“SOY UN SOÑADOR”
HACE MÁS DE TREINTA AÑOS, ALFREDO BARRAGÁN CRUZÓ EL ATLÁNTICO EN UNA BALSA DE MADERA. AQUÍ PRESENTA EL LIBRO DONDE REMEMORA AQUEL HECHO IMPACTANTE E IDEALISTA.
El hombre atraviesa el hall de un tradicional hotel porteño ubicado a los pies del Obelisco. No tiene un físico imponente, pero es dueño de un aura distinta, especial. Afuera, los rayos de sol encandilan. Adentro, es él quien despliega toda su luz. Bromea con la camarera del bar y habla con pasión, con los recuerdos que le brotan del corazón. Se trata de Aledo Barragán, el capitán de la Expedición Atlantis, una de las hazañas más recordadas de la historia marítima argentina: junto a su equipo logró cruzar el océano Atlántico en una balsa de madera, para comprobar lo que pudieron haber hecho los nativos aicanos tres mil años antes que Colón: llegar a América. A más de tres décadas de la epopeya que se inició el 22 de mayo y concluyó el 12 de julio de 1984, Barragán se muestra entusiasmado con la reciente publicación de un libro que repasa aquel viaje incomparable. “Lo dejé que hablara
solo, con su lenguaje: el de los hechos”, dice sobre los entretelones de la edición mientras abraza un ejemplar. Aunque advierte: “En realidad, lo comencé en el año 1991. Firmé un contrato con una editorial suiza sumamente importante; en ese momento, una de las cinco mejores del mundo. Me propusieron hacer el libro, simultáneamente, en cinco idiomas. Pero, a principios de 1993, quebró la empresa. Recién catorce años después pude recuperar los derechos. Un día, dos amigos de la Armada me invitaron a almorzar porque tenían una pregunta para hacerme. Y me cuestionan: ‘¿Qué pasa con el libro? Atlantis es un hito de nuestra historia naval’. Sentí vergüenza instantáneamente. Me sacaron una venda, me dieron un sopapo y me llamaron a la reflexión. Desde ese entonces, me propuse no hacer otra actividad que dedicarme al libro”.
–¿Y? ¿Llegó a una conclusión de qué fue lo que lo motivó a emprender tamaña expedición?
–Aquella vez, tenía tres objetivos: el deportivo, el científico y el cultural. Queríamos ver si, técnicamente, podíamos llevar la balsa sin timón
de Canarias al puerto de La Guaira. Estudié durante cuatro años esas corrientes y esos vientos, y anuncié el trayecto que iba a hacer dos días antes de partir: se burlaron. Un marino distinguido que estaba en la conferencia, se ofendió y me espetó: “Diga que va a llegar a América, y quizá le acierta…”. Le contesté: “No, señor, yo voy al puerto de La Guaira”. Y me insistía: “Eso es un absurdo…”. Ahí me puse firme: “Señor, este es mi pasaporte, la única visa que tramitamos con mis compañeros es la de Venezuela: vamos al puerto de La Guaira”. Ese era mi reto en cuanto a las técnicas de navegación. Nunca estuvimos a más de treinta y cinco millas de la ruta anunciada. Ahí me recibí de marino. –Varias veces le ofrecieron sponsors para Atlantis. ¿Por qué siempre se encargó de rechazarlos? –No quise. Es algo que me pasó toda la vida. Me ofrecieron 240.000 dólares por lucir una marca en el bolsillo de la remera, pero no acepté. “Usted está loco”, insistían. “Tal vez… o muy esclarecido”, afirmaba yo. Estaba seguro de que sin apoyo económico la cruzada era más bella. Era un monumento al romanticismo. Si me pagaban,
confundía a la gente sobre cuál era la meta. Atlantis era poner el alma, era un emprendimiento deportivo, y decir deportivo es decir amateur. Deporte profesional es una incongruencia: si hay un peso de por medio, no es deporte, no me mientan. No pretendo convencer a nadie, pero no estoy dispuesto a vivir en lo que no creo. Y yo me siento sólido pensando así, por más que nadie lo comparta. Me gusta la gente que viene al deporte a poner y no a sacar. Me gusta la gente que vino a la vida a poner y no a sacar. Cuando me veo así, me siento bello; cuando me alejo de eso, no me quiero tanto. Es fácil.
–Mencionaba la parte cultural que tuvo su puntapié inicial con el estreno de la película que se hizo sobre la experiencia. ¿Qué recuerda de aquel filme?
–Lo hice con muchísima satisfacción. Escribí el guion, la dirigí y se tradujo a seis idiomas: español, alemán, inglés, portugués, ancés y árabe. Se proyectó en quince festivales internacionales, y la Academia de Hollywood la seleccionó para la muestra de cine nacional. Fue la película más vista durante el año 198⒏ Un orgullo.
–Si bien debe haber habido algunos escépticos, ¿quiénes lo apoyaron cuando surgió la idea del viaje?
–Algunos, no. ¡El mundo era escéptico respecto a nosotros! La respuesta habitual era: “Esto es imposible. Este tipo está
loco”. “Imposible” y “loco” van conmigo en mi mochila desde que nací. Sí creyeron los que fueron tripulantes, que, a medida que los fui convocando, se sumaron: el “Vasco” Iriberri, Félix Arrieta, Horacio Giaccaglia y Daniel Sánchez Magariños. Estudiamos mucho cuáles iban a ser los problemas, cómo los íbamos a resolver… Les prohibí a mis compañeros hablar en los medios hasta que yo no tuviera todas las respuestas a mis preguntas. Lo anunciamos en septiembre de 1983, en una conferencia en la que se respiraba un clima de euforia. Al otro día, todos los diarios titularon: “Cinco argentinos cruzarán el Atlántico en balsa”. Ninguno escribió: “Anuncian que intentarán cruzar…”. ¡Es que estábamos convencidos! Así me gusta que se trasluzcan mis deseos. Algunos los sueñan y después ven si los pueden cristalizar. Yo soy la antítesis: cuando lo tengo resuelto, sé que lo voy a hacer. No soy un aventurero: creo fervientemente en la planificación. Por algo encabecé veintiocho expediciones en cinco continentes. Atlantis es la más luminosa, la hermanita más carismática que opaca al resto.
–¿Qué se le cruzó por la cabeza cuando avistó América?
–Cuando faltaban pocos días para arribar, hubo una especie
de “motín” a bordo. Me encararon amistosamente: “Alfredo, no queremos llegar…”. Los miré asombrado: “¡¿Cómo?! Hace cuatro años que venimos matándonos por este sueño, estamos a punto de cumplirlo, nos esperan nuestras familias, la prensa internacional…”. Y me explicaron, con la sombra de la tris
teza en la cara: “Alfredo, se acaba… Y la balsa está entera,
todavía aguanta. Tenemos agua, tenemos comida… ¡Sigamos!”. Ese era el sentimiento y tenían razón. Es como pretender durante años a una mujer esquiva: el día que conseguís darle el beso, se esfuma. En el momento en que la balsa besó el continente, Atlantis desapareció.
–¿Qué siente hoy a la distancia?
–Lo que pasó con Atlantis no ocurrió con ninguna otra expedición argentina. Se le puso su nombre a calles, a plazas, a escuelas… El lema “Que el hombre sepa que el hombre puede” se utiliza internacionalmente. El logo lo he visto en diferentes tipos de emprendimientos y hasta en tatuajes. La balsa estuvo exhibida en el Obelisco durante cincuenta días: el informe de la Policía Federal dice que por allí pasaron dos millones de personas. La Armada mandó construir monumentos, uno de los cuales está en Cabo Corrientes, en Mar del Plata. Se lo declaró de interés nacional, educacional e incluso Expresión argentina ejemplar por Cancillería.
–¿Qué es lo que guarda de sus travesías?
–Hace un tiempo ya que tenemos la idea de crear un museo de la aventura, recordando a aquellos pioneros y valientes que “redondearon” el mundo. Sería algo así como el “Museo de la exploración: la historia de los descubrimientos geográficos”. Ese es uno de los propósitos actuales que tenemos con la agrupación Cadei (Centro de Actividades Deportivas, Exploración e Investigación), una asociación civil sin fines de lucro que promueve la exploración deportiva y la difusión de su investigación.
–¿Atlantis tuvo un secreto? ¿Cuál fue?
–La voluntad absoluta fue, posiblemente, el elemento más valioso de todo este periplo. Por otro lado, el animarse a soñar y el tener el coraje de decidir hacerlo cuando parece imposible. Los logros más extraordinarios están reservados a los románticos que no ponen en la balanza el resultado y el esfuerzo. Si se hace el cálculo de cuánto nos demandará en tiempo, sacrificio y dinero, no se hace. A veces, los argentinos adolecemos de la disposición al esfuerzo, de planificar a largo aliento, a cuatro o cinco años: si no obtenemos resultados en seis meses, abandonamos. No nos animamos a proyectar. Hay que tener capacidad de soñar, de decisión, y prever y resolver todas las situaciones que nos puedan ocurrir sin dejar ninguna librada al azar. Es entonces cuando estás en condiciones de concretar aquello que nació como una locura. El día que lo hacés, te sentís en casa: hace años que estás arriba de la balsa. –Es abogado, buzo, timonel, piloto de planeador y de yate, montañista, kayaquista de travesía... ¿A usted qué definición le gusta más? –Primero, soy un soñador; después, un agradecido. Viví intensa y exactamente lo que quería vivir. Siempre soñé con ser un explorador. Cuando tenía cuatro años me preguntaron qué iba a ser cuando fuera grande… “Un señor de bar
ba, que fume en pipa y cruce el mar”. Eso contesté. Aledo hace una pausa y se le humedecen los ojos. “Me acabo de dar cuenta de qué me pasó al escribir el libro. Me parece que lo hice para no olvidarme de cómo fue… Y me emociono al pensar que eso es lo que pasó”, se sincera el hombre de sesenta y ocho años que se sonroja como un niño. n Por Aníbal Vattuone. Fotos: Gabriela Ballesi.