La Nueva Domingo

Agosto, “el mes” de Jorge Newbery

Por alguna razón, especiales sucesos en la vida de Jorge Newbery sucedieron durante distintos años, pero en el mismo mes de agosto. Recordemos entonces a esta figura pionera de la tecnología argentina, a este deportista consumado y verdadero ícono de prin

- Ricardo de Titto Especial para “La Nueva.”

“El niño Jorge era todo un dandy. Simpático, pintón, elegante, cuesta creer que fuera el deportista más destacado y, a la vez, un infaltable en la noche porteña, capaz de lucir en los más elegantes salones de la elite como de frecuentar burdeles y cabarets del Bajo; de bailar luciendo

smoking valses de Strauss como nadie y de dirimir “como hombres” un entuerto con el guapo Záncano, un malevo que le llevaba media cabeza y veinte kilos. Jorge Newbery tenía un ángel especial. Donde él convocaba, se reunían multitudes para admirarlo y ovacionarl­o, y toda cosa que él emprendier­a despertaba furor. Él personific­aba –como Gardel después− al ganador.” Usé antes estas palabras antes, cuando lo recordé en un libro – De fútbol, barrio y

otros amores− que cuenta historias y sentires de hinchas del club Huracán.

Su figura es atrapante. Por eso, aunque era un hombre típico de la “clase alta”, un “pituco” de apellido inglés, y habitante de la Zona Norte que marcaba sus huellas entre las casonas de Belgrano y los riachos del Tigre, fue un auténtico ídolo popular. Y por eso también fue que un grupo de muchachos de barrio le pidió autorizaci­ón para ponerle “Huracán” –el nombre de uno de sus globos− al club de fútbol que querían fundar... y así nació “el Globo” de Parque de los Patricios.

Mens sana in corpore sano

Jorge Newbery tuvo el privilegio de conocer Nueva York con solo ocho años. Volvió a Estados Unidos a los quince, estudió tecnología y se dio el lujo de tener como profesor al gran inventor Tomas Alva Edison, a quien frecuentó en su famoso taller de Menlo Park. En 1900, ya graduado ingeniero y como director de Alumbrado Público, montó un escenario para ganar por goleada el primer gran clásico sudamerica­no. Ante la visita del presidente del Brasil, una noche de octubre, iluminó de pronto la Avenida de Mayo con setenta mil lamparitas eléctricas. Manuel Campos Salles quedó atónito. Más aún cuando el remate del espectácul­o fue el encendido de un radiante sol en el frente de la Casa Rosada que combinó los colores de las dos banderas. No había en el mundo, salvo Nueva York, otra ciudad capaz de hacer eso. ¡Qué París, ni ocho cuartos!, ¡la “Ciudad Luz” era Buenos Aires!

En esa Argentina llena de “forrados” –como los llamó un connotado visitante español en 1910−, el ingeniero Newbery aparecía en los más diversos ambientes. Por su iniciativa, por ejemplo, como capitán de corbeta de la Armada, se dispuso que los cadetes... aprendiera­n a nadar. Sí; hasta entonces los marinos egresados que recorrían el mundo ¡no sabían nadar!

Los primeros años del siglo XX se caracteriz­aron, entre otras cosas, por el furor por los nuevos deportes, como el football y el rugby. Se fundan en los barrios la mayoría de los clubes conocidos, las “canchitas” y los potreros aprovechan cualquier descampado y el fútbol comienza a ser pasión. Newbery, arquetipo del sportman, practicó casi todos los deportes de la época: por supuesto jugó fútbol –en Gimnasia y Esgrima de Belgrano− y rugby, deporte en el que, en 1904 fue elegido como el mejor del año. Además fue remero y boxeador, disciplina en la que obtuvo un campeonato en Londres. Fuerte, elegante y de estilo soberbio, fue campeón sudamerica­no de florete en 1901 y, a la vez, también de lucha grecorroma­na. Al año siguiente fijó un nuevo récord nadando 100 metros.

Claro que, además, era un amante de la tecnología, lo que lo levaría a incursiona­r en la conducción de los primeros automóvile­s mientras competía y se imponía en regatas. Practicaba remo en el Buenos Aires Rowing Club y, por si fuera poco, como especialis­ta en estilo “libre”, ganaba casi todas las competenci­as de natación. “Mens sana in corpore sano” era la máxima que lo guiaba. Newbery era tapa de los diarios y las revistas y reunía multitudes que lo admiraban y festejaban sus ocurrencia­s y desafíos: el mundo se la pasaba “rompiendo récords” de las cosas más insólitas y novedosas y Newbery se anota en todas: es vocal del Jockey Club y fundador del Touring y el Aero Club.

“Más livianos que el aire”

Conquistad­as las aguas y la tierra su nuevo desafío fue el aire. En un principio a los globos y aeróstatos se los llamó “los más livianos que el aire” justamente porque esa cualidad era lo que les permitía elevarse. Y allí estuvo Jorge Newbery en primera a fila. El 25 de diciembre de 1907 hizo su primera ascensión en globo. Al año siguiente, se extravió con el Pampero y a finales de 1908, subido al Huracán, “toca el cielo con las manos” y bate el récord sudamerica­no de duración y distancia. ¿Coincidenc­ia? El club del Pompeya se había fundado solo un mes antes y en febrero de 1911 Newbery lo autorizó a que tome como insignia el dibujo del globo.

Durante el Centenario nuestro hombre tuvo dos nuevos atrevimien­tos: hace su bautismo de vuelo en avión y presenta un libro donde propone la creación de reservas estatales de petróleo. Aparece, entonces, incursiona­ndo en un nuevo capo, como un remoto pre- cursor de YPF.

Ya un piloto consumado, cuando la guerra mundial se incubaba batió la marca de altura en avión al alcanzar los 6.225 metros.

Mes de desafíos y proezas

Fue en 1900 cuando Jorge Newbery incursionó por primera vez en la vida pública del país. El intendente Adolfo Bullrich lo nombra Director General de Alumbrado de la Municipali­dad de la Capital Federal, un cargo que ocupó hasta su muerte. Para ocuparse de las nuevas tareas, pidió su baja de la Armada Nacional. Pero el deporte era parte de su vida: en agosto participa de la primera marcha atlética que se realiza en Buenos Aires.

Casi una década después, en enero de 1909, acompañado por un ingeniero, se eleva por los aires en el globo “El Patriota”, con el que viaja desde Los Ombúes descienden en Marcos Paz. El 2 de abril nuevamente desde Los Ombúes se eleva en El Patriota, junto al diputado socialista Alfredo Palacios y el escribano Lisandro Billinghur­st, y descienden en Suipacha. En abril es nombrado presidente del Aero Club, cargo que desempeñar­á hasta su muerte. Y el 30 de agosto asciende en el Huracán partiendo esta vez desde Rosario. Con el mismo globo Huracán asciende el 12 de septiembre desde Los Ombúes hasta Monte Grande y el 29 del mismo mes, a bordo del “Patriota” realiza una nueva elevación y viaje. El país estaba en vilo, seguía sus ascensione­s allí donde fuera. Para que pudieran mirarlo surcar el cielo, Jorge Newbery iba cada quince días y, a veces, con una semana de tiempo, por distintas localidade­s. En todas despertaba la misma pasión. El año del Centenario, 1910, en medio de fastuosos festejos, Newbery realiza su bautismo de vuelo en avión el 3 de marzo y el 17 de junio obtiene el diploma número 2 como piloto aeronauta. El 26 de junio tripulando el globo Buenos Aires parte de La Plata hacia Lezama y en el mismo globo, el 31 de julio, viaja desde el Parque Aerostátic­o hasta descender en un campo de Banfield. El 14 de agosto vuelve a elevarse en el “Huracán” y se posa en Mármol y el 21 del mismo mes, con espíritu arrojado, con el globo “Buenos Aires” desciende en Villa del Parque entre miles de entusiasta­s seguidores. Los vuelos se hacen incontable­s. Otros globos lo elevan, el “Cóndor”, el “Patriota”… En el “Eduardo Newbery”, en 1912, supera el récord sudamerica­no de altura, alcanzando los 5.100 metros y en diciembre cruza el estuario hasta Colonia (Uruguay) volando en el monoplano Centenario, regresando en el día.

Un huracán en el sur

El que esto escribe tiene pintados en la piel los bastones blanquicel­estes, como los que lucieron Llamil Simes y Norberto “Tucho” Méndez −aquél que decía que tenía una madre (Huracán) y una novia (la Acadé)− y donde se despidió del fútbol Miguel Brindisi. Aquel club que, también cedió a dos de sus glorias −Basile y Chabay− al memorable y lujoso equipo del año 73 dirigido por César Luis Menotti –ex Racing, también−, aquel del “loco” Houseman y “el inglés” Babington.

Así como yo era fanático de Racing, mi padre seguía al Globo, porque había jugado a la paleta para el club, deporte en el que brilló también, cómo no, nuestro Newbery. Y así fue que, en los años 60 fui muchas veces a esas tribunas donde se decidió filmar El se

creto de sus ojos –simulando ser la cancha de Racing− porque era la única que atesoraba, sin cambios. Todavía está allí, enhiesto el Ducó, a pesar de los sinsabores de esa hinchada y de la crisis ya casi eterna del club. Ahí, en la avenida Amancio Alcorta, visible desde lejos con su mástil, en un barrio del sur, cercano del “Barrio de las ranas” y de los “Corrales viejos” donde el Globo subió, vertiginos­o, dos categorías en dos años y se coronó campeón en 1913. Jorge Newbery alcanzó a festejar aquel primer título de la Asociación Amateur de Foot-Ball, pero, enlutando al país, moriría el año siguiente sin cumplir su sueño: cruzar la cordillera en avión.

En febrero de 1914 se había dado el gusto de batir la marca mundial de altura en el aeroplano Morane-Saulnier alcanzando, en un viaje de más de tres horas, los 6.225 metros. Este logro lo instó a un nuevo y enorme desafío: se trasladó entonces a Mendoza para realizar estudios meteorológ­icos con el propósito de cruzar los Andes. Pero el 1 de marzo, durante un vuelo de práctica a bordo del Morane-Saulnier de su amigo Teodoro Fels, cayó desde una altura de 500 metros y murió en terrenos del histórico campo de El Plumerillo en Mendoza, allí donde San Martín había alistado su ejército un siglo antes.

Su figura es atrapante. Por eso, aunque era un hombre típico de la “clase alta”, fue un auténtico ídolo popular.

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