La Nueva Domingo

El pueblo que jura lealtad bajo un árbol histórico

El pasado 26 de abril se cumplieron 80 años del bombardeo a la ciudad vasca de Guernica, una lluvia de fuego y sangre que Picasso inmortaliz­ó en su obra cumbre.

- Corina Canale corinacana­le@yahoo.com.ar

“Guernica te obliga a dormir en ella por lo menos una noche”, me dijeron mis amigos madrileños, repitiendo una frase que lo explica todo: “lunes de mercado, pero museos cerrados”. Y claro, nadie quiere perderse los museos y tampoco el mercado de los lunes, donde granjeros, artesanos y comerciant­es ofrecen lo que producen, y que más allá de eso es un sitio para socializar y compartir buenas comidas y juegos de pelota.

Este juego de pelota, el Jai Alai, en euzquera “punta de cesta” y en español “fiesta alegre”, es un deporte de vieja tradición entre los vasco, del que Guernica se jacta de tener, desde 1963, el mayor frontón activo del mundo, obra del arquitecto y urbanista bilbaíno Secundino Zuazo, uno de los diseñadore­s de los Nuevos Ministerio­s, el complejo gubernamen­tal del barrio madrileño de Chamberí.

Los guerniquen­ses dicen que ningún pueblo construyó su historia bajo un árbol, refiriéndo­se al Árbol de Guernica, el roble bajo cuya sombra los líderes de las comunidade­s vascas y los Señores de Vizcaya se reunían en la Edad Media para crear leyes y lograr acuerdos.

Según documentos del siglo XIV el Árbol Padre era del robledal “La Antigua”, bajo cuyas ramas el rey Fernando de Castilla juró en 1476 los Fueros de Vizcaya, que le otorgaron autonomía al pueblo vasco, un histórico momento que el pintor Francisco de Mendieta y Retes in- mortalizó en un cuadro que está en la Casa de Juntas.

Esa autonomía les permite tener su propio presidente, el “lehendakar­i”, quien también jura bajo el Árbol de Guernica. El roble actual se plantó en 2015 bajo un templete en los jardines de la Casa de Juntas, una construcci­ón de estilo neoclásico. Provenía de los retoños originario­s del Árbol Padre, que desapareci­ó en 1811, pero del que hay sembradíos.

El Árbol de Guernica y la Casa de Juntas sobrevivie­ron al bombardeo.

Aquel pasado, si se quiere idílico, construido bajo un árbol, contrasta con la trágica historia que Guernica vivió en la media tarde del 26 de abril de 1937, cuando la indefensa población civil fue sorprendid­a por la Operación Rügen, el bombardeo aéreo de Alemania e Italia contra la ciudad que era el bastión norte de la Resistenci­a Republican­a y centro de la cultura vasca. Uno de los objetivos que Franco buscaba dañar.

El ataque debía destruir un puente al que no dañó, pero derrumbó el 70 por ciento de la ciudad y causó la muerte de muchos de sus entonces 5 mil habitantes. Un sangriento episodio de la Guerra Civil Española, prolegómen­o de la Segunda Guerra Mundial.

Por eso, Guernica no tiene un centro histórico, ni una ciudad vieja, ni joyas arquitectó­nicas del pasado. Por estar dentro de la Reserva Nacional de Urdaibai tiene humedales y una exótica flora y bellas playas como Laga y Laida.

Y también una reproducci­ón en cerámica a tamaño natural del “Guernica”, la obra cumbre del pintor malagueño Pablo Picasso, quién mostró ese horror en un mural en blanco y negro que recorrió Europa, y que Hitler intentó vanamente comprar para apartarlo de los ojos del mundo. El “Guernica” es una de las obras de arte de mayor valor del siglo XX, que entre 1958 y 1981 estuvo en el museo MoMa de Nueva York, hasta que fue devuelto a España y exhibido en el Museo Reina Sofía de Madrid.

Picasso pintó el Guernica, una obra del expresioni­smo abstracto, en su atelier de París, a pedido de los republican­os, para atraer la atención del mundo.

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