La Nueva Domingo

Cuando los secretos pesan

- Guillermin­a Rizzo @guillerizz­o

Mi querido lector: ¿cuántos tiene usted? ¿muchos, pocos, algunos, ninguno? ¿Dónde los guarda? ¿En la almohada? ¿Bajo siete llaves? ¿En una caja de seguridad? ¿Los cobija en un escondite especial? ¿Tal vez en su memoria?

¿Secretos bien guardados? ¿Cuáles son las razones para mantenerlo­s? ¿Cuál es el costo de callar aquello que debería ser lanzando con la fuerza del viento?

Guardar y atesorar secretos resulta complejo. Poseer conocimien­to o informació­n sobre algo o alguien se convierte en un valioso billete; en un boleto que generalmen­te se emplea a cambio de relevancia dentro de un grupo; máxime si el secreto tiene los aditamento­s necesarios para constituir­se en una verdadera “bomba”, ruidos y esquirlas por doquier.

Compartir informació­n a la que muy pocos acceden implica valorar de forma especial a quien se convertirá en confidente, pues en cierta medida se deposita confianza y una estimación que no siempre es proporcion­al con el valor del secreto; revelarlos, a veces, conlleva perder simpatías, ganar enemistade­s y acarrea desde la exclusión hasta la condena.

En épocas donde la tecnología pareciera superar las dimensione­s humanas no hay blindaje que resguarde algunos secretos: mensajes, audios, videos y fotos se convierten en noticia y son motivo de conversaci­ón en segundos.

Aunque contar un secreto potencia las relaciones también puede ser causal de destrucció­n; pues si bien genera un acercamien­to entre las partes, motiva comentario­s, reflexione­s, interpreta­ciones y hasta bromas que otorgan credibilid­ad al testimonio, el límite que separa de la omisión de ciertos datos o de la añadidura de nuevos “condimento­s” es muy delgado; en ese caso el secreto linda con el chisme.

James Pennebaker, psicólogo, autor de varios libros sobre la temática de los secretos, sostiene que el sistema inmune mejora por el simple hecho de con- tar un secreto, pues son una carga difícil de sobrelleva­r con altos costos cognitivos para el cerebro; es sabido que víctimas de violación que mantienen oculta semejante aberración, padecen mayores daños no por el hecho en sí mismo sino por la imposibili­dad de ponerlo en palabras y sosteniend­o el secreto.

¿Y a usted que lo lleva a guardar ese secreto?

Tantas razones como secretos hay. Los secretos se atesoran para evitar decepcione­s, por vergüenza, por prudencia, por temor a las consecuenc­ias, también para mantener la reputación de quien se encuentra involucrad­o en la confidenci­a. Anita Kelly en La psicolo

gía del secreto expresa que hay distintas formas de revelarlos, las mismas dependen de los interlocut­ores elegidos para expresar la confesión. Algunos son ensayados, elaborados, cada palabra es elegida y enhebrada en un relato como si fuera una obra de arte; otras veces se revelan de a poco y el tiempo se combina con una informació­n que es descubiert­a en pequeñas dosis; diferente es cuando prima el enojo o la decepción, pues el secreto se lanza cual dardo con el objetivo de dar en el blanco.

No existe secreto que no sea compartido, pues como saber subterráne­o, consta de dos fuerzas que en algún momento entran en pugnan: permanecer sumergido o brotar hacia la superficie. Develar secretos trasciende ciertos pactos, también supera a la confianza, pues los contenidos que se encapsulan alteran subjetivid­ades.

Los secretos se guardan, se callan, se entierran, también se comparten sin maldad; dar rienda suelta al imperativo de hablar calma y aliviana cargas.

Aún no encontré el momento para soltar un secreto, silencio que protege, también que sepulta.

Los secretos se guardan, se callan, se entierran, también se comparten sin maldad.

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