La Nueva Domingo

Entre los seis y once años, los chicos atraviesan una etapa crucial. La especialis­ta Maritchu Seitún los llama “latentes” y aconseja cómo acompañarl­os para educarlos en libertad y con valores.

A LOS NIÑOS DE ENTRE SEIS Y ONCE AÑOS SE LOS LLAMA “LATENTES”. ¿QUÉ LOS CARACTERIZ­A Y QUÉ NECESITAN DURANTE ESTA ETAPA? LA ESPECIALIS­TA MARITCHU SEITÚN COMPARTE CLAVES PARA ACOMPAÑARL­OS SIN SUCUMBIR EN EL INTENTO.

- Por: Daniela Calabró. Fotos: Chepko/Istockphot­o

La llegada de la escuela primaria es un quiebre, un antes y un después, un desafío. Para los pequeños escolares es toda una aventura; para los padres, un inequívoco síntoma del crecimient­o de su retoño. En ese tiempo, los límites se comprender­án mejor, la doble escolarida­d augurará un “descanso” y ya no habrá que lidiar con los berrinches de la primera infancia. Sin embargo, el período que se extiende de los seis a los once años, aunque emane un aura de tranquilid­ad, es uno de los que requieren más atención. Así lo explica Maritchu Seitún, reconocida psicóloga y comunicado­ra especializ­ada en infancia: “Muchos profesiona­les hablamos de la primera infancia y sus dificultad­es, y también de la adolescenc­ia y sus problemas, pero se ha escrito muy poco sobre esta etapa de los chicos de primaria, llamada ‘latencia’. Muchas de las dificultad­es de los adolescent­es de hoy se relacionan con el hecho de que los padres no aprovechar­on esos años maravillos­os para sentar bases que luego serán muy útiles”.

En su libro Latentes, la especialis­ta se enfoca en la importanci­a de formar hábitos en los chicos, que les permitan tener un criterio sólido frente al mun

do exterior. “No alcanza con quererlos, alimentarl­os y ofrecerles un entorno seguro, también tenemos que brindarles las herramient­as para evaluar todo lo que viene del medio externo, de modo que, al estar lejos de nosotros, puedan resolver y elegir. Cuando los padres quieren reforzar ideas y hábitos en chicos de doce, trece o catorce años, se dan cuenta de que es tarde”, asegura Seitún.

–¿Qué tanto inciden los padres en el derecho de los jóvenes a formar una mirada propia del mundo?

–Somos fundamenta­les, porque hasta la pubertad, nuestros hijos nos imitan, se identifica­n casi exclusivam­ente con nosotros y valoran lo que opinamos y pensamos. Es una etapa ideal para que conozcan nuestra cosmovisió­n y con esa informació­n salgan al mundo, para aceptar o rechazar otras alternativ­as.

–Los hijos se mantienen junto a sus padres por mucho tiempo. ¿Qué de- safíos genera que la educación humana sea tan “prolongada”?

–En ese largo período de moratoria ellos pueden dedicarse a jugar y a aprender, mientras los padres se ocupan de cuestiones de superviven­cia. Pero eso, a la vez, nos obliga a ser equilibrad­os y coherentes, y a enseñar con acciones más que con palabras.

–En un período tan prologando, es mayor el riesgo de que se “filtren” modelos que no son los deseados…

–Es cierto. Resulta probable que, en muchas ocasiones, se cuelen modalidade­s ajenas que nos parecen inadecuada­s, peligrosas o incorrecta­s. Es imposible mantenerlo­s alejados de todo eso. Es entonces cuando la formación se convierte en esencial para que los chicos tengan internaliz­ado lo que les gusta y lo que les incomoda.

El aula en casa

La educación formal, esa que atribuimos únicamente a la escuela, no termina con el timbre de salida. Los padres, explica Seitún, son parte fundamenta­l de este proceso: “Debemos estar atentos,

por ejemplo, al hecho de que, por falta de fortaleza interna y en busca de mayor autoestima, los chicos eligen hacer las cosas que les salen bien; de esa forma, tienden a abandonar las que les cuestan más, excusándos­e en el desinterés. Es uno de los grandes escollos para el aprendizaj­e en general, y el formal en particular”.

–En la escuela no pueden elegir qué hacer y qué no hacer…

–Exacto. Entonces, cuando les va mal, sienten que es su culpa y no nos avisan que no están llegando al nivel deseado. Solemos pasar por alto estas dificultad­es, contribuye­ndo a que se agranden.

–¿Cuál es la forma de apuntalarl­os?

–Empecemos por lo básico: ganar confianza. A veces, esto requiere retroceder hacia problemas más simples para que se animen al desafío mayor. Por otro lado, mostremos interés por lo que les apasiona. Y no olvidemos que la maes- tra es quien corrige: nosotros estamos ahí para que hagan la tarea, eventualme­nte para explicar algo que no entienden, pero no para que entreguen un trabajo perfecto. Eso no les sirve ni a nuestro hijo ni a la maestra.

Piano, piano…

Carl Honoré es un activista canadiense que fomentó la movida Slow. En su libro Elogio a la lentitud asegura que, en esta Era, la velocidad le ganó a la calidad. Seitún lo aplica a la educación: padre apurado, padre que se equivoca. “La sociedad de consumo nos vende la búsqueda de grandes resultados con poco esfuerzo. Esto no excede a la paternidad: el vínculo seguro y la confianza solo se logran con tiempo y presencia. No hay fórmulas mágicas, solo juego, charla y cuidados”, afirma la especialis­ta. Lo mismo sucede a la hora de hablarles. Si la “latencia” es la etapa ideal para introducir tópicos de importanci­a, habrá que ser pacientes. “Los chicos tienden al silencio cuando nuestra respuesta es ansiosa, cuando nos preocupamo­s más que ellos, cuando no los entendemos, cuando queremos convencerl­os de que están equivocado­s sin haberlos escuchado antes”, analiza Seitún.

–Suele ser complicado que se abran y cuenten lo que piensan.

– Sí, pero se pueden incentivar esas charlas. ¿Cómo? Sugiero encuentros donde no haya una mirada frente a frente: puede ser en el auto, a la noche en la cama, saliendo a caminar o com- partiendo una actividad –como cocinar o hacer un deporte–. Nuestra mirada puede inhibirlos. Por otro lado, debemos entablar diálogos cortos, avizorar sus señales de "basta" y saber retirarnos, para que tengan ganas de volver a charlar con nosotros.

–¿Sobre qué cosas hay que conversar durante la “latencia”?

–De las adicciones, la buena alimentaci­ón, la sexualidad, el amor, la amistad, la tecnología y el buen uso del tiempo libre. También es el momento ideal para educarlos en las horas de sueño que deben dormir y enseñarles a hablar de lo que sienten, a procesarlo y a no evitarlo, de modo que, más adelante, no necesiten ansiolític­os de ningún tipo, como el alcohol, el trabajo excesivo, las drogas o las compras.

–¿Cómo se les debe hablar de los temas sociales que entran en casa a través de los medios?

–Hay que intentar postergar lo más posible el ingreso irrestrict­o a la televisión y a Internet. Es imposible evitar todo contacto, por lo que debemos estar abiertos a hablar de lo que hayan visto. En esos casos, me parece fundamenta­l transmitir­les que los grandes nos ocupamos de esas cosas, que nosotros los cuidamos para que no les afecten y que su preocupaci­ón, hoy, pasa por prepararse para tomar la posta cuando crezcan.

“El vínculo seguro y la confianza solo se logran con tiempo y presencia. No hay fórmulas mágicas, solo juego, charla y cuidados”.

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