!Como si fuera tan facil!
Estaba en casa de mi hija y la vi retirarse a su dormitorio. Aún así, “ella” me llamó por teléfono a las tres de las mañana, a los gritos, pidiéndome que no permitiera que la matasen, que la salvara, que su desesperación era atroz. Paralizada, pensé que habría salido a comprar a una farmacia o trasladado algo hasta el incinerador, donde la podían haber secuestrado. Una voz de hombre me pidió trescientos mil dólares y me exigió que no cortara aclarándome que la estaba apuntando. Fue el peor momento de mi vida. Cuando fui a avisarle a mi yerno, Georgina estaba a su lado. Después, me llovieron los reproches: ¿No llamé por el celular al 911? ¿No fui a comprobar si mi hija seguía en su cuarto? ¿No pregunté a los secuestradores si ella era de River o de Boca, qué cantante le gustaba, cuál era su color preferido, dónde había estudiado y cuál era el último libro que había leído? En realidad, no, solo pensé que no deseaba que sacrificaran a uno de los seres que más amo en esta vida. Una vez más, la víctima era la culpable. No se debe atender el teléfono de línea de noche (no importa si algún cercano padece un inconveniente, se sabe que a esas horas todo el mundo se vuelve invisible), por lo que deduje que soy la única trastornada con los medios de comunicación encendidos. Me vine a casa a desesperarme con las paredes que, al menos, no recriminan. Conclusión general: había actuado sin astucia. No soy catastrófica, pero cuando se incendió el departamento de mi vecino, también de madrugada, cometí otros errores: no percibir el humo al atravesar mi puerta, no atender de inmediato los golpes furibundos de los bomberos (“Por favor, ¿cómo creíste que eran
no tomarme un taxi y trasladarme a otra parte… Todos sabios en la desgracia ajena, todos expertos y versados, con sangre ía y neuronas lustradas, maestros insignes ante la inesperada inclemencia… “Por
Ay, Dios mío, ¿será que habrá una próxima? ¿Es tan laberíntica la empatía de ponerse en el lugar del otro desde el sentir, el espanto, la desesperación, el límite, la orfandad? Personalmente, es una de las pocas virtudes que aún conservo. Y he alternado con presos, víctimas de estrés, suientes de abandono, y logré calzarme en sus zapatos con bastante acomodo. Hace falta gente que comprenda más y critique menos. Que sirva un café en el momento oportuno y escuche una alucinación sin escandalizarse, un pavor sin subestimación, y un suimiento sin estigmatizarlo en cobardía. El poeta estadounidense William Faulkner fue terminante: “Quizás hicieron bien en colocar el amor en los libros… Quizás no podía existir en ninguna otra parte”. Y no falta la amiga oficiosa: “Yo tiraría esa pared abajo e integraría la cocina al living”. O la que se sor
prende: “No puedo creer que no camines cuarenta
cuadras por día”. Por lo que deduzco, cuando decaigo, que esta pereza mía me hará agonizar en breve. Pero me conformo con el Jorge Luis Borges que decía “Toda muerte es un
suicidio”; por lo tanto, no caminaré, pero tampoco ostento vicios destructores. El que hace ejercicio piensa que ganó la eternidad, y la que se volvió vegana será bella e inmortal como las diosas romanas. Los seres humanos somos tan onterizos que cortamos un árbol, lo hacemos papel y pegamos letreros de “Salvá un árbol” en ellos. Suele perseguirme, aunque la ahuyento, la ase de
Jacques Lacan: “Sólo los idiotas creen en la be* lla realidad del mundo, lo real es inmundo y hay que soportarlo".
“Hace, falta gente que comprenda máas y critique menos., Que sirva un cafe en el momento oportuno, y escuche una alucinacion sin escandalizarse,, un pavor sin subestimacion, y un sufrimiento sin ,“estigmatizarlo en cobardia .