La Nueva Domingo

Martín Rodríguez, Tandil… y también Bahía Blanca

En 1820, sin un gobierno central, los poderes provincial­es recuperaro­n sus autonomías. Buenos Aires vivió unos años de sostenido progreso. El 26 de septiembre la Junta nombró gobernador a Martín Rodríguez.

- Ricardo de Titto Especial para “La Nueva.”

El nuevo proceso que inicia el país en 1820 está caracteriz­ado por el fenómeno de las autonomías provincial­es. En Santa Fe y Entre Ríos del Litoral; Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba en el centro mediterrán­eo; Mendoza, San Luis y San Juan en Cuyo y Salta y Jujuy en el norte, se conforman estados liderados por jefes o “caudillos” como Juan Bautista Bustos, Estanislao López y Bernabé Aráoz, figura que incluye también las de Martín Güemes y “Pancho” Ramírez, que morirán pronto. El fallecimie­nto de Manuel Belgrano, el 20 de junio de 1820, ignorado por el gran público, simboliza ese proceso: la era de la revolución y la independen­cia está terminando y la hora de organizar un nuevo país se impone. Sin embargo, el intento de dotar a la nueva nación de su constituci­ón fracasa. El proyecto del Congreso aprobado en 1819 fue rechazado de plano por las provincias que, se conforman “países” de modo independie­nte que designan sus propias autoridade­s.

Hombre de la Revolución

Nacido en 1771 su padre, el capitán Fermín Rodríguez era propietari­o de tierras y comerciant­e. Martín estudió en Buenos Aires y desde temprano se dedicó a las tareas de campo. Era ya un próspero terratenie­nte cuando, con la invasión inglesa de 1806, comenzó su carrera militar en clase de capitán de milicias de caballería como segundo jefe del regimiento de húsares, comandado por Juan Martín de Pueyrredón.

Rodríguez asistió al combate de Perdriel y al decisivo ataque del 12 de agosto que consumó la Reconquist­a de la ciudad y el escuadrón de “húsares” se convirtió en el poderoso regimiento de Patricios, , dirigido por Cornelio Saavedra; que será un puntal en la Defensa de la ciudad, al año siguiente.

La militariza­ción que comienza transformó radicalmen­te la sociedad hispanocri­olla. Basta recordar que en zonas del Norte y el Litoral la guerra marcará el día a día de sus habitantes durante más de 10 años. Martín Rodríguez fue, así, un destacado hombre de armas: se lo ve en Montevideo primero, junto con Saavedra en la represión al motín de Álzaga del 1 de enero de 1809 y como protagonis­ta decisivo en la Semana de Mayo. No solo porque tenía tras de sí el peso de las armas, sino también como líder político del ala más radical. Su presencia se refiere en varias de las reuniones clave sostenidas esos días, tanto las “legales” –como el cabildo Abierto del 22 de mayo– como las clandestin­as, en casas de patriotas. Martín Rodríguez es vocero de una de las propuestas más extremas. En su Autobiogra­fía, él mismo dio su versión de aquellas jornadas: “A los nueve meses de estar Cisneros ocupando la silla del virreinato, creímos que ya era tiempo de pensar en nosotros mismos. Ocupada la España por numerosísi­mos ejércitos franceses, y en posesión de todas las plazas más fuertes de ella, creímos que los españoles jamás podrían sacudirse de tan inmenso poder. De consiguien­te empezamos a tratar muy secretamen­te sobre nuestra seguridad, a fin de no correr la suerte de los españoles. Esto no podría hacerse sin que recayese el gobierno en nuestras manos. Y esto mismo hacía tanto más necesaria la deposición de Cisneros”.

Constituid­a la Primera Junta, Rodríguez fue nombrado coronel y destinado a Entre Ríos, para operar junto con Belgrano, destacado en el Paraguay. Durante las jornadas del 5 al 6 de abril de 1811 Rodríguez encabezó las milicias que permanecie­ron en Buenos Aires en favor de Saavedra, presidente de la junta, razón por la cual se lo confinó en San Juan. Restableci­do, pasó a militar en el Ejército del Norte y, bajo el mando otra vez de Belgrano, el 20 de febrero de 1813 tomó parte en la batalla de Salta. Al comenzar la tercera campaña al Alto Perú, mientras era jefe de Estado Mayor en Buenos Aires, fue comisionad­o en carácter de Jefe de la vanguardia del Ejército del Norte, al frente del cual fue derrotado en la batalla de El Tejar, cayendo prisionero. Al recobrar la libertad fue ascendido a brigadier el 15 de marzo de 1815, y con ese grado pasó a ser presidente de la provincia de Charcas.

El 20 de octubre de 1815 Rodríguez fue el responsabl­e de una seria derrota en Venta y Media, en el que sus fuerzas –400 infantes y 270 jinetes– fueron diezmadas por los 900 hombres mandados por el general Pedro Olañeta: las pérdidas patriotas sumaron 100 muertos, más de 100 prisionero­s, un indetermin­ado número de heridos y 300 fusiles. Peor aún fue el desastre acaecido el 29 de noviembre en Sipe-Sipe, donde los patriotas perdieron más de 500 hombres y se les tomaron cerca de 850 prisionero­s.

Rodríguez retornó a Buenos Aires. Sujeto a juicio por su desempeño en las sucesivas derrotas resultó absuelto y en 1819, ya libre de culpa y cargo, se lo designó jefe de las fuerzas de observació­n sobre Santa Fe. A las órdenes de José Rondeau, combatió en la crucial batalla de Cepeda que enfrentó al poder bonaerense con los caudillos del Litoral. Rodríguez nuevamente llevó la peor parte: como jefe de caballería debió enfrentar a lo mejor del ejército federal que rápidament­e diezmó y dispersó a los “porteños”. La firma del Tratado del Pilar consagró la caída del Directorio, y dio a la provincia de Buenos Aires un status similar a las otras provincias.

La “feliz experienci­a”

El dominio de la aduana y la riqueza ganadera le permitían a Buenos Aires obtener ingresos que, desentendi­éndose de gastos para la Guerra de la independen­cia, le permitiero­n encerrarse sobre sí misma dispuesta a disfrutar de lo que se dio en llamar una “feliz experienci­a”. El 26 de septiembre de 1820 Martín Rodríguez asume como gobernador. Cuenta con la confianza de la elite porteña que da lugar en el poder a sectores importador­es, como el ministro Bernardino Rivadavia y el secretario de Hacienda y experto embajador Manuel José García, aliados a los intereses británicos.

Rodríguez recibió de la Junta de Representa­ntes “el lleno de las facultades” que se vio reforzada cuando, ante un levantamie­nto, entró en escena un poderoso hacendado, Juan Manuel de Rosas. Los periódicos de la época registran el hecho y cantan loas a Rosas por primera vez.

En noviembre, a fin de pacificar la relación con las provincias limítrofes Rodríguez acepta la mediación del cordobés Bustos y firma con el santafesin­o López el Tratado de Benegas, que sella la paz en la campaña. Buenos Aires resarció a Santa Fe con 25.000 cabezas de ganado en concepto de indemnizac­ión por los gastos de la guerra. Este tratado se complemen- taría en enero de 1822 con el Tratado del Cuadriláte­ro, firmado por Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes que, ante la amenaza portuguesa que ocupaba la Banda Oriental, estableció un acuerdo ofensivo-defensivo entre ellas y selló un acuerdo de libre navegación de ríos.

Esta “política exterior” del gobernador de Buenos Aires fue la contracara de la “feliz experienci­a” motorizada por Rivadavia, al permitir a Buenos Aires realizar sus iniciativa­s sin conflictos con las provincias cercanas.

De Tandil a Bahía Blanca, abriendo las fronteras

Las iniciativa­s del “grupo rivadavian­o” generaron en la ciudad una atmósfera liberal, renovadora. El gobierno introdujo profundas reformas en el régimen político, administra­tivo, militar y eclesiásti­co, tratando de dejar atrás el pasado colonial y sus herencias. También innovó en los terrenos educativo y sanitario y hasta otorgó a la mujer un nuevo papel, que pocos países del mundo podían exhibir entonces. La ley de reforma del clero, por ejemplo, sometió a la Iglesia al control del Estado, abolió el fuero eclesiásti­co y el diezmo, suprimió algunas órdenes religiosas y algunas tierras de los conventos fueron seculariza­das, redujo las funciones educativas de la Iglesia y, además, se abrió la posibilida­d de profesar ritos no católicos.

Mientras se fundaba la Universida­d de Buenos Aires y se creaban la Sociedad de Beneficenc­ia, la Bolsa de Comercio y el Archivo General, Martín Rodríguez en persona dirigía las operacione­s en pueblos de frontera y, en 1822, funda Azul y establece el Fortín Independen­cia donde, desde 1823, crecerá Tandil.

El centro y sur de la provincia inhóspito y la travesía a las salinas se hacía cada vez más arriesgada. La fundación en Tandil del fortín terminal de una línea eslabonada de defensas. Diversos proyectos se movilizaro­n hasta que el coronel Ramón Bernabé Estomba, con el respaldo del mismo Rosas, erigió el fuerte de la Bahía Blanca, en el extremo sur de la provincia, generando así un punto alternativ­o al más remoto y antiguo de Carmen de Patagones, en la desembocad­ura del río Colorado.

De este modo, Rodríguez y Rosas, un unitario y un federal, unen sus nombres en el legado de la “Fortaleza Protectora Argentina” o Fuerte Argentino, fundado el 11 de abril de 1828 origen de Bahía Blanca, la capital del Sur.

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 ??  ?? Martín Rodríguez estudió en Buenos Aires y desde temprano se dedicó a las tareas de campo. Con la invasión inglesa de 1806, comenzó su carrera militar.
Martín Rodríguez estudió en Buenos Aires y desde temprano se dedicó a las tareas de campo. Con la invasión inglesa de 1806, comenzó su carrera militar.

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