Otro intento
“Es probable que la psicosis del destino nos incline al mismo ser con otro rostro, pero, al menos, descartemos la ingenuidad. No culpemos al que retorna si le abrimos la puerta con una sonrisa, un buen trago y Frank
, “Sinatra cantando , My Way .
“Verba volante scripta manent”, es un reán
impecable que se traduce en: “Lo que se dice vuela, pero los escritos quedan”. Nací en una época en que la palabra y un simple apretón de manos funcionaban como documentos válidos. Ahora, que hasta las cartas son “esos
papelitos que no sé para qué conservás”, ase que nos inclina a arrojar a la basura (dicen que es mejor quemar) cuanta evocación de promesas cumplidas o incumplidas conservemos, tampoco lo estampado tiene valor. Y uno, en la soledad, esa condición humana sin excepción, se detiene en esos párrafos que aseguran arrepentimiento, deseo, renovación, cambio. Pronunciado o escrito, el oecimiento de dicha compartida nos levanta un poco de este patético suelo real. Y bueno, se fue, no se animó, se asustó, imaginaba de mí otra persona, ¡es tan versátil! Estímulos que ganan a un ánimo desolado, lo mueven a volver a empezar, le desatan la esperanza y ese premio de que alguien nos diga, antes de salir: “Ponete una campera porque parece que va a refrescar”. Después de varias porrazos, admití una banalidad como la de comprender que nadie cambia, lo que cambia es nuestra capacidad de aceptar, vislumbrar, transar. ¿ Hasta cuándo? Acepté la invitación de la conocida de un amigo; o sea, no sabía absolutamente nada de ella. Rodeada de marido e hijos en una casa con todo en su lugar: perfectos, parecían salidos de una serie de televisión. Cuando comenté, en privado, sobre la transparente tristeza de la dueña de casa, la respuesta me asombró: “Él se fue, tuvo un hijo con otra y cuando volvió, ella lo perdonó”. No me parece mal disculpar un tropiezo, pe- ro ¿hasta dónde es conveniente la indulgencia, si no se supera el desengaño y la sorpresa? Jorge Luis Borges aseguraba: “Algo sé: no
existe el olvido”. Frase para enloquecer o prevenir. Se asegura que nadie puede volver atrás y empezar de nuevo, pero cualquiera pueda empezar hoy y crear un nuevo final. Por esta idea de película romántica se enferman los optimistas o flojos casi terminales por solitarios, los que nos permitimos ser sorprendidos a diario por la desolación. Es cuando uno se siente como aquellos antiguos que define Marguerite Yourcenar: “Los dioses se habían ido y Cristo no estaba todavía. De Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo”. Pero los genios nos marean un poco. León Tolstói aseguraba: “Comprenderlo todo es perdonarlo todo”. No hay profeta que nos indique permanecer al lado del que perdonamos. Mientras uno culpa al ancla, no se atreve a soltarse de la soga que lo une a ella. Pero hay que atreverse a conservarse íntegro, aun en la melancolía, antes que preservar en purgatorios conocidos que (¡ basta de insistir!) no transmutarán. Para ver el océano, hay que alejarse de la costa. Y sí, mejor será perseguir un paraíso nuevo, lo que tampoco sé si es lógico o transable. Es probable que la psicosis del destino nos incline al mismo ser con otro rostro, pero, al menos, descartemos la ingenuidad. No culpemos al que retorna si le abrimos la puerta con una sonrisa, un buen trago y Frank Sinatra cantando “My Way”. Es preferible el amor nuevo, desconocido, ignoto, sorprendente y hasta dispar, que vive en las antípodas de nuestro lugar vital o mental, antes que el retorno a lo que no es bueno ni malo, simplemente intolerable. Y recordemos al inolvidable poeta chileno Pablo Neruda: “Hay heridas que en vez de abrirnos la piel, nos abren los ojos”.