La Nueva Domingo

Las mujeres que los hombres temen

- por Noemí Carrizo*

Ese hombre que tal vez me amó fue termi

nante: “Escribís para interpreta­r a las mujeres, pero lo hacés como un hombre. Por eso

te tenemos miedo”. No me hizo feliz la ref lexión, pero debí aceptar esa verdad. Porque sí, amigas y amigos del alma, los hombres no se asustan de la que vigila, controla el celular, se aprende las contraseña­s, observa las huellas, pone trompa, hace huelga, amenaza, no dirige la palabra, se va a dormir a otro cuarto o de vez en cuando los despide a gritos furiosos y destemplad­os. Estas locas lindas af lojan. Pero ellos se aterroriza­n ante la otra, la que piensa, la que no es celosa compulsiva ( pero tampoco se distrae), la que comparte por televisión un partido de fútbol, aunque sepa que, en ese momento, su cónyuge está pensando en otra. ¡Los enloquece que no protesten pero hayan captado la verdad de la historieta! Además, suponen que la que leyó algunos libros toma exámenes continuos. ¡Qué equivocado­s! La pensante, a pesar de sí misma, ansía simplicida­d, un plato frente al suyo y alguien al que le guste su lunar escondido, su reír con desparpajo, su ferviente tozudez. ¡Pero inútil tratar de convencerl­os! ¡Ni hablar si tienen éxito! Me contaron que Susana Giménez sedujo a todos sus amores dando el primer paso. Por su parte, Frida Khalo conturbó con su amor a un Diego Rivera que la quería más sencilla, sin presagios ni planes ni “muero si te vas”. Ese poeta del otro mundo, Juan Carlos Onetti, se enamoró de la poetisa Idea Vilari- ño, alucinante creadora de versos. Y aunque fue la mujer de su vida, no se divorció para casarse con ella. Villariño declaró: “Había un hombre que llegaba a mi casa sin aviso, a cualquier hora. Cerrábamos las puertas y las ventanas. Se detenían todos

los relojes”. Él solía acostarse para mirarla desde la cama: no podía tolerar su traspasado­ra presencia; lo fatigaban tanto amor y

deseo. Ella era directa y supo escribirle: “Ya no viviré contigo / no criaré a tu hijo / no coseré tu ropa / no te tendré de noche / no te besaré al irme / nunca sabrás quién fui / por qué me amaron otros. / No llegaré a saber por qué ni cómo nunca / si era de verdad lo que dijiste que era / ni quién fuiste / ni qué fui para ti / ni cómo hubiera sido vivir juntos / querernos / esperarnos / estar. / Ya no soy más que yo / para siempre y tú / ya / no serás para mí / más que tú. Ya no estás / en un día futuro / no sabré dónde vives / con quién / ni si te acuerdas / No me abrazarás nunca como esa noche / nunca. / No volveré a tocarte / no te veré morir”. Esto es sentimient­o genuino, sin vueltas. Los señores deducen como el f ilósofo

Sócrates: “Es mejor temer el amor de una mujer antes que el odio de un hombre”. No me gusta que reaccionen con retraimien­to cuando dicen amarme. Porque yo los idolatro. Les creo y les abro las puertas de mi alma, también las de mi piel. Y eso espanta, se toman el primer tren hacia el olvido. Pero soy una romántica empedernid­a y desespero como la novia de

Bodas de Sangre de Federico García Lorca, al confesarle a su suegra su insuperabl­e atracción predestina­da: “Yo no quería, óyelo bien, yo no quería, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo y me hubiera arrastrado siempre, siempre, siempre, aunque todos * los hijos de tu hijo me hubieran agarrado de los cabellos”.

, “Suponen que la que leyo, algunos, libros toma examenes continuos. ! Que equivocado­s!, La pensante,, a pesar de si misma, ansia simplicida­d y alguien al que le guste, su lunar escondido, su reir con desparpajo, su ferviente tozudez. ! Pero

, “inutil tratar de convencerl­os! .

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