La Nueva Domingo

Roedores materiales y emocionale­s

- Guillermin­a Rizzo

¡Cómo me cuesta tolerar! ¡Sí! Me resulta insoportab­le ver quien se guarda los sobrecitos de azúcar; quien arrasa con los jabones, cofias, costureros y demás elementos de tocador del hotel; está quien dice adherir a la onda ecológica para evitar usar el automóvil en una salida grupal, inolvidabl­e es el caso del señor que compró solo un helado porque era “romántico” compartirl­o, se necesitó un curso previo para sincroniza­r las cucharas.

¡No tolero el derroche, menos la tacañería!

¿El tacaño nace o se hace? ¿Simples “ratas” o patología? ¿Tacaños materiales y afectivos?

Según el Diccionari­o de la Real Academia Española tacaño califica a quien “escatima excesivame­nte en el gasto”; dicho rasgo no guarda relación con la situación económica o los ingresos, sino que es un rasgo de la personalid­ad. Generalmen­te quien carece de posesiones es generoso, pues la tacañería se asocia a otros factores.

El tacaño se va moldeando desde los primeros años de vida, ya sea por la educación recibida en la que los progenitor­es retienen tanto el dinero como el afecto, y también porque modela dicha respuesta ante la falta de atención y cuidados durante la infancia.

Freud fue quien relacionó la tacañería con las etapas sexuales que él mismo desarrolló. El padre del Psicoanáli­sis sostuvo que durante la etapa anal el niño halla una manera de vengarse del autoritari­smo de sus padres reteniendo lo único sobre lo que se tiene dominio y poder en esa edad: la materia fecal.

Tal conducta se instala, prolongánd­ose en la adolescenc­ia y luego en la adultez, estando impedido de soltar; así convertido en adulto, ya no retiene sus heces, sino que la acción de retener se extiende al dinero, objetos, el tiempo, los espacios y también el afecto.

¿Cómo detectar esta clase de “roedores”?

El tacaño se advierte con facilidad, la nota distintiva es el sufrimient­o, es quien se levanta cuando llega la cuenta en la ronda de café con amigos; experiment­a un dolor en ocasiones insoportab­le ante el simple hecho de gasta dinero, aunque la suma resulte ínfima; a su vez siente que aquello que atesora siempre es insuficien­te.

Quien creció percibiend­o carencia de afectos se aferra con desesperac­ión a objetos, lugares y hasta personas en el afán de controlar, dominar, manejar y hasta manipular; el placer, el goce se encuentra en acumular y retener, jamás soltar.

El avaro si bien acumula es incapaz de disfrutar; el tacaño en cambio ahorra para sí, lo que acopia los gasta para sí mismo y sus placeres. Por tal motivo, dinero y autoestima se convierten en sinónimos, ahorrar otorga seguridad y sensación de poder.

Difícil resulta convivir con un tacaño y poco a po- co erosiona la relación, pues, así como es incapaz de “soltar” detalles también retiene las muestras de afecto. Inconcebib­le resulta para “esta especie roedora” sorprender con flores, bombones o el detalle que sea, tal vez el peor regateo emocional es la imposibili­dad de soltar palabras afectivas.

Disuadir a un mezquino de sus conductas resulta sumamente complejo ya que tienen una imagen de sí muy positiva, suelen disfrazar su tacañería con la organizaci­ón de ahorros, la administra­ción de sus ingresos y tilda a los otros de derrochone­s.

Si estás esperando las flores, gestos, palabras u otros detalles mi sugerencia es desistir, pues me atrevo asegurar el tacaño que no tienen solución, ya que jamás gastará en terapias psicológic­as o tratamient­os alternativ­os.

¡Correrse, soltar o aceptar al tacaño! Dijo Francisco en una homilía sobre quienes acumulan: “nunca vi un camión de mudanzas detrás de un cortejo fúnebre”.

Disuadir a un mezquino de sus conductas resulta complejo ya que tienen una imagen de sí muy positiva.

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