Las bestias del hiphop
“Gracias al rap muchos pibes de Bahía encontramos una forma de expresarnos”, dicen.
Mis padres se separaron Me sentía diferente Los chicos con sus dos padres Mi madre solo presente Las noticias no son buenas cuando llega esta edad Cinco fallos en la escuela me hacen volver a empezar Dime cuánta plata ganas cuántos pesos semanales Te diré cuánto te roban los malditos gobernantes Dejame la cerveza te regalo el envase Lo de afuera a mí me asusta Lo de adentro me deshace
Era Tadeo cuando puteaba a la nueva novia de su papá porque no la quería ver. Era Tadeo cuando apretaba los dientes de bronca porque quería salir corriendo de la escuela.
Era Tadeo Cobreros cuando a los 11 años juntó dos pares de palabras que sonaban igual. Le puso música. Y se sintió mucho mejor.
Ese día se convirtió en Serafín.
Los serafines, según la religión, son ángeles que solo abren sus alas para defenderse de lo que les hace mal, pero además son los únicos que pueden contemplar a Dios con su música.
“Yo me comí ese verso. Mis alas son mis letras, mi dios es el hip hop”, dice Serafín, un chico de Bahía Blanca que lleva 10 años rapeando. La mitad de su vida.
*** Un pie le pide permiso al otro antes de dar un paso. Llega a la plaza fumando un cigarro, con una mano el bolsillo de su parca verde.
Serafín no se pone pantalones largos, no usa gorra con visera plana, ni se cuelga collares de oro.
Él dice que el rap no es una moda. —¿Y qué es?
—No es solo un género musical de la cultura hip hop. Es más que eso: es la manera que muchos pibes encontramos para ser escuchados. Lo que no puedo decir con palabras a la cara lo puedo contar en una canción. —¿Eso los alivia?
—Siempre que uno escribe sus canciones siente que en lo personal está dando un gran paso.
Y un gran paso dio con sus primeras letras, con las que pudo escupir la bronca para desahogarse:
Cuando tenía 9 años, se fue del centro a vivir a un barrio, cambió de colegio y dejó de ser el líder del grupo.
Una cascada de palabras llenaban de a poco las fisuras de su adolescencia:
“Me hacía tan bien rapear, que llegué a pensar que podía hacer la revolución con una letra”, cuenta.
Con 13 años, se tiró a escribir sobre políticos corruptos, papás que no tenían plata para darle de comer a sus hijos, pibes delincuentes o sobre grandes narcotraficantes:
“Me pareció que exageraba mucho en mis letras o me copiaba de lo que decían los raperos más grandes. Entonces decidí no tocar más esos temas hasta entenderlos en serio”, dice.
Cuando tenía 14, descubrió que sonaba mejor decir lo que le molestaba pero de una manera más linda.
Sin ser tan directo, digamos.
“Usando la metáfora como arma grabé varias canciones sobre el amor o mis miedos”, dice.
“Cuando me empecé a sentir solo en esto, salí a la calle para ir a los lugares en donde sabía que los pibes se juntaban a rapear”, cuenta.
En ese momento, unos 5 años atrás, el rap unía a no más de 10 chicos en el Parque, las plazas, las calles o los pasillos de alguna galería del centro.
*** Tadeo pasa su tiempo rimando, cantando, gritando cuando se calienta.
Hace estallar el verso. —¿De dónde sacás las palabras? ¿Leés mucho?
—Nosotros somos más de escuchar que de leer. Hoy el rap es el género con el que todos aprenden. Los dibujitos, las publicidades, todo tiene que ver con el rap. —O sea que aprendiste de otros artistas...
—Sí, creo que adquirís el mismo vocabulario leyendo que escuchando un buen artista. —¿Cuál es tu referente?
—En el rap, Núcleo.
“Cuando era chico me hacía tan bien rapear que llegué a pensar que podía hacer una revolución con una buena letra”.
—¿Y escuchás otro tipo de música?
—¡Obvio! Escucho desde Miranda hasta Pimpinela. También le meto reggeton o cumbia. El rap es muy lindo pero te tira tanto la posta que a veces necesitás algo que te levante un poco el ánimo.
Cuando arrancó, Serafín tiraba sus raps sobre música instrumental que descargaba de internet.
En su pieza tenía un micrófono de $ 80, una placa externa de su computadora y algún que otro conocimiento de edición.
Ahora graba con productores de Bahía que le permiten explorar sobre nuevos ritmos con sabor a jazz, trap o electrónica.
—¿Cuántos temas grabaste? — Más de 250, seguro. —¿Y podés vivir del rap? —No. Mi viejo me banca el alquiler del departamento que comparto con mi hermano. De vez en cuando saco algo de alguna grabación que hago en mi estudio casero. —¿Qué piensan tus viejos? —Ellos saben que siempre fue en serio. Tengo mis espacios de escribir, de grabar, saben que pongo más énfasis en eso que en la escuela. —¿Y la escuela? —Después de perder 6 años, me decidí a terminar la secundaria. Llegó un momento en el que dije “mucho Serafín, pero necesito salir adelante”. —¿Cómo te va con eso? —Mal, supongo. Recién arranqué.
—¿Querés seguir estudiando después?
—Sí. Quiero estudiar algo relacionado con el diseño para no dejar de lado el arte. Yo creo que lo único que me da motivación es el arte. Pero quiero ir por el lado visual, no tanto musical.
Explotar de rap y dejarlo
“El momento más sano de un rapero es cuando entiende que no todo es rap en la vida. Necesitás explotar de rap para entender que lo tenés que dejar un poco”, dice.
“El arte puede terminar siendo lo que te da de comer, pero cuando no te conocen, tenés que frenar”, dice.
Y Serafín de a poco entra en esa etapa. De a poco vuelve a ser Tadeo.