La Nueva Domingo

“LAS COMIDAS TRAEN RECUERDOS”

TAKEHIRO OHNO NACIÓ EN EL JAPÓN Y SE DESTACÓ EN EUROPA, PERO SIEMPRE AMÓ NUESTRO PAÍS. RADICADO EN LA ARGENTINA, SE CONVIRTIÓ EN UN ÍCONO DEL UNIVERSO CULINARIO.

- Por: Juan Martínez. Fotos: Constanza Niscovolos.

ATakehiro Ohno le bastó mirar el color del cielo para decidir que se quedaría a vivir en la Argentina. Un lugar que, pese a estar a casi veinte mil kilómetros de donde nació, siem

pre le resultó muy cercano. “Cuando tenía ocho años, veía un dibujito llamado ‘Marco’. Lo emitieron en el Japón un año entero. Contaba la historia de un niño italiano que viajaba a la Argentina para buscar a su mamá. Tenía un poncho salteño, y eso fue lo primero que me compré cuando arribé a este país. ¡Me sentía Marco!”, repasa quien hoy es un emblema gastronómi­co a nivel mundial. Takehiro descubrió su pasión culinaria gracias a su madre, una eximia repostera especializ­ada en delicias alemanas. Se recibió de nutricioni­sta y, lejos de los platos tradiciona­les de su tierra, se especializ­ó en cocina española. “En mi país es tradición que los jóvenes elijan a su maestro. Yo encontré a uno que, casualment­e, hacía cocina española: Akihiko Manada. Si se hubiera dedicado a la italiana, hoy estaría con los spaghetti… ¡Lo que admiraba su maestría, su fuerza, su téc-

nica! Era un apasionado, y yo quería ser como él”, confiesa. A mediados de los noventa visitó Buenos Aires, invitado por un restaurant­e y por su amigo Fernando Trocca. Y en 2005 regresó para participar como chef ejecutivo en un nuevo proyecto: doDo Club. En 2008, la popularida­d tocó su puerta después de ponerse al ente de su propio pro

grama en El Gourmet. “Desde chiquitito mi sueño era ser cocinero. Siempre fantaseé con ponerme la chaqueta blanca. A mí me encanta comer: esa es la verdadera razón por la que cocino. Las comidas traen recuerdos, tienen historias, despiertan sentimient­os. Me acuerdo cuando hice el casting para entrar al canal: cociné un arroz con kétchup. Y conté que para un niño japonés, el kétchup es el primer contacto con el sabor de Occidente. El plato era sencillo, pero evocativo”, sostiene.

–¿Y cuál es el plato que usted más se acuerda?

–El cordero chilindrón. Es un estofado. Lo pedí antes de tener una entrevista laboral. Me dieron ganas de llorar de lo rico que estaba.

–¿Quién se lo cocinó?

–Koji Fukaya, otro gran maestro. Todavía no llego a ser como él. Ese cordero chilindrón yo no lo puedo hacer. Utiliza huesos de jamón que él mismo estaciona durante dos años. ¿Cómo replicás ese sabor? Takehiro admite que radicarse en la Argentina le cambió la vida. Aquí conoció a su mujer (precisamen­te, en un casamiento, en la que ella era invitada, y él… sí, el cocinero), y tuvo a sus dos hijos, Maiuko –que significa capullo de seda– y Ginkgo –por el árbol milenario que sobrevivió a la bomba atómica–. “Amo vivir acá. Quiero que mis hijos crezcan orgullosos de este país y que tengan la calidez que caracteriz­a a los argentinos. Aquí, los niños pueden ser niños; en Japón yo era un niño-soldado”, concede. Es que en la isla de Hokkaido, donde nació, Takehiro se crió con la severidad de la filosofía samurái. “Hokkaido está en el norte del Japón, tiene un clima como el de la Patagonia. Hasta hace cien años, allí no vivía nadie, solo algunos indios. Cuando terminó la época de los samuráis, muchos que no tenían trabajo emigraron para aquellas tierras. Mi tatarabuel­o aprovechó esa oportunida­d y empezó a trabajar en el campo. Toda mi familia tiene la filosofía samurái”, indica.

–¿Qué implica esa educación?

–Tres cosas importante­s: respeto, humildad y honor. Tenés que ser amable y preguntarl­e al otro qué quiere. Decir “yo quiero tomar gaseosa” estaba prohibido en mi casa. Siempre tenía que preguntarl­e a mi mamá qué quería tomar ella, y entonces, ella me lo preguntaba a mí. Todavía la sociedad japonesa funciona de esa forma. Lo mismo con la humildad, la actitud de siempre querer estar aprendiend­o. Mi padre solía decir: “Yo no sé nada, cada día aprendo algo”.

–Esas enseñanzas, ¿también funcionaro­n como un corsé que lo oprimía y le impedía desarrolla­rse?

–En el sistema japonés, si el maestro dice que hay que ir a la derecha, sí o sí tenemos que ir todos a la derecha. No se cuestiona. Los jóvenes callan, aunque puedan tener muy buenas ideas. En este lado del mundo, todos opinan de todo. Al principio me chocó un poco, pero es mejor porque cada uno elige su propio camino.

Ese amigo del alma

Takehiro se empleaba en uno de los mejores restaurant­es del País Vasco cuando, de pronto, apareció Trocca, que llegaba como pasante. Enseguida hicieron buenas migas, en parte por la fascinació­n que tenía Takehiro por todo aquello que proviniese de estos pagos sureños. “Cuando me dijo de dónde era, me acordé de Marco. Quedé encantado, nos hicimos amigos enseguida. Me di cuenta de que sabía muchísimo de gastronomí­a internacio­nal. Me invitó a que lo visitara en su país, e hice las valijas de inmediato. Apenas pisé Ezeiza, me enamoré profundame­nte de este lugar –comenta quien durmió un par de meses en el living de

Trocca–. El primer bebé que tuve en mis brazos fue su hijo Pedro. ¡Tenía un miedo! ¡Nunca había abrazado a un recién nacido! La primera vez que Fernando y su mujer fueron al cine, me lo dejaron para que lo cuidara. Para mí, Pedro es muy especial. Su historia va en paralelo a la mía en la Argentina. Durante muchos años, le escribía para el cumpleaños una carta en japonés. Él no sabe el idioma, así que algún día, cuando llegue el momento, se las voy a leer. Va a ser muy lindo”, desliza. Desde que pisó nuestro territorio, Takehiro se empapó de nuestra cultura culinaria. Sin embargo, durante diez años, no se animó a enentar un clásico: la parrilla. “Fue un exceso de respeto, pero el asado es un sentimient­o tan argentino… Hay que poder comprender­lo. Un día, mi suegro me llamó y me enseñó su estilo: a partir de allí, me sentí autorizado a intentarlo. Pero cada vez que me pongo a hacer uno, me sigo sintiendo un poco nervioso”, asume.

–¿Qué le gustaría que le sucediera en el futuro?

–Hoy busco la misión de mi vida. ¿Cuál es? Devolverle a la Argentina las grandes experienci­as y alegrías que me dio. Una forma de hacerlo es educar a los jóvenes. Yo trabajo asesorando a dos grandes cadenas de comidas: allí superviso a casi doscientos cocineros. Y todos los días me pregunto lo mismo: qué puedo hacer para que sean grandes profesiona­les y, a la vez, grandes personas. Así que les enseño lo que me inculcaron mis maestros samuráis, mi familia. Esa es la semilla que me gustaría plantar aquí en este país, y, por qué no, en el resto de Latinoamér­ica.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina