La Nueva Domingo

Elsa Calzetta invita a tocar la luna con el alma

La escritora presentará el próximo miércoles 26, a las 20, en el Teatro Municipal, su obra Luna de siete caras.

- Anahí Gonzalez agonzalez@lanueva.com

La luna y Elsa. Elsa y la luna. Se aman desde siempre. Desde muy chiquita solía salir al patio a mirarla. Sus cráteres fueron el regazo amable en el cual la niña descansó soledades que no podía contar. Tuvo una infancia que le costó mucho comprender, superar. Y la luna siempre estuvo ahí. La identifica­ción, el reflejo, un espejo.

Solas. Una en la tierra; la otra, en el cielo. Unidas en la cara visible y en el misterio de la que permanece oculta. Ella lo contó así.

-Más que hablarme, la luna me abrazaba.

La escritura también la acompañaba: se recuerda enhebrando palabras cuando aún ni siquiera sabía de lectura ni dislexia, inventando historias, creando mundos.

Hoy, la mujer, escritora, madre de cinco hijas, coordinado­ra de talleres literarios desde hace más de 30 años, maestra, amiga, poeta; Elsa Calzetta, rinde homenaje a sus dos grandes sostenes: la luna y la palabra.

Con Luna de siete caras, recuperó la poesía que creía haber perdido desde la partida –hace algunos años- de su amiga Mirta Itchart, con quien compartía la vida y la pasión por la escritura.

Sin embargo, sus versos estaban vivos en alguna parte. O se estaban gestando y hallaron el modo de nacer.

“Luna de siete caras” llegó a la orilla de sus intuicione­s como arrastrado por la marea, esa que da y quita, y a veces también devuelve, como por estas horas, que le devolvió la voz, la palabra.

Lo presentará en el Teatro Municipal el próximo miércoles 26, a las 20 (que por esas casualidad­es o causalidad­es de la vida coincide con la fecha de cumpleaños de su amiga) Estará acompañada por familiares, músicos, colegas y amigos y por la luz de la luna, proyectada sobre el escenario. La protagonis­ta.

El camino

Desde los ocho años Elsa vivió con sus abuelos maternos. Su abuelo fue un pilar. Le transmitió el amor por la literatura y la historia y le regaló la posibilida­d de fascinarse con una biblioteca en la que desfilaban Los Tres Mosquetero­s, Rebelión en la Granja, Los Miserables y La Cabaña del tío Tom, entre otros títulos que la cautivaron.

-El abuelo era un llorón divino. Me leía poesía y lloraba. Mi abuela le decía “¡Por favor, Armando! Vas a hacer llorar a la nena.

Por esos años había libros no recomendad­os para las jovencitas porque narraban romances pecaminoso­s.

-Abuelita me decía “Este libro te lo voy a dar cuando tengas edad para leerlo”. Pero yo los leía a escondidas. Cuando leí María pensé que me iba a morir llorando. Tendría 15 años.

Su abuelo, socialista y ateo, también la llevaba a ver obras de ballet y al cine a ver películas como el Acorazado Potemkin que despertaba­n en la rebelde niña inquietude­s y reproches: ¿Por qué su abuelo no había hecho la revolución?

-Mi abuela era casi analfabeta. Por eso mi abuelito, todas las noches de su vida le leyó en la cama en voz alta.

La pequeña Elsa se dormía escuchando esas historias que no alcanzaba a comprender y que luego su abuelo debía explicarle.

A los 19 años su vida cambió con la llegada de su primera hija y luego, en los siguientes con el nacimiento de otras cuatro, fruto de dos matrimonio­s.

La experienci­a de la maternidad temprana y otras fuertes vivencias hicieron que fuera dejando atrás ciertas fases –como la luna- para transforma­rse.

-En mi juventud tuve planteos meramente intelectua­les que llevaba a la práctica de forma combativa. Hoy me acerco al mundo desde un lugar más vinculado al sentimient­o, a la unidad y no desde la crítica.

Por años, pasó momentos muy duros, en los que debió ponerse el hogar al hombro y aún con magros ingresos sacar a flote el barco para poder criar a sus hijas. Más allá del sacrificio, de las tristezas y de la presión de quien debe tomar todas las decisiones de la casa, nunca dejó de escribir. Sus hijas la recuerdan tecleando en la vieja Olivetti. La reconocen escritora y la apoyan en este camino. Tam- bién la acompañan quienes asisten cada semana a sus talleres de escritura y reciben sus respetuosa­s sugerencia­s y su amor por el decir más que por la técnica.

-Mi libro nació gracias a esta posibilida­d que tengo de amarlos y de ser amada. Estoy muy agradecida.

Amistad

Elsa vivió en Río Negro parte de su juventud y volvió a Bahía Blanca en 1975. Se sumergió en el ambiente cultural bahiense de la mano de una amiga: Mirta Itchart. Con ella compartió más de 20 años de inspiració­n, de asistir a encuentros de escritores y de intercambi­ar poemas y escritos en papelitos. Se daban ánimo mutuo. Era su otra luna.

Cuando Mirta partió, hace algunos años –luego de dar batalla al cáncer- en Elsa se produjo un quiebre. Algo se rompió, se desprendió y dejó de escribir.

-Creí que ya no iba a hacerlo, que ya estaba.

Sin embargo, un día se destrabó. Se abrió una compuerta y el agua empezó a fluir, primero borrosa y luego cristalina.

-Fue como parir. Sentí ese alivio de dejar salir aquello que estaba gestándose adentro mío. La poesía que hoy alcanzo, breve, minúscula, es como querer pinchar con un sonido, tocar la nada.

“En esta etapa de mi vida y de mi escritura busco expresar no solamente lo que siento sino también lo que vislumbro, lo que percibo e intuyo”, dijo la autora.

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PABLO PRESTI - LA NUEVA. Elsa Calzetta brilla como la luna al pensar en compartir su (la) poesía una vez más.
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