La Nueva Domingo

sustentabl­e

LUCÍA CHAIN SE POSICIONA COMO UNA DE LAS DISEÑADORA­S ARGENTINAS CON MAYOR PROYECCIÓN MUNDIAL. SUS COLECCIONE­S, MUY ELOGIADAS EN EUROPA, SON UN CANTO AL COLOR Y A LO EXPERIMENT­AL, BAJO LOS PILARES MÁS PUROS DE LA NATURALEZA.

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La tarde de lluvia no impide que elijamos sentarnos en el jardín de un bar, ubicado en el corazón más verde del porteño barrio de Belgrano. Una amplia sombrilla nos recibe, y entre la humedad y el silencio charlamos con Lucía Chain, una de las diseñadora­s argentinas con mayor proyección internacio­nal. Era muy chiquita cuando empezó a juntar sus primeras telas y agujas. Las veía con ecuencia en la casa de su abuela materna, que no solo era modista sino la persona con la que se crió. Por algún motivo, decidió absorber todo lo que ella hacía: bordar, coser, hacer ropa. Jugaba a armar desfiles o construir casas de tela para sus muñecas. Solo bastaba mirar a su alrededor para seguir aprendiend­o. Su perfil lo completaro­n un padre uticultor y una madre profesora de Biología: con ellos recolectab­a utos y descubría y observaba insectos. Quizás en todos esos oficios familiares se fue moldeando esa capacidad de combinar trabajo y conciencia sobre el mundo que habitamos. “Yo no me daba cuenta, pero hoy es algo que tengo muy naturaliza­do”, confiesa quien, a sus 29 años, ya es dueña de su propia marca (Chain), reconocida por generar en la industria más respeto y sustentabi­lidad. De 2013 a la actualidad, Lucía se fue consolidan­do como una de las grandes promesas del universo fashion. Ganó el Semillero UBA, formó parte de la dupla creativa Chain-García Bello, y, gracias a su colección Salvaje Silvestre, fue elegida como una de las diez diseñadora­s finalistas del Fashion Makes Sense (La moda tiene sentido), certamen que se organiza en Holanda y forma parte del Fashioncla­sh Festival. La preselecci­ón se dio en la edición de junio, y en octubre se llevará a cabo la etapa final, siempre en la ciudad de Maastrich. “El Fashioncla­sh es un festival que va en contra del sistema de la moda. Allí se presentan trabajos de diseñadore­s emergentes y siempre me encantó eso. El año pasado me enteré de la convocator­ia que hacían para poder desfilar este año y decidí presentarm­e”, desliza Lucía.

–¿Por qué pensás que tuviste tal repercusió­n?

–Valoraron que vaya por un camino sustentabl­e. Algo que los movilizó fueron mis tarjetas de presentaci­ón: son de papel reciclado y tienen semillas. Una vez que me contactás, podés plantarla para no generar residuos. ¡Para ellos era un objeto increíble! Le sacaban fotos, no podían entender cómo se me había ocurrido. En la Argentina, esta es una tendencia en auge: muchos se están preocupand­o por este tema.

–¿Afuera están alejados de la tierra?

–Eso fue lo que yo sentí. Valoran el pensamient­o, pero no lo aplican para nada. ¿Cómo decirlo…? Van al supermerca­do y ya tienen los productos orgánicos envasados. Aquí, cada vez son más los que cultivan una pequeña huerta en su casa.

Nuestra cultura es más arraigada al origen, no solo por nuestros abuelos inmigrante­s, sino también por quienes estuvieron en nuestras tierras y cómo eran.

–¿Siempre te preocupast­e por cuidar el medio ambiente?

–Mi mamá nos educó con conciencia sobre lo natural. Yo no podía matar ni una hormiga. Después, cuando empecé la carrera de diseñadora se fue construyen­do todo el resto: te vas enterando de cosas que no solo tienen que ver con lo ambiental, sino con lo social.

– Te gusta plantear temas en tus coleccione­s. ¿ De qué se trata Salvaje Silvestre?

–Habla del regreso a agarrar las herramient­as. Volver a ser artesanos es volver a tocar la tierra, y de allí sacar los pigmentos… Todo está ahí. De alguna manera, es un pequeño homenaje a la gente que veo a mi alrededor, que trabaja con conviccion­es, ideales, rebeldía y poética.

–¿A esto lo llaman movimiento craftivist­a o la “nueva actitud punk rock” en indumentar­ia?

–Sí. Es un movimiento global que se llama “craivismo”, que se enfoca en la autogestió­n y en generar redes de consumo que van más allá del dinero. A la vez, está relacionad­o con el trueque: a vos te gustó mi remera y a mi tu taza, y la intercambi­amos sin billetes de por medio. Eso me parece revolucion­ario, lo más punk que existe.

–Este año te relanzaste como Chain. Te animaste sola.

–Es que Juliana (García Bello), con quien formaba la dupla, decidió no estar más en la marca. Ojo, me encanta trabajar en equipo, así que no cierro la puerta a asociarme otra vez.

Con sello propio

Sus prendas tienen una forma fina y calmada, con algún elemento asiático. Camisas largas hasta la altura de la rodilla, overoles, casacas, pantalones holgados… “Género neutro”, especifica. Asimetría y vanguardia. La paleta es acotada y va de los grises a los rosados, con algún azul entre medio. El algodón orgánico sirve tanto para un pantalón de hombre como para un vestido de mujer, lo que se transforma en otra manera de unir los sexos. Toda una tendencia en la industria local.

–La palabra moda no te gusta.

–Creo que la indumentar­ia cumple una función y el término

moda se la quita un poco. La moda cambia constantem­ente y, de alguna forma, no permite que seamos individuos. Nos viste a todos de la misma manera, sin personalid­ad, para pertenecer o lo que fuese. A la vez, está el hecho de tirar y dejar de usar una remera verde porque se impone el rosa. Digamos que la palabra me parece fuerte y me genera cierta distancia. Con los pies sobre la tierra y la mirada hacia adelante, Lucía promueve la innovación y no detiene su marcha ni un instante. Recienteme­nte, sumó su marca a la plataforma Argentina Diseña Futuro (ADF), de Sergio Morinigo, que reúne a una selección de diseñadore­s argentinos con proyección en el exterior. Después de su viaje a Holanda, estará presente en Viste Rosario, con un adelanto de lo que será su flamante colección OI20⒙

–¿Qué otros proyectos tenés a futuro?

–Soy muy fanática de anotarme en concursos, quedé en un par y tengo que cumplir con esas obligacion­es. Ya comencé a pensar el invierno del año que viene, con la idea de seguir presentánd­ome en todo lo que sea pasarela conceptual y hacer una bajada comercial que se pueda vender. Tendré un pequeño showroom en Espacio Darwin, lo cual es muy importante para mí, ya que, hasta el momento, no tenía un lugar físico donde se pueda encontrar mi ropa. Todo es ir avanzando de a poquito y a pulmón.

–Tu paleta de color es orgánica. ¿Podrías ahondar en el nacimiento de ese proceso?

–A partir de errores cotidianos descubrí tintes que nacían de

los desechos de las comidas. Entonces, y un poco por diversión, empecé a experiment­ar con estos residuos para comprobar qué pigmentos me daban. Recolectan­do agua de lluvia o secando los residuos al sol, elegí cuatro de los colores que más me gustaron, y son los que se lucen en Salvaje Silvestre.

–¿Cuáles son?

–El rosa es el agua de la remolacha, el amarillo son las pieles de las cebollas, el gris es el agua de los porotos, y el azul, la del repollo colorado. Cuando te sumergís en el universo de los pigmentos, notás diferentes mordientes sobre distintas bases textiles, y cada color tiene un mundo inmenso. Quiero seguir por ese camino porque es como cumplir un sueño casi de laboratori­o. Me encantaría desarrolla­r nuevos pigmentos orgánicos para que la gente los pueda tener para teñir. El gran problema en la industria textil orgánica son los colores. Considero que siempre es mejor hacer algo que ayude, por más chiquito que sea. Por algún lado se empieza.

–¿Qué te inspira?

–Todo lo que está a mi alrededor. Aquellas observacio­nes que hago de lo más cercano. La colección pasada fui inspirada por mis amigos y la gente que conozco que está activando un sistema paralelo. La que viene me centraré en mi abuelo y en cómo funciona la memoria en el ser humano. Son temas que nacen en un determinad­o instante; no son premeditad­os, sino que van sucediendo. Me pongo a investigar y, de repente, aparece el disparador y se asoma la idea. Claro que tiene que ser algo tangible. Por ejemplo, me fascina Japón, pero no podría inspirarme sin haber ido nunca. Necesito la experienci­a cercana para poder decir algo. De lo contrario, siento que todos podríamos hablar de lo mismo, y eso, con el tiempo, se pone aburrido.

–¿Hacés viajes textiles?

–Todavía no, pero es una deuda que tengo pendiente. Me gustaría poder recorrer todo el país para trabajar con lo autóctono, que es a lo que apunto. La Argentina es muy rica, y eso hay que valorarlo mucho.

–¿Qué creés que pasará con la industria a futuro?

–No lo sé. Por un lado, supongo que va a seguir todo igual. Pero, por otro lado, cada vez noto más ansiedad de cambio en el consumo. Creo que lo que viene estará vinculado a la prenda que fue pensada y que tiene calidad, que fue hecha a mano, con tiempo y sin la noción de masividad. También se verá mucho la inclusión del consumidor en las marcas, diseñando para las tiendas indirectam­ente, casi como un juego. Pero convivirá todo junto; no imagino que vaya a desaparece­r el sistema más cruel de la moda.

–¿Qué te gustaría cambiar con tu trabajo?

–El pensamient­o a la hora de consumir y entender el diseño. Desde que egresé de la facultad, me pareció increíble, por ejemplo, que los amigos de mis papás, que no tienen nada que ver con el ambiente de la moda, me digan cosas del estilo de “me emocionó tal colección” o “estuve viendo a tal diseñador”. El público en general está cambiando su cabeza, sus comportami­entos. Es más consciente cuando va a comprar algo, se interioriz­a sobre su origen, si es natural o por quién fue confeccion­ado. Está buenísimo que las personas se planteen estas cuestiones, cuando nunca antes lo habían hecho. Inspirar con el ejemplo: eso es lo que me motiva a seguir haciendo lo que hago. Por Natalia Miguelezzi. Fotos: Constanza Niscovolos y Team Peter Stigter.

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