El maestro Ingmar Bergman no se conformaba sólo con contar buenas historias
Ingmar Bergman fue el realizador de obras clave como El séptimo sello, El silencio, Persona y Gritos y susurros, entre muchas otras históricas para el cine universal.
Hoy se cumplen se diez años de la muerte del director sueco Ingmar Bergman, autor de obras maestras como El séptimo sello, El silencio, Persona y Gritos y susurros, entre muchas otras que siguen siendo claves en la historia del cine mundial.
A principios de la década del 50, y durante más de medio siglo, el nombre de Ingmar Bergman se convirtió en sinónimo de alta cultura cinematográfica. Sin importarle demasiado los juicios adversos de los críticos europeos, hubo ríoplatenses, como el argentino Leo Sala y el uruguayo Homero Alsina Thevenet de una y otra orilla del río que, una vez descubiertas obras como Juventud, divino tesoro, Cuando huye el día o El séptimo sello, se convirtieron en los primeros en darle la categoría de monstruo sagrado, y comenzar un análisis que todavía sigue vigente.
Fantasmagóricas
Ingmar Bergman nació en Uppsala, el 14 de julio 1918, y la casa de su abuela, según recordaba, surgía a la sombra de la imponente catedral gótica, en cuyo interior, mecido por el campanario vecino, descansaba sobre la alfombra mientras creía entrever ilusiones fantasmagóricas.
Según él mismo relataba, las veía dibujadas por los rayos de luz que atravesaban las cortinas y proyectaban objetos recortados en los techos. Se imagina que los cuadros cobran vida y que “haciendo un esfuerzo podía conseguir que la realidad fuese real”, recordaba.
Se preguntaba qué podía hacer con aquellas criaturas, con Dios y los ángeles, con Adán y Eva, con Abraham e Isaac, con Jesús, y otras que lo sorprendían, “y entonces llegó el cinematógrafo”, una linterna mágica a querosene, en versión algo más moderna que la diseñada por el jesuita Athanasius Kirchner en el siglo XVII, que le regaló una tía rica a su hermano, a quien terminó canjeando por cien soldaditos de plomo.
Así lo cuenta en su libro de memorias La linterna mágica, la historia de un cineasta y hombre de teatro, mito en la historia del cine mundial, un artista, que superó cinco matrimonios y divorcios, un escándalo impositivo que lo llevó a un exilio voluntario, a anunciar varias veces su retiro, que recién llegaría con su muerte ya longevo a los 89 años, un hecho que conmovió al mundo del cine, el 30 de julio de 2007.
Comenzó en el teatro
La carrera de Bergman empezó precisamente en el teatro en los años cuarenta, con la realización de una producción en la Ópera de Estocolmo.
La decisión de dedicarse al cine la tomó en 1945, cuando se dio cuenta de que, para él, el único medio moderno para expresarse era la gran pantalla.
Alternaría el cine y el teatro, y su primera docena de largometrajes, como Un verano con Mónica, Noche de circo y Una lección de amor, fueron mayormente ignorados por la crítica experimentada europea.
La primera gran obra
En 1955 obtuvo su primer éxito internacional con Sonrisas de una noche de verano, descubierta en Cannes y que es su única comedia, previa a propuestas cada vez más oscuras, centradas en parejas en crisis y en seres desgarrados por la angustiosa prueba de un Dios que no es como lo deseamos o peor aún, está ausente.
El séptimo sello (1956), probablemente la obra de su autoría que mayor cantidad de íconos legó a la historia del cine, tiene como eje el viaje metafísico que emprende un caballero medieval, camino a su propio fin, papel confiado a Max von Sydow, forzado a jugar una memorable partida de ajedrez nada menos que con la muerte, encarnada por Gunnar Björnstrand, dos de sus actores fetiche.