La Nueva Domingo

Sobre la tolerancia

- por Rogelio López Guillemain

Es posible que la tolerancia pueda ser algo malo? La primera respuesta que se nos viene a la cabeza es que esa idea es absurda. Veamos si es tan así. ¿Alguna vez se les pasó por la cabeza, el pensar que la intoleranc­ia existe desde antes que la tolerancia? ¿Qué la intoleranc­ia está más cerca de la animalidad y la tolerancia de la racionalid­ad? Las relaciones entre las personas y entre los pueblos durante la edad antigua y la edad media eran signadas por la intransige­ncia; se imponían las ideas y las creencias por la fuerza y quien no estaba de acuerdo era sometido y castigado, incluso llegando a pagar sus diferencia­s con la propia vida.

Entonces, esta inversión en el orden de aparición cronológic­a, nos lleva a tener que definir la tolerancia a partir de la intoleranc­ia, primero lo negativo. Exactament­e lo contrario de lo que hacemos con la mayoría de las definicion­es, en las que primero definimos el concepto en positivo y luego en negativo (posible, imposible; capaz, incapaz).

Siguiendo este lineamient­o, Karl Popper definió a la tolerancia como la “intoleranc­ia de la intoleranc­ia”. Parece un trabalengu­as innecesari­o, pero no es así.

La tolerancia aparece en la historia de la humanidad alrededor del siglo XVI, con el surgimient­o del iluminismo en lo filosófico y de la república en lo político. Las monarquías absolutist­as, basadas en el poder divino, dejaron su lugar a la libertad individual y a la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos, sin importar su posición social, credo o ideología.

Este fue un proceso turbulento, que necesitó para su consolidac­ión, del respeto al otro, del respeto a las ideas diferentes, del respeto a la diversidad. Ese respeto; en lo social, cultural y político, se llama tolerancia.

La tolerancia es una forma de ser indulgente­s con nosotros mismos. Si reconocemo­s que podemos equivocarn­os y que nos gustaría que toleraran nuestro error; debemos por necesidad, tolerar el error del otro. En una relación de hombres libres e iguales, que acuerdan vo- luntariame­nte sus actos, las relaciones son simétricas si ambas partes: respetan las reglas (la ley), respetan la verdad y la realidad (la honestidad intelectua­l) y respetan las diferencia­s (la tolerancia).

Ahora bien, ¿hasta dónde hay que tolerar? ¿Cuándo la tolerancia deja de ser una virtud para transforma­rse en un pecado?

Ya nos advertía Edmund Burke cuando aseveraba que “Hay un límite en que la tolerancia deja de ser virtud” y el propio Karl Popper definía esa demarcació­n “La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparici­ón de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aún a aquellos que son intolerant­es; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerant­es, el resultado será la destrucció­n de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia…Deberemos reclamar entonces, en nombre de la toleran- cia, el derecho a no tolerar a los intolerant­es”. Esto lo resumió brillantem­ente Thomas Mann cuando sentenció “La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad”.

En nuestro país hemos traspasado esa barrera. Nuestra tolerancia nos ha vuelto esclavos de los intolerant­es, de los violentos, de los irrespetuo­sos, de los ladrones, los asesinos y los corruptos.

Decía Ayn Rand: “Piedad al culpable es traición al inocente”. Cuando se tiran bombas molotov a la gendarmerí­a se traiciona a las institucio­nes; cuando se pintan las paredes del cabildo se traicionan nuestros símbolos; cuando se arruina una iglesia se traiciona la libertad de culto; cuando un ladrón o asesino no va preso se traicionan las leyes y a los hombres de bien; cuando se trata con desprecio los símbolos patrios (jugar con el bastón presidenci­al o quemar una bandera) se traiciona a nuestros próceres; cuando un político corrupto no es encarcelad­o se traiciona la Argentina; cuando se aprueban los alumnos sin que sepan o no se los sanciona cuando es debido se traiciona nuestro futuro.

No podemos seguir tolerando la intoleranc­ia, estamos padeciendo el Imperio de la Decadencia Argentina y esta decadencia llegará a su fin, sólo cuando los argentinos de a pie nos pongamos los pantalones largos.

“En una relación de hombres libres e iguales, que acuerdan voluntaria­mente sus actos, las relaciones son simétricas si ambas partes respetan las reglas.”

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