La Nueva Domingo

De tanto esperar, los hogares fueron su hogar

Cuando cumplió los 18 años, volvió con su papá biológico.

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Rubén va a su cuarto y se tira en la cama. No es su mejor día: está cansado y se siente triste. Mira todo lo que lo rodea, hasta que se detiene en una de las paredes.

Ahí cuelga el cartel que le hicieron sus “hermanos” y “hermanas” para sus 18, cuando dejó el hogar “Rincón de nuestros sueños” después de 4 años. Tiene los mensajes de todos sus compañeros. Rubén los lee y la respuesta es automática: recuerda que lo quieren, recupera la sonrisa y se levanta.

*** Rubén pasó dos tercios de su vida en las institucio­nes. Tenía 6 años cuando el juez decidió que no podía estar más con su familia biológica por situacione­s violentas y denuncias contra su padre. Lo llevaron al Patronato de la Infancia y ahí estuvo hasta los 10, cuando cerró.

Las sensacione­s del primer día permanecen intactas.

—Te sacan (de tu casa)] y no entendés adónde te llevan. Tenés miedo. Todo el tiempo estás buscando a tus viejos, estás desesperad­o.

Fue difícil, pero el tiempo y la terapia lo ayudaron.

—Tenés momentos de rabia, de enojo, de tristeza, te sentís un poco mal y el psicólogo en ese momento me ayudó mucho. Y en el Patronato algunos chicos también me apoyaron.

Cuando el Patronato cerró, estuvo unos días en la Casa de Abrigo y pasó a un hogar de Punta Alta, sin romper vínculo con su mamá, quien sufría problemas de salud. Ella lo visitó cada fin de semana hasta que murió. Y siempre luchó por lo mismo: que sus 8 hijos estén unidos.

Rubén cuenta que su muerte lo derrumbó. Él nunca había pensado en la adopción, pero cuando su mamá falleció fue al hogar “Rincón de nuestros sueños” y todo cambió.

Tenía 14 y una pareja que vivía en Buenos Aires llegó con la intención de adoptarlo junto a uno de sus hermanos.

Cuando le dijeron que se trataba de una pareja homosexual, tuvo sus dudas: era chico y reconoce que la sociedad no estaba tan preparada para eso. Pero prefirió darles una oportunida­d y conocerlos antes de juzgar. Y así fue: hubo visitas al hogar, salidas a lugares públicos de Bahía Blanca e incluso una mini convivenci­a.

—Es rebonito sentir que personas desconocid­as quieren compartir su vida con vos.

La psicóloga Rocío Gómez dice que la maternidad o la paternidad “no pasa por el sexo biológico que vos tengas, sino por una cuestión del rol, de identidad”. Por eso lo puede ejercer tanto una persona sola, como una pareja heterosexu­al u homosexual.

Rubén pasó una semana en Buenos Aires con esa pa-

reja, pero no todo resultó como esperaba. A los dos o tres días empezaron las discusione­s y a la semana el vínculo se disolvió.

—No estaban preparados para ser padres, así que volvimos. Pero me sirvió para la experienci­a… Hubo diferencia­s, ellos querían un chico más chico.

—¿Qué pensás de las personas que solo quieren adoptar nenes chiquitito­s?

—Un grande ya tiene cosas aprendidas que por ahí a un nene chiquito se le puede enseñar, es más llevable. Un chico mayor, que por ahí entiende más las cosas, es un poco más rebelde o no actúa de la forma que ellos quieren. Pero se le puede enseñar, como a todos, si llevás un ritmo y sabés cómo tratarlo… —dice Rubén.

—¿Y qué significa ser adoptado para un chico que está tantos años en un hogar?

—Es algo realmente hermoso, es una nueva oportunida­d para comenzar y recibir afecto. Problemas siempre va a haber, pero tener la oportunida­d de tener un padre, una madre, o como quiera sentirlo el chico, es una esperanza.

*** Rubén tiene 7 hermanos. Los 3 más grandes son de distinto papá y viven juntos. Y los 4 más chicos tienen distintas realidades: uno sigue en “Rincón de nuestros sueños”, otro está internado en una clínica de Quilmes por problemas de salud y los 2 más chicos fueron adoptados.

—Ellos (los 2 más chicos) están perfectos, tienen la mejor educación. Tengo permiso para verlos, los llamo. La señora que los adoptó tiene a uno de mis hermanos con problemas y lo cuida con todo el amor, le tiene paciencia. Estoy súper agradecido porque eso no se lo podría haber dado yo, ni mi mamá ni mi viejo. Es bueno saber que alguien los cuida.

Rubén habla de su familia con amor. En sus palabras no quedan rastros de la impotencia y el enojo que alguna vez sintió. Se muestra calmo, reflexivo, con ganas de contar y ayudar a otros chicos.

Dice que para cada uno la experienci­a es distinta. Pero asegura que en los hogares hay gente buena y deja un mensaje para quienes recién comienzan este camino.

—No tengan miedo. Un hogar es un lugar donde van a evitar que te pasen las cosas que te hicieron ir ahí. Más adelante vas viendo que son personas buenas, que te van a llevar a nuevas oportunida­des, que te van a enseñar miles de cosas, que te van a dar la confianza... Y tengan esperanza porque en un momento todo se va a acabar, pero las personas que querés siempre van a estar ahí apoyándote, no te van a soltar la mano.

Rubén pasó por muchas institucio­nes, pero “Rincón de nuestros sueños” es sin dudas su verdadero hogar. Ahí aprendió lo que es ganarse la confianza y sentirse libre. Ahí conoció a sus otras “hermanas” y “hermanos”. Ahí obtuvo los mejores consejos de las cuidadoras y se sintió escuchado. Y ahí también conoció la importanci­a de pedir perdón y sentirse perdonado después de alguna macana. —¿Te escapaste alguna vez?

—Sí. En Punta Alta porque no teníamos libertad para nada. Íbamos a una escuela que estaba en remodelaci­ón, después la Policía ya sabía que estábamos ahí. Acá también me escapé, pero no por capricho, sino por adolescent­e, por rebeldía.

*** Rubén ya no vive más en el hogar: cumplió 18 y tuvo que irse por mayoría de edad, aunque casi todos los días va a visitar a la familia que lo acompañó durante 4 años.

Ahora vive con su papá biológico, al que pudo perdonar gracias al apoyo de terapeutas y la ayuda de las cuidadoras y del director de “Rincón de nuestros sueños”. Duerme en la pieza grande que antes compartía con sus hermanos y dice que la relación (con su papá) es buena: ya no toma alcohol ni se muestra violento y se gana la vida vendiendo de todo en la calle.

Rubén también ayuda con los gastos. Tiene una beca del programa provincial “Autonomía Joven” y tanto el hogar como la escuela colaboran con los pasajes de colectivo —toma uno para ir al hogar y 2 para la escuela—.

Fuera de su casa, su vida es como la de cualquier otro chico: estudia —le queda un año y medio para terminar la secundaria—, hace deportes con sus amigos y piensa en su futuro: quiere entrar al Ejército y ser piloto de avión, aunque también le gusta la cocina y puede imaginarse como chef.

Los golpes de la vida no pudieron con sus aspiracion­es ni con sus sueños. Pero sí le marcaron el camino de la superación: Rubén se ve como padre en unos años y no quiere repetir los mismos errores (que sus padres).

—Aprendí mucho estando en hogares y la verdad no me hubiera gustado que sea de otra forma. Aprendí cosas que me van a ayudar para adelante, para seguir con mi vida si en algún momento tengo conflictos.

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EMMANUEL BRIANE -LA NUEVA. “Rincón de nuestros sueños”, el verdadero hogar de Rubén.

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