Elijo una y otra vez la poesía
Elijo una y otra vez la poesía con la esperanza de que algún poema me permita, expresar lo que vislumbro, sin poder jamás aprehenderlo. Cuando chiquita giraba sobre mí misma hasta marearme y a partir de ese momento viajaba casi sin cuerpo. Continuaba hasta caer al suelo. Era una sensación similar a volar, caer abandonada, a un abismo, o ser una burbuja girando en el espacio, entre estrellas. Al hacerlo tenía la certeza de tocar (uso este verbo intencionalmente) algo que hoy sigo buscando. No sé qué mueve a los científicos, ni a los místicos a acercarse al conocimiento, pero sí qué mueve a los artistas a insistir en alcanzar lo que a las palabras se les escapa. La escritura es un doble acto que alterna entre humildad y soberbia. Simultáneamente sabemos que sólo vislumbramos un mundo intangible, inalcanzable, negado. Y movidos por la soberbia nos auto convencemos que esta vez, que en este poema, cuando la luna llegue al cenit alcanzaremos lo que buscamos. No tenemos sospecha acerca de qué podemos descubrir. Escribimos, en un gesto desesperado, para conocernos y al encontrarnos con nuestro interior, responder las preguntas que la humanidad se hace desde el comienzo de los tiempos. En esto hay una conjunción que enlaza a la ciencia, la filosofía, el misticismo con el arte.
El lenguaje es un impedimento y a la vez la única materia de que dispone el poeta, de ahí el desaliento que nunca mata completamente a la esperanza, de que algún poema, alguna vez, ofrezca la respuesta a todas las preguntas.