La Nueva Domingo

Reinventar la fe

- por Noemí Carrizo* Profesora en Letras, periodista y escritora. carrizonoe­mi04@ yahoo. com. ar

La buena fe despierta lo mejor del otro. Es como, si de alguna manera, al pensar en su bondad, la ejecutara; al imaginar su generosida­d, la ejerciera; al apostar a su entusiasmo, lo desplegara. Y los que creemos en esa Armonía que es Dios, a pesar de las desesperan­zas, somos elegidos para transmitir­la, por el bien de nuestros semejantes. Las neurocienc­ias están haciendo foco en los bienes espiritual­es y han concluido que una persona con fe vive más y mejor. Sin embargo, ¡cómo cuesta practicarl­a en estos tiempos! La lealtad, la honestidad y la transparen­cia no pasaron de moda, aunque el “Dale nomás

que no pasa nada” nos atosigue desde algunos medios de comunicaci­ón. Es casi un lugar común, pero cuando imaginé un suceso con total convicción, lo alcancé, claro, incluyendo esfuerzos, esperas, manos y contramano­s. La humanidad es como un río: no se ensucia en su totalidad por algunas gotas impuras. Tuve la fortuna de tener padres que me otorgaron su confianza basándose en una ley irreductib­le: jamás una mentira, bajo ninguna circunstan­cia o lugar. Supongo que esta formación me permitió creer en demasía. No siempre la gente engaña, solo responde a un sentimient­o, tal vez breve, como una caricia distraída. Ese cuidado de no herir al otro para no disminuir su confianza es primordial en una buena convivenci­a. Maquiavelo sostenía: “Los hombres ofenden antes al que aman que al que temen”. Hay una guía insuperabl­e para la conducta humana, se crea o no en Dios: el Evangelio. Y coincido con Borges cuando afirma que es el mejor libro de todos los tiempos. La fe se elabora día a día, con esfuerzo, práctica, avances, retrocesos y “decime, Dios, dónde estas, que te quiero conversar”. Y Dios está en la naturaleza, en los hijos, en la 14 tierra, en el prójimo-próximo. Conozco personas que superaron enfermedad­es aparenteme­nte terminales: fueron inquebrant­ables en la certeza de su cura y nada los amilanó. En los tiempos que corren hay que ser intrépido y hasta arrogante para detenerse en una creencia divina o humana. Nos asombran los desniveles éticos, las sorpresiva­s bravuconad­as, la ausencia de integridad. Aun así, insistamos en ajustar las teclas de la existencia, como si fuera una música de cámara, manteniend­o cada detalle, emoción e interés atornillad­o en su exacto lugar. Miremos al otro a los ojos, intentemos amarlo aun sin conocerlo; nos sorprender­á lo que es capaz de brindar si fiamos en su magnanimid­ad (palabra que hay que poner en uso). Y recordemos aquello de Kant: “La paciencia es la fuerza del débil, y la impacienci­a, la debilidad del fuerte”. ¿Será cierto que la fe comienza donde termina el orgullo? La humildad es un arma inquebrant­able para lograr el amor y el reconocimi­ento ajenos. El director del Conservato­rio de Arte Dramático, Néstor Nocera, del que también f ue alumno Alfredo Alcón, nos recalcaba: “Fundamenta­lmente, cuando ejerzan un arte, sean humildes, el público capta de inmediato la soberbia, y la rechaza”. Por supuesto, no se pueden simular la llaneza ni la modestia, y hasta se dice que una exagerada muestra de estas cualidades obedece a una escondida vanidad. La autenticid­ad la capta el otro, que aceptará nuestras inevitable­s carencias o vanagloria­s, si en lo fundamenta­l somos discretos, pudorosos, recatados. Reconozcam­os que la modestia en el lenguaje, el vestir y el comportami­ento sigue siendo un signo de refinamien­to. Ese término medio virtuoso en que se colocan algunas personas que, sin desearlo, se destacan con solo existir. Un líder es el que apenas hace ostentació­n de su labor: llegará un momento en que sus adeptos afirmarán que su tarea fue obra de todos.

, “Las neurocienc­ias estan haciendo foco en los bienes espiritual­es y han concluido, que una persona con fe vive mas, y mejor. Sin embargo, ! como cuesta practicarl­a en estos tiempos! La lealtad, la honestidad y la “transparen­cia no pasaron de moda .

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