La Nueva Domingo

Otro intento

- por Noemí Carrizo*

“Es probable que la psicosis del destino nos incline al mismo ser con otro rostro, pero, al menos, descartemo­s la ingenuidad. No culpemos al que retorna si le abrimos la puerta con una sonrisa, un buen trago y Frank

, “Sinatra cantando , My Way .

“Verba volante scripta manent”, es un reán

impecable que se traduce en: “Lo que se dice vuela, pero los escritos quedan”. Nací en una época en que la palabra y un simple apretón de manos funcionaba­n como documentos válidos. Ahora, que hasta las cartas son “esos

papelitos que no sé para qué conservás”, ase que nos inclina a arrojar a la basura (dicen que es mejor quemar) cuanta evocación de promesas cumplidas o incumplida­s conservemo­s, tampoco lo estampado tiene valor. Y uno, en la soledad, esa condición humana sin excepción, se detiene en esos párrafos que aseguran arrepentim­iento, deseo, renovación, cambio. Pronunciad­o o escrito, el oecimiento de dicha compartida nos levanta un poco de este patético suelo real. Y bueno, se fue, no se animó, se asustó, imaginaba de mí otra persona, ¡es tan versátil! Estímulos que ganan a un ánimo desolado, lo mueven a volver a empezar, le desatan la esperanza y ese premio de que alguien nos diga, antes de salir: “Ponete una campera porque parece que va a refrescar”. Después de varias porrazos, admití una banalidad como la de comprender que nadie cambia, lo que cambia es nuestra capacidad de aceptar, vislumbrar, transar. ¿ Hasta cuándo? Acepté la invitación de la conocida de un amigo; o sea, no sabía absolutame­nte nada de ella. Rodeada de marido e hijos en una casa con todo en su lugar: perfectos, parecían salidos de una serie de televisión. Cuando comenté, en privado, sobre la transparen­te tristeza de la dueña de casa, la respuesta me asombró: “Él se fue, tuvo un hijo con otra y cuando volvió, ella lo perdonó”. No me parece mal disculpar un tropiezo, pe- ro ¿hasta dónde es convenient­e la indulgenci­a, si no se supera el desengaño y la sorpresa? Jorge Luis Borges aseguraba: “Algo sé: no

existe el olvido”. Frase para enloquecer o prevenir. Se asegura que nadie puede volver atrás y empezar de nuevo, pero cualquiera pueda empezar hoy y crear un nuevo final. Por esta idea de película romántica se enferman los optimistas o flojos casi terminales por solitarios, los que nos permitimos ser sorprendid­os a diario por la desolación. Es cuando uno se siente como aquellos antiguos que define Marguerite Yourcenar: “Los dioses se habían ido y Cristo no estaba todavía. De Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo”. Pero los genios nos marean un poco. León Tolstói aseguraba: “Comprender­lo todo es perdonarlo todo”. No hay profeta que nos indique permanecer al lado del que perdonamos. Mientras uno culpa al ancla, no se atreve a soltarse de la soga que lo une a ella. Pero hay que atreverse a conservars­e íntegro, aun en la melancolía, antes que preservar en purgatorio­s conocidos que (¡ basta de insistir!) no transmutar­án. Para ver el océano, hay que alejarse de la costa. Y sí, mejor será perseguir un paraíso nuevo, lo que tampoco sé si es lógico o transable. Es probable que la psicosis del destino nos incline al mismo ser con otro rostro, pero, al menos, descartemo­s la ingenuidad. No culpemos al que retorna si le abrimos la puerta con una sonrisa, un buen trago y Frank Sinatra cantando “My Way”. Es preferible el amor nuevo, desconocid­o, ignoto, sorprenden­te y hasta dispar, que vive en las antípodas de nuestro lugar vital o mental, antes que el retorno a lo que no es bueno ni malo, simplement­e intolerabl­e. Y recordemos al inolvidabl­e poeta chileno Pablo Neruda: “Hay heridas que en vez de abrirnos la piel, nos abren los ojos”.

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