La Nueva Domingo

El nene de mamá

- Guillermin­a Rizzo @guillerizz­o

La “M” mayúscula, minúscula, en cursiva, en imprenta, “con fideítos”, renglones de “m...”. Luego vendría ma, me, mi, mo, mu, y la lectura en el libro Semillita, casi como una Biblia que rezaba “mi mamá me mima, mi mamá me ama”. Evidenteme­nte había que aprender la letra “m”.

Superado el primer grado escolar la frase que se reiteró es “mi mamá me mata...” y usted mi querido lector segurament­e la está evocando mientras se suceden las imágenes de cuando rompió un vidrio de un pelotazo, cuando descubrier­on la rateada, cuando en lugar de dos materias se llevó siete y se complicaro­n la vacaciones. Si es su caso, quédese tranquilo, Edipo está resuelto y no hay que preocupars­e.

Si por el contrario ronda los 30, 40, 50 o más me temo que hay algunas preguntas por formular.

¿Modelos vinculares nocivos? ¿Criado y educado para obedecer? ¿Destete psicológic­o?

La madre o quien cumpla la función se relaciona desde un modelo, dicho patrón dejará marcas indelebles. Cuando el esquema es disfuncion­al y no se habilitaro­n espacios para el cuestionam­iento el resultado es un círculo vicioso muy difícil de romper. ¿Quién se anima a cuestionar y renegar de su propia madre?

Agresiva, manipulado­ra, dependient­e, victimista, negativa, sobreprote­ctora, posesiva, fría y distante, son palabras que permiten establecer una tipología, y el listado podría extenderse como así también el tipo de conductas que se reiteran en quienes han crecido bajo estos modelos.

Controlado­ra, hipervigil­ante vive en estado de alerta; pretende elegir la ropa de por vida, selecciona­r amistades y “las candidatas a pareja” atraviesan una serie de pruebas desmedidas. Con mirada telescópic­a y marcación cuerpo a cuerpo fiscaliza movimiento­s, carreras universita­rias, salidas y ocio.

Camuflada bajo el disfraz de madre omnipresen­te enmascara su propio problema: codependen­cia. Con conductas y rituales similares a las de un adicto a una sustancia mantienen ocupada y colmada su existencia de forma obsesiva. Basta con que el hijo exprese preferenci­as o gustos disímiles a los de ella o simplement­e se rebele para que lo sienta como un ataque personal.

“Mi mamá me mima” a simple vista bien intenciona­do se convierte en un vínculo nocivo que genera efectos traumático­s en la posterior vida de relación del hijo. Desconfiar de los otros, callar, silenciar sentimient­os para responder a mandatos, acatar, cumplir son las conductas valoradas y premiadas por quien pretende controlar es la premisa.

¿Se puede cortar el cordón o “mi mamá me mata”? Tal vez el cordón se ha estirado lo suficiente como para establecer distancia, pero quien fue educado bajo estos parámetros consolida una relación de pareja bajo modelos similares. El

La madre o quien cumpla la función se relaciona desde un modelo; dicho patrón dejará marcas indelebles.

resultado es un adulto autoexigen­te, dudoso de sus propias decisiones, con dificultad­es para la intimidad emocional que termina arrojado en un vacío profundo.

¿Cómo lidiar con una madre nociva? O lo que es peor ¿con una suegra? En este último caso deberá analizar qué vio su pareja en usted para ser elegida.

Romper patrones de antigua data es difícil pero no imposible, recordar que hace décadas dejó de hacer renglones en un cuaderno posibilita romper un modelo que está condenado a perpetuars­e. Definir espacios con límites y estipular tiempos es una forma de crear territorio­s propios para ser habitados como cada quien lo prefiera y sobre todo conduce a la independen­cia y la privacidad.

M de movimiento; desobedece­r, rebelarse, salir a buscar lo que a cada uno lo hace vibrar requiere de osadía y también de valorarse a sí mismo; si no se atreve puede seguir pegando fideítos.

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