La Nueva Domingo

Esa preguntita

- por Noemí Carrizo* Profesora en Letras, periodista y escritora. carrizonoe­mi04@ yahoo. com. ar

No me la formulan ahora que soy abuela, pero la soporto desde que, a los doce años, parecía de veinte. Cuando viajé con mi hija púber por Europa, ante la negación de confesar mi edad, los compañeros de ruta le realizaban verdaderos reportajes a una Georgina dispersa que solo quería que la dejaran tranquila. Mi satisfacci­ón riente fue comprobar que cuando me espetaron la cifra en el mismísimo rostro, erraron considerab­lemente (para mi beneficio). La indagación aumentó con el tiempo. Como si hubiera nacido ayer, aparecen curiosidad­es, en apariencia, inteligent­es: qué animal del horóscopo chino soy, cuál es mi segundo nombre, en qué época terminó mi hija la secundaria. No se me escapa que un buen rastreo en Internet da con mi fecha, mi bautismo, la asentación en el Registo Civil, los testigos, padrinos, la fiestita, la carta natal, los meses de amamantami­entos y mis primeros pasos en el Parque Lezama (¡menos mal que es centenario!). Pero supongo que es más placentero oírlo confesar con el oculto placer de “¿ Sabes qué, simuladora? Ya la sé”. Acabo de perder a una lectora valiosa porque discutió con otra (¡este Facebook!) que defendió mi privacidad –bah, si es que la hay–. Pero existen otros interrogan­tes imprudente­s, a saber: “¿ Por qué te divorciast­e dos veces?”, “¿ Extrañás a tus hijos lejos?”, “¿ Cuándo te casás?”, “¿ No tenés novio?”, ¿ Tenés unos kilitos de más?”, “¿ Cuánto ganás?”. La lista es larga y solo enumerarla me pone furiosa. Sinceramen­te, me interesa del otro su lindura sin tacha, ese entregarse sonriente y con autenticid­ad, su abrazo virtual o cercano, que 8 se conforma con lo que revelo en esta página, que no es poco. Como resultado, formé amistades duraderas, pletóricas, nutricias, que nacen desde adentro y se detienen en una mirada, una carcajada, un verso de Paul Verlaine, una frase que me salió ocurrente y la pegan en la heladera… Hay consultas que revelan una personalid­ad, un “quid” escondido, un “No me lo

ocultes, confesá, confesá”. Déjenme con mi herencia de mujeres coquetas hasta los noventa y cuatro, como la mia nonna, con su perfume a gardenias y sus ojos celestes, acomodándo­se su estola de guipur y su largo collar de perlas tan auténtico como ella. Una sola pregunta puede contener más pólvora que mil respuestas. Seamos sinceros, el que pregunta con mala intención no merece saber la verdad. Creo que el dilema se encuentra en mi hábito de no mentir. Tal vez omita, pero no elegiré la fantasía para salvarme de un escollo. Esto me permite caminar por una senda despejada y libre, con tropiezos, escalones de subida y bajada, algún ave rapaz que me roza la frente, pero, en especial, con pájaros que me rodean de continuo con trino y aleteos y bandadas impecables guiando mi destino. No tengo miedo de que me “cacen” las fieras salvajes. Y cuando quiero al otro pienso como Marguerite Yourcenar: “Todos los silencios de la

tierra son pétalos de tu f lor”. Preguntas eran las de Marcel Proust que cuando se trataba de conocer a otra persona, se interesaba por su poeta, su autor, su heroína y su compositor favorito; también en qué defectos le inspiraban más indulgenci­a… Les pido que me dejen con mi egoísmo semejante al de mi admirada Virginia Woolf cuando aclara: “Cada uno tiene parte de su pasado encerrado dentro de sí mismo, como las hojas de un libro aprendido de memoria y * del cual hasta los amigos más entrañable­s solo pueden leer el título”.

“Sinceramen­te, me interesa del otro su lindura sin tacha, ese entregarse sonriente y con autenticid­ad, su abrazo virtual o cercano, que se conforma

, “con lo que revelo en esta pagina

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