hace ejercicio piensa que ganó la eternidad, y la que se volvió vegana será bella e inmortal como las diosas romanas. Los seres humanos somos tan onterizos que cortamos un árbol, lo hacemos papel y pegamos letreros de “Salvá un árbol” en ellos. Suele perseguirm­e, aunque la ahuyento, la ase de

Jacques Lacan: “Sólo los idiotas creen en la be* lla realidad del mundo, lo real es inmundo y hay que soportarlo".

“Hace, falta gente que comprenda máas y critique menos., Que sirva un cafe en el momento oportuno, y escuche una alucinacio­n sin escandaliz­arse,, un pavor sin subestimac­ion, y un sufrimient­o sin ,“estigmatiz­arlo en cobardia .

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