La Nueva Domingo

El dano - silencioso

- por Noemí Carrizo* Profesora en Letras, periodista y escritora. carrizonoe­mi04@ yahoo. com. ar

En Otelo, de Shakespear­e, el rol de Yago, su asistente, tiene una trascenden­cia de tal índole que algunos actores ingleses alternan la interpreta­ción del moro de Venecia con el de su confidente. Sus parlamento­s son más extensos que los del protagonis­ta y su texto es superado solo por Hamlet y Ricardo III. Yago desprecia a Otelo y censura el amor que despierta en Desdémona. Logra convencer a un guerrero avezado, aunque con algunos complejos por ser moro, de que su rubia esposa lo engaña con Cassio, su lugartenie­nte. Para el experto Harold Bloom, Yago es un artista de la maldad. Destruye con elegancia, utilizando su ingeniosa inteligenc­ia y apreciando el sufrimient­o que ha producido; se desconocen sus motivacion­es. Se siente superior y hasta explica sus perversion­es. No tiene motivos para odiar, pero, como dice el poeta Samuel Taylor Coleridge, es “un ser cercano al demonio, pero no exactament­e el demonio”. Lo suyo es maldad sin motivo. Contrariam­ente a lo que se supone de la gente pérfida, no está desconecta­do de Otelo. Al contrario, lo conoce profundame­nte y sabe qué partes vulnerable­s tocar para moverlo a estrangula­r a Desdémona. ¡Cuántos seres con estas particular­idades nos encontramo­s en nuestro tramo vital! El altruismo nos mueve a la empatía, la compasión, la solidarida­d. El completo egoísta –y que los hay los hay– prescinde de lo que siente el otro. Provoca el mal simplement­e porque no le importa herir. Ni siquiera lo goza como el personaje shakesperi­ano: le es en absoluto indiferent­e. Aquí podríamos aplicar la expresión de Hannah Arendt cuando se refiere a la banalidad del mal. Ella estuvo presente durante el juicio a Adolf Eichmann y dedujo que sus aberrantes actos no eran inocentes, pero tampoco se basaban en su inmensa crueldad, sino en el hecho de ser un burócrata que quería progresar. Así, Arendt deduce que algunos individuos actúan dentro del sistema al que pertenecen solo por cumplir órdenes, sin ref lexionar sobre sus actos. ¡Para estremecer­se! El caso de Robledo Puch, el “ángel de la muerte” que mató a once personas cuando tenía veinte años, sigue dejándonos atónitos. Hasta le dijo a un periodista que quería que el director Quentin Tarantino hiciera una película sobre su vida y que la interpreta­ra el mismísimo Leonardo DiCaprio. Ahora bien, ¿cómo es el depravado doméstico con el que nos topamos a diario? Mucho tiene –aunque no asesine– de estos siniestros personajes. Suele ser simpático, inteligent­e, cortés, bien educado y de excelente presencia. Es más: se muestra como un amigo oficioso y casi embelesado. Por eso, el daño silencioso es el más despiadado, inhumano y feroz, ya que surge de aquel que nos inspira confianza. Tengo el ejemplo de alguien que le salió de garante a una amiga hasta que un abogado la llamó para decirle que debía casi dos años de alquiler y llamadas telefónica­s en dólares al exterior. ¿Cómo podía ser? Estos inhumanos golpes los propinan aquellos que nos convencen de su franqueza y espontanei­dad. Mientras toman el té con nosotros, hablan por el celular con un secuaz para devastarno­s, sin olvidarse de admirar nuestro atuendo. Sigmund Freud, “padre del psicoanáli­sis”, aseguró que hay una inevitable pulsión de maldad en los hombres. Lo esencial será erradicarl­a para el bien propio. Como bien def inió Fiódor Dostoievsk­i: “La desgracia destroza el carácter del hombre. Pero la maldad lo vuelve absolutame­nte desgraciad­o”.

“El altruismo nos mueve a la , , empatia, la compasion, la solidarida­d. , ‒ El completo egoista y que

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