¿Habrá sido el fin?

A veces, cuando me dicen que en Bahía Blanca no pasa nada...

Martes pasado. 1.45. Colón y Chiclana. Una pareja. Una mujer alcoholizada y con la cara ensangrentada, golpeadísima. —¿Qué le pasó? —Le pegaron —me dice la parejita a coro.

Llamo al 911. Preguntas raras. Insoportables. “Llamá al 107”. Llega el patrullero. El otro patrullero. El otro patru- llero. Los 7 patrulleros. Un policía. Dos policías. 20 policías. 30 policías. Una petisita con una escopeta enorme. Es que el golpeador volvió. Con un palo. Revoleando. No lo podían parar. ¿No lo podían parar? Lo agarran. Esposas. Patrullero. —¿Usted llamó al 911? —Sí. —¿Me tiene que dar sus datos?

—No hay problema. Eso sí, no me lleves a la comisaría. Entro a trabajar a las 7. —No, no te hagas drama. Vuelta. Cigarrillo. Caminata veloz. Llave. Ascensor. 5º. Puerta, baño, cama. Teléfono.

—Tenés que venir a la Comisaría. —Ok. “En 15 estamos, te pasa a buscar un patrullero y después te llevamos”. Fueron 30 esperándolos al frío de las 3 y media de la mañana. --¿Nombre? --¿Qué? ¿Todo de vuelta? --Todo de vuelta. Gritos. “Déjenme salir. Tengo frío. Estoy descalzo”. Golpes. Abren la puerta. “Vea que no le estamos pegando”, dice la policía morocha, entre piropo y piropo de su compañero más joven. “Está bien, ya vi”. Gritos. “Déjenme salir. Tengo frío. Estoy descalzo”. Golpes. “Te vi a vos que me estás mandando al frente. Sé dónde vivís, te voy a ir a buscar, eh”. Patrullero. Casa. Ascensor. Cama. Fin. ¿Fin? Espero.