Cambiar para vivir
MARINA BORENSZTEIN VOLCÓ LA EXPERIENCIA DE UNA ENFERMEDAD EN DOS LIBROS EN LOS QUE HABLA DE CONJUGAR LA MEDICINA CON UNA MIRADA MÁS HOLÍSTICA, DE BAJAR LOS DECIBELES Y DE REDISEÑAR LA ALIMENTACIÓN.
El prólogo de los cambios de vida –sobre todo los más radicales– no suele estar escrito con buenas noticias, sino con malos tragos. Y aunque el cuerpo, el alma y la mente den señales de que precisan barajar y dar de nuevo, no es hasta que el semáforo se planta en rojo que uno decide bajar el velocímetro. Marina Borensztein lo confirmó en primera persona. “El 14 de noviembre de 2011, me enteré de que tenía cáncer de mama. Fue la peor noticia que recibí en mi vida. Lo que nunca imaginé es que se iba a transformar en la mejor opor
tunidad de cambio y sanación”. Esas son las primeras palabras de su más reciente libro, Así me cuido yo, que secunda a Enfermé para sanar, el texto basado en el diario íntimo que escribió durante su enfermedad. Hoy, ya en otra etapa de la vida y con salud plena (física y emocional), se dispuso a llenar nuevas páginas con un combo de tips para todos aquellos que quieran sanar, prevenir o, simplemente, vivir mejor. En su caso, la clave fue cambiar diametralmente su forma de alimentarse, entregarse a una ejercitación suave y equilibrada, meditar y arremangarse para encarar un profundo trabajo emocional que la amigara consigo misma y con su entorno. Por supuesto, la medicina hizo lo suyo, pero ese solo fue el comienzo. “El médico te cura, pero no te sana. Sanar es un trabajo personal. Comprender por qué nos enfermamos depende de nosotros”, desliza la hija del recordado y querido Tato Bores.
–Con el golpe de la noticia, ¿cómo se hace para avizorar la oportunidad en lugar de caer en la tristeza?
–Al principio, se siente un gran enojo, pero como yo tenía mucha información que había buscado cuando se enfermó mi papá ( N. de la R.: Tato falleció de cáncer en 1995), enseguida dejé pasar la bronca y me di cuenta de que esto me venía a contar algo muy importante. Yo sabía que la enfermedad me hablaba de algo más grande.
–Decís que nos enfermamos por nuestro modo de tomarnos la vida, de alimentarnos… ¿Cómo se lidia con esa culpa cuando aparece la enfermedad?
–Hay que dejar de ver al cáncer como un monstruo que viene a comerte y que vos no tuviste nada que ver. Pero no se trata de culpa. Culpa es una palabra para tirar a la basura y no usar nunca más. La palabra correcta es responsabilidad: uno es responsable de lo que piensa, de lo que come, de las relaciones que elige. Desde ese lugar, uno puede tomar las riendas de su vida para hacer los cambios que necesita.
–Opinás que la rigidez es uno de nuestros peores males.
–No nos gusta que nos cambien las cosas cuando ya las tenemos previstas de un modo, y estoy convencida de que esa característica nos está matando lentamente. Creemos que tenemos la verdad y que lo que pensamos es lo correcto. Y eso nos hace mucho daño.
La hora del cambio
La epigenética fue una de las disciplinas en las que Marina
se inspiró para iniciar el camino de cambio. “El modelo médico nos dice que somos una máquina bioquímica controlada por los genes, por lo que nos convertimos en víctimas de la herencia familiar –explica–. La epigenética, por el contrario, es una nueva rama de la biología que estudia los factores de la expresión de los genes, demostrándonos cómo nuestras elecciones diarias alteran la manera en que nuestros genes se expresan. Por lo tanto, me di cuenta que si me cuidaba, todos los genes polacos de cáncer que arrastro no se iban a manifestar”. A partir de allí, empezó a ahondar en los cambios que su cuerpo le pedía, llevando adelante investigaciones y lecturas sobre cómo alimentarse mejor. Una de las primeras modificaciones de su dieta fue hacerla más alcalina. “Intento no volverme loca clasificando los alimentos. Con saber que las grasas animales, los lácteos, el azúcar y la harina refinada son todos ácidos, me alcanza. Haciendo una dieta rica en vegetales, frutas, granos, semillas y bajando bastante –o hasta suprimiendo– esos alimentos ácidos, no necesitamos andar contabilizando si la avena o el arroz integral son más o menos ácidos”, ahonda. A esta dieta, le sumó otros dos preceptos: que la comida cruda supere a la cocida (para ingerir las fibras, los fitonutrientes y las enzimas naturales de los alimentos) y que la clorofila esté presente en sus platos e infusiones. “La clorofila es un gran desintoxicante de la sangre. Refuerza el sistema inmunitario, mejora la circulación, alivia la inflamación y contrarresta el daño de los radicales libres”, detalla y especifica que una de las mejores formas de consumirla, además de incorporarla en hojas verdes, es en jugo de brotes de trigo, más conocidos por su nombre en inglés: wheatgrass. Por último, Marina erradicó las grasas animales y los lácteos. Las primeras, para reducir los estrógenos; los segundos, sobre la base de incontables estudios que los vinculan al cáncer de mama por su correlato hormonal en el cuerpo.
Por dentro y por fuera
Más allá de la alimentación, Marina trabajó espiritual y emocionalmente sobre sí misma. La primera pregunta que se hizo fue: “¿Vivo la vida que quiero vivir?”. Ese fue el puntapié inicial para comenzar a combinar la medicina tradi
cional con alternativas más integradoras. “La ciencia y la espiritualidad tienen que convivir. Si hay tantos científicos en el mundo insistiendo en que meditar es muy importante para que el cuerpo recupere el equilibrio perdido, tal vez los médicos tengan que empezar a decirte que, amén de operarte y de hacer la quimioterapia y los rayos, te tenés que calmar. Para eso podés ir a hacer reiki, meditación, acupuntura o yoga”, analiza,
y agrega: “Tenemos que entender que somos seres integrales, que somos cuerpo, mente y espíritu, y que tenemos que ocuparnos de nosotros todos los días un poquito. No alcanza con comer muy saludable si lo comés enojado o en un ambiente tóxico, sin ser feliz o sin estar haciendo algo que te gusta”.
–Buceás en las bondades del yoga, los mantras y la meditación, pero tu conclusión es que lo que completa el círculo de todo equilibrio, de toda sanación, es el amor.
–Sí, porque el amor es todo. Sin él, nos secamos como una pasa de uva. Una de las cosas más grandes que aprendí durante todo el proceso de la enfermedad fue que el amor que más importa es el que nos tenemos a nosotros mismos. Y a no confundir esto, porque no se trata de narcisismo o de vanidad, sino de amor verdadero de uno hacia uno, para después generar más amor verdadero hacia los demás. Cuando lográs eso, todo cambia.