“Estoy en un proceso de cambio”
GRACIAS A SU ÚLTIMA PELÍCULA EN CARTEL, JOAQUÍN FURRIEL SIENTE QUE PUDO SUPERAR EL ACV QUE SUFRIÓ EN 2015. CON PROYECTOS EN CINE Y TELEVISIÓN, CONFIESA QUE SU PRIORIDAD ES DISFRUTAR DE LA VIDA.
Apesar de su agenda apretada, entre una entrevista en radio y un ensayo vía Skype con el director de su próxima película, Joaquín Furriel nos concede un buen rato para contarnos sobre su presente. Almuerzo de por medio, durante la charla asoman el humor, la emoción y los recuerdos. La sensación es la de estar hablando con un hombre que obedece a su vocación y que está absolutamente conectado con su alma. Padre de Eloísa ⑼, este talentoso actor arranca confesando que su más reciente largometraje lo ayudó a superar una instancia de inflexión: “El faro de las orcas es una película que no pongo en el currículum, sino en un lugar diferente del corazón. Siempre será el filme que hice después del gran susto que tuve en mi vida”. La referencia se remonta a octubre de 2015, cuando, durante un vuelo en el que regresaba desde Londres, comenzó a sentirse mal: la mitad izquierda de su cuerpo no le respondía. Ya en Buenos Aires, los médicos le diagnosticaron un accidente cerebrovascular (ACV). –¿Qué cambió a partir de aquel episodio? –Me dejó una lección, un gran aprendizaje. Aunque no sea muy sano tener un accidente para valorar cosas de tu vida, entendés que lo importante está más cerca de lo que creías.
En ese proceso, El faro de las orcas no fue un proyecto más. Fue la excusa perfecta para volver al ruedo y probarse que no
había ningún tipo de secuelas en su cuerpo. “La propuesta me llegó en un momento muy particular. Fue el primer guion que leí a tan solo dos semanas de haber tenido el ACV. Me animé porque sentí que me iba a hacer bien, sobre todo por su temática: los valores, el tema del autismo, la vida silvestre. La película me rehabilitó. El alta médico lo tenía, pero haciéndola, me di el alta como actor. Me había pegado un susto muy grande”, admite. –¿Cómo fue el regreso al set? –Desconocía si en las escenas iba a poder habitar el personaje como estaba acostumbrado. Por ejemplo, me tocaba un soliloquio mirando por una ventana. O sea, no me podía apoyar en ningún compañero para sostener la escena. Encima, por cambios climáticos, tuvimos que rodarla una semana antes de lo previsto. De repente, me preguntaron: “¿Podés hacerla mañana?”. Yo dije que sí, porque estoy muy entrenado gracias a las tiras diarias y a textos de teatro como los de Calderón de la Barca, donde no se puede improvisar. Pero cuando estaba grabando, me daba cuenta internamente de que tenía miedo de que no funcionara o de estar pasado de emoción, ya que todavía me sentía vulnerable por lo que me había pasado. –Estabas a flor de piel… –Sí. Al terminar la toma, me agarró como una especie de desequilibrio emocional. Necesité media hora porque sentía que me había quitado un gran peso de encima. A partir de ese instante, reafirmé que podía entrar en una escena con toda una hoja de ruta emocional y lograrla.
En los últimos años, la presencia de Furriel en la pantalla
grande fue in crescendo: protagonizó Un paraíso para los malditos, El patrón, Cien años de perdón y Las grietas de Jara (próxima a estrenarse). Pero El faro de las orcas fue más
De la pantalla chica a la grande
Joaquín Furriel tiene un 2017 cargado. Próximamente estrenará El jardín de bronce, una serie televisiva basada en el libro de Gustavo Malajovich, que se emitirá por HBO Latinoamérica. Se trata de un thriller policial de ocho capítulos sobre un hombre al que le desaparece su hija de cuatro años, y emprende una búsqueda incansable para recuperarla. “Trabajé con un elenco increíble y con dos directores extraordinarios: Hernán Goldfrid y Pablo Fendrik. Es una historia cautivante”, adelanta. En lo que se refiere al cine, amén de aguardar el estreno de Las grietas de Jara, se encuentra filmando Enterrados, en Asturias y bajo la dirección de Luis Cappiello. “Por un accidente en una mina, mi personaje queda atrapado a setecientos metros de profundidad. El argumento demuestra cómo una situación extrema hace que las cosas terminen siendo de una manera diferente de como uno las ve —anticipa. Y nos deja espiar un poco más de su agenda—: Cuando vuelva de Asturias, empiezo a prepararme para un personaje bastante complejo en la nueva película de Juan Solanas”.
una experiencia que un mero trabajo. “Me gustaba mucho la idea de filmar en lugares que conocía bien. Yo tuve la posibilidad de viajar bastante por nuestro país. A Península Valdés había ido tres veces, la primera en 1990. De hecho, tengo una foto a los dieciseis años en el mismo lugar donde estaba la locación. Raro… porque no es un lugar que se visite turísticamente, es difícil llegar. Primero, no entiendo qué hacía ahí aquella vez. Segundo, por qué los productores decidieron montar en ese lugar la cabaña donde vivía mi personaje. La península es grande, pero la pusieron justo allí, ni cien metros más atrás ni más adelante”, cuenta asombrado.
–¿Cómo fue filmar en la Patagonia?
–Con cada persona que me ponía a hablar, encontraba una historia de vida muy rica y diferente de lo que estamos acostumbrados en la ciudad. Es impresionante cómo los paisajes hacen también a sus habitantes. En una estancia de la localidad de Camarones, en la provincia de Chubut, conocí a un hombre de noventa y dos años que tenía quince hijos y tataranietos. Impacta mucho el entorno en el que está Camarones, ¡es de una belleza! Yo estaba solo en una casa, un poco alejado. Me despertaba a la mañana con los pajaritos cantando en el mar. La naturaleza convive permanentemente con uno.
Las metas claras
A los cuarenta y dos años, Furriel puede ufanarse de haber trabajado con actores de la talla de Aledo Alcón y Luis
Brandoni. A esa lista, ahora suma a Oscar Martínez. “Acabamos de hacer Las grietas de Jara, y fue un placer enorme. Es extraordinario. No me sorprende que haya ganado la Copa Volpi en el Festival de Venecia. Disfruto mucho de escucharlo, a mí me encanta aprender. En general, reconozco que me llevo bien con los actores que quieren mucho nuestro oficio, los que intentan constantemente seguir creciendo en la profesión buscando nuevos proyectos y personajes. Siento una gran empatía con ellos", concede quien se crió en la ciudad de Adrogué. –¿Cuál es tu mayor logro, Joaquín? –Escuchar mi vocación. Descubrí el teatro en un taller del colegio, y después estudié en la Universidad Nacional de las Artes. ¡Le puse una garra! Siento que me hice cargo de lo que se me estaba despertando interiormente. Hasta el día de hoy trato de mantenerme despierto. Eso implica un trabajo también. Pero me gusta lo que hago. –¿En qué etapa de tu carrera te encontrás? –Estoy en un proceso de cambio, que creo tiene que ver con la edad. Ya pasé la barrera de los cuarenta… Mis amigos del círculo íntimo se dedican a actividades diferentes a la mía, y con ellos coincidimos en que es una edad donde las palabras empiezan a tener otro valor. Discernís qué es un problema de lo que no lo es. Y en lo profesional pasa un poco lo mismo: se impone el deseo de disutar, de pasarla cada vez mejor. En mi caso todo eso está más intensificado porque tuve una cercanía con la finitud. Lo viví con el ACV: hoy estoy y mañana quizá no. Parece una ase hecha, pero es así. Dice Furriel que, en la actualidad, acepta propuestas en las que pueda contar con el tiempo suficiente para preparar sus personajes. Y que, paralelamente, se le están dando algunas oportunidades que anhelaba con ansias, como una serie televisiva que se podrá sintonizar en toda Latinoamérica. “Estoy trabajando mucho para que se mantengan estas puertas abiertas, que es lo más difícil”, define. –¿Y el teatro? ¿Lo tenés abandonado? –Desde Final de partida, allá por 2013, que no volví a hacer otra obra. Después de la muerte de Aledo (Alcón) no tuve ganas de subirme a las tablas. Estaba pinchado. Recién ahora estoy reuniéndome con un director con el que tengo ganas de trabajar un texto. Vamos de a poco, pero estamos buscando la manera de concretarlo. Hago teatro desde los trece años: mi hermano jugaba al fútbol, y yo iba a teatro.