Ana Mon podría enorgullecerse de tener el récord de postulaciones para el Premio Nobel de la Paz. Con la de este año, la argentina fue propuesta ¡quince veces! Sin embargo, su felicidad pasa por los más de mil centros comunitarios que fundó en todo el mun
LA ARGENTINA ANA MON ES LA CREADORA DE MÁS DE MIL CENTROS COMUNITARIOS, DISTRIBUIDOS HASTA EN LA INDIA Y SUDÁFRICA. SU TRABAJO HIZO QUE LA PROPUSIERAN QUINCE VECES PARA EL PREMIO NOBEL DE LA PAZ.
Hace treinta y tres años éramos apenas una idea. Recuerdo que, antes de las elecciones presidenciales de 1983, iba manejando a hacer las compras cuando vi a mi izquierda a un chico revolviendo en un basural. No me olvido más de sus ojos angelados, de esa apariencia como de no esperar nada. Tendría cuatro o cinco años, una camiseta raída, percudida. Estaba en patas. Lloviznaba. Llegué a casa y se lo conté a Isidoro, mi marido. Enseguida me puse a llorar”. La historia la cuenta Ana Mon, abogada y quince veces propuesta para el Premio Nobel de la Paz por su iniciativa de crear centros de ayuda para menores abandonados en la calle y luchar así contra la pobreza. Este año podría tener una oportunidad más de quedarse con el prestigioso galardón que se entrega en Oslo (Noruega). A partir de sus palabras se entiende cómo en un segundo o en una mirada casual puede surgir un emprendimiento solidario. El paso siguiente es hacer. Así se lo aconsejó su esposo: “En vez de llorar, empezá”. Y empezó. Hoy, su Federación Argentina de Apoyo Familiar cuenta con más de mil centros repartidos entre la Argentina, Uruguay, México, Perú, Haití, India y Sudáica, entre otros países.
–¿Qué recuerda de aquellos primeros tiempos?
–Recuerdo que armé un grupo con quince o dieciocho
personas para trabajar en el tema. Nos reuníamos los martes y jueves, de 18.00 a 20.00. Cada una tenía su vida. Yo cuidaba a mis cinco hijos, que ahora son hombres. Porque los crié yo, ¿eh? Los bañaba, les daba de comer... No quería ni abuela ni personal de servicio. Me recibí embarazada de mi cuarto hijo: mi panza era mi atril. De 6.30 a 8.00, que era la hora en que se despertaban, yo estudiaba. Así rendí materias.
–¿Qué siente ahora?
–Que avanzamos muchísimo, que manejamos las cosas de manera transparente. Que cada vez estamos empezando de cero porque nunca nos juntamos con organizaciones ya existentes. Que impulsamos a la gente que nos acompaña en la iniciativa para que sea económica, jurídica e institucionalmente autónoma. Tenemos un trabajo bien organizado. Somos un proyecto que, además, promueve educación y cultura. Por todo esto, conseguimos que en las Naciones Unidas nos consideren un camino socioeducacional de erradicación de la pobreza. Son treinta y tres años en los que fundo y delego, fundo y delego. Todo es muy a pulmón.
–Aquel chico que vio en el basural y que la inspiró a emprender esta misión, ¿apareció en su camino porque así lo marcó el destino?
–En parte creo en el destino. Hay varias cosas que influyen, amén de las historias personales, de las circunstancias y del lugar en que uno nació. Pero también creo en la suerte. Hay que tener un poco de fortuna en la vida. Me parece excelente el reán que dice: “Uno lleva a la familia como el caracol que lleva la casita”. Para imitar o corregir, uno siempre carga consigo a la familia.
–¿Supo algo de aquel chico?
–No, no volví a verlo…
Cultura del esfuerzo
Ana Mon dice tener cuatro frases de cabecera. Ella misma no solo las re
vela, sino que las explica: “‘No tiene valor una vida sin cuestionamientos’, de Sócrates: todos nos planteamos en algún momento si nuestra vida vale la pena, si tiene sentido lo que hacemos. ‘ Los únicos autores impecables son aquellos que nunca han escrito’: si no hacés nada en la vida, nunca te va a pasar nada. Pero en la vida hay que jugarse. No importa el monumento, sino vos y tu conciencia. Cada uno hace un examen personal. Siempre hay un momento en que uno se tira en la cama y piensa en qué está gastando su vida. Otra frase es: ‘Lo que te hace distinto a los demás es seguir cuando los demás abandonan’. Y la cuarta es ‘A caminar se aprende caminando’”.
–Se sabe que usted pudo entablar una conversación con la Madre Teresa de Calcuta. ¿Qué le dijo?
–Una vez la llamé por teléfono y me atendió. Me felicitó por lo que hacíamos. Me dijo que somos una gota en medio del océano, pero que con una gota más otra gota más otra gota vamos haciendo algo. No se puede salvar al universo, pero al menos se hace algo… Muchas veces pienso cómo hacer para que mejoren las cosas.
–¿Lo que cuesta tiene más valor?
–Digámoslo de otra manera: lo que no cuesta no se valora. Nosotros, por ejemplo, enseñamos a cocinar, entre tantas otras cosas. Tenemos un organigrama para diferentes tareas, probamos distintos caminos. Pero depende de cada lugar, de cada zona. Somos conscientes de que llevar adelante una Casa del Niño ( N. de la R.: establecimientos que funcionan a contraturno de la escuela mientras los padres trabajan, donde se ofrece almuerzo, merienda, y apoyo escolar, sanitario y formativo hasta que alcanzan la mayoría de edad) es agobiante. Por eso, recomiendo que los que tomen la iniciativa lo hagan, al principio, solo con dos o tres familias. Nuestro objetivo es promover la relación niño-familia.
–¿Cómo cree que la recuerdan quienes pasaron por sus fundación?
–No sé si se acordarán de mí, pero sé que dejaré una huella. Me ofrecieron todos los cargos que se puedan imaginar: hasta candidata a vicepresidenta de la República. Pero nosotros somos apartidistas. En eso mantuvimos una gran coherencia. Luchamos contra la pobreza descentralizando y dando autonomía. Eso nos hace distintos.
–¿Cómo se define, Ana?
–Como lo que soy: la cabeza de una empresa social sin fines de lucro. Soy de clase media, luchadora, alguien que da una mano al otro. Siempre me pregunto por qué el otro no tuvo la opción de una vida digna y nosotros sí. Esa duda me va a acompañar hasta el último de mis días, pero si me quedo en la duda, no avanzaré.
–¿Podría compartir alguno de los tantos casos que la hayan conmovido especialmente?
–¡Son muchos! Recuerdo el de Reynaldo, un chico que estaba en la primera casita. Hoy es técnico de laboratorio. Charlo con él y es como conversar con mis hijos. Ver crecer a los niños a los que conocimos cuando tenían tres o cuatro años es de lo más satisfactorio que me puede pasar. Lo que necesitan es que uno les tienda un puente para que salgan adelante y tengan una oportunidad. Además, hoy con las nuevas tecnologías todo es más fácil. No necesitamos dinero sino otros aportes.
–¿Es mito que se escribe con Bill Gates?
–No, es verdad. Lo que necesito de él es que nos ayude con los últimos avances que tienen, porque los podemos utilizar como herramientas para ir, lentamente, erradicando la pobreza desde abajo hacia arriba. Además, gracias a la tecnología es más sencillo fundar centros en diversos lugares. Se trata de tener cierto vuelo mental.
–Después de haber viajado tanto, visitando cada rincón de la Argentina, ¿con qué país se suele encontrar?
–La gente es bárbara. En cada lugar que vamos nos esperan con tortas, con comidas guardadas en el eezer que preparan con días de antelación… Nos tratan muy bien. Esas cosas ratifican mis esperanzas respecto del mundo. Es cierto que hoy se vive de una manera muy individualista, con más irascibilidad. Pero también hay avances, como los técnicos. Se da como un contrasentido.
–¿Qué son los imposibles para usted?
–Nada es imposible, todo es comenzar.
–¿De qué manera?
–Con objetivos claros. Pero siempre sostengo lo mismo: que sean pocos, ya que si te dedicás a todo, no hacés nada. No somos salvadores del universo. Somos gente que nos trazamos un objetivo y le damos para adelante para cumplirlo. Hay un dicho que reza: “Temo al hombre de un solo
pensamiento grande y simple”. Yo adhiero. –Para concluir, Ana, ¿cuál fue la mejor lección que recibió durante todos estos años? –Que en los ojos reflejamos el alma. Tengo experiencia en advertir al que no se juega, al que es tránsfuga. A cierta altura del partido se aprenden tantas cosas…