La Nueva Domingo

Con el filo de la navaja

- Por el mundo Por David Roldán droldan@lanueva.com

Ya decíamos, la semana pasada, que la particular­idad del mercado público de Florianópo­lis nos permite encontrar lo que uno puede esperar y, también, lo inesperabl­e.

En uno de los extremos de una de las galerías, Carlos, prolijamen­te vestido, con un impecable guardapolv­os blanco, es el responsabl­e de una peluquería, pero, también, de una barbería, especialid­ad, esta última, que ha ido desapareci­endo en la medida en que los hombres tuvieron sus propias y modernas formas de hacer desaparece­r el vello de su rostro.

Junto a un poblador de unos 65 años, sobre el sillón, se coloca los guantes descartabl­es, el barbijo y

Tan sólo unos minutos, movimiento­s hechos con mucho cuidado, una navaja que va y viene y otro rostro como nuevo.

comienza a mostrar su habilidad.

Trae de un recipiente un cobertor blanco y tapa la cara, dejando apenas un hueco para respirar.

Aplicado el vapor por unos minutos, despeja su escenario humano, afila la navaja y comienza a rasurarlo.

Lo hace con una tranquilid­ad y con movimiento­s lentos pero seguros que hasta nos permiten llegar a superar el temor de que ese filo extremo llegue a provocar una cortadura en un hombre a merced de otro.

Sin que medie diálogo, saca lo grueso de la barba para, después, abocarse a los detalles, hasta que en unos instantes más, ese rostro luce casi tan suave como el de un joven.

Uno poco de loción, un pago de 25 reales y un nuevo cliente que se va, para que Carlos comience a disfrutar de su café...

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